Tanto en La Bajada, el barrio donde nació Lionel, como en el Torito, el club donde creció futbolísticamente el Fideo, deliraron con el tricampeonato; una multitud copó el Monumento a la Bandera
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ROSARIO.— Rosario es una ciudad que vibra con el fútbol como ninguna otra de la Argentina. La alegría está sembrada además por un orgullo que a muchos les infla el pecho. Porque Rosario parió a Lionel Messi, a Ángel Di María, a Ángel Correa y a Giovani Lo Celso, y también tomó como hijo adoptivo a Lionel Scaloni, que surgió de Newell’s y se crio en Pujato, un pueblo chacarero que está ubicado en medio del corazón sojero, a unos 50 kilómetros de Rosario.
A veces ese rasgo extremo y pasional que envuelve a Rosario se transforma en un sismo de amores encontradas, en la que por siempre rivalizan los colores del clásico local, entre Rosario Central y Newell’s, pero la victoria Argentina logró pasar por encima de todo, y con un efecto único consiguió unir a esta ciudad, aunque sea por un rato. La alegría de obtener la Copa del Mundo actuó como un bálsamo de alegría infinita, que se concentró en el Monumento a la Bandera, donde una masa gigantesca de gente saltaba y cantaba en armonía.
En el Torito, el club donde nació futbolísticamente Di María, los vecinos se juntaron en la avenida de los Granaderos para alentar a los automovilistas que se encaminaban hacia el sur. El mural de “Fideo” que está sobre una pared color naranja sirvió de fondo para centenares de selfies.
Algo similar ocurrió en La Bajada, donde muchos vecinos de la zona sur de Rosario se acercaron al pequeño vecindario donde nació y vivió Messi hasta los 12 años. Las paredes de la cuadra también están pintadas con murales del 10 (”De otra galaxia y de mi barrio”, dice uno), incluida su antigua casa. En el barrio corre la ilusión de que Messi regrese a Rosario para festejar con su gente. Diego Vallejos, uno de los amigos de la infancia del astro, que trabaja en el bar VIP, no podía contener las lágrimas. Vestido con una camiseta de su amigo y un enorme sombrero dijo: “Leo se lo merecía desde hace mucho tiempo. Y acá todos somos muy felices por eso”.
Al caer de la tarde, y ya tres horas después de haberse coronado campeón las calles que confluyen en el río, en la zona del Monumento a la Bandera, estaban repletas de autos, camionetas y camiones, cargados de gente, que salía por las ventanillas para celebrar lo que cantaban quienes habían decidido caminar. Manuel Fernández y Julia Almirón, ambos de 18 años, vieron el partido en el bar El Cairo, mítico por Roberto Fontanarrosa, para no romper la cábala, entre los antiguos y nuevos parroquianos, como ellos. Después del agónico partido, cuando la Argentina logró vencer en los penales a Francia salieron rumbo al Monumento. “Es increíble la alegría que puede generar un genio como Messi. Nació acá y es un rosarino puro. Y eso es un orgullo mayúsculo”, advirtió la joven.
Ceremonia de hermandad
El escenario quizá más palpable de esa ceremonia de hermandad fue el Monumento a la Bandera, que se transformó en el lugar perfecto, de espaldas al Paraná, para liberar esa felicidad, en plena libertad, desposeídos de las tensiones cotidianas que atraviesan una ciudad compleja por la violencia que padece, que en el medio del frenesí quedó lejana por unas horas.
La alegría es también sanadora, aunque sea efímera, y logra por un rato desagotar el borbotón de problemas. Y se roza con ese otro aliciente que surgió como una necesidad primaria: festejar en momentos en que no aparecen muchos motivos para hacerlo. Se festejó de todas las maneras posibles, con postales risueñas y hasta alocadas que alimentan ese folclore sano e ingenuo, y a veces temerario, como la marcha de motoqueros que trataron de llegar al pie del monumento en medio de la muchedumbre que no podía moverse. El calor y el sol intenso llevó a que vecinos que viven en los edificios de calle Córdoba tiraran agua desde los balcones a la gente que lo agradecía. La fuente de la plaza Barrancas de las Ceibas se transformó en una pileta de natación, donde sobre todo los chicos se divertían en medio del festejo. El bar VIP, que está a unos 50 metros de allí y es propiedad de la familia Messi, decidió cerrar ante los posibles desbordes.
Arriba de un viejo camión Mercedes Benz 1114 unos 40 jóvenes llegaron al centro de Rosario desde el sur. Arriba del vehículo llevaban todo tipo de bebidas y parlantes, que casi no escuchaban tapados por la enorme cantidad de gente. Agustín, un joven de 23 años, decidió en un momento trepar a la cabina y desde allí ser una especie de director de orquesta mientras el camión se movía a paso de hombre. Como ya era imposible avanzar decidieron dejar el camión en el medio de la calle Mendoza y seguir caminando hacia el Monumento a la Bandera.
Cientos de autos quedaron bloqueados pero a nadie le importó demasiado, ya que decidieron hacer lo mismo: dejaron sus vehículos y la calle Mendoza quedó cortada por decisión de los hinchas. Por este tipo de situaciones que se repetían en distintos puntos de la ciudad se decidió sin una orden, sino en base al sentido común de los choferes, suspender por unas horas el transporte público. En calle Junín, cerca del shopping Alto Rosario estaban estacionados una decena de ómnibus, cuyos choferes festejaban en la vereda.
Las canciones futboleras se apagaron en un momento casi mágico, cuando desde la plaza cerca del río comenzó a entonarse la canción de Fito Páez “Dale alegría a mi corazón”. Fue increíble cómo de repente la multitud empezó a entonar el tema que hace dos semanas interpretó el músico en el Anfiteatro, muy cerca del lugar de los festejos.
La extraña y genuina felicidad que aportó el Mundial logró emocionar a los más fanáticos y enfervorizados. Una fiesta que dejó correr una alegría que pocos imaginaron alguna vez y que mostró el rostro de una ciudad unida que mostró el orgullo de haber parido a varios campeones y al más grande del mundo.
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