El autor aseguró que todos los avances que se tuvieron en los últimos años como civilización se consiguieron al precio de minar lo fundamental que necesitamos para sobrevivir: la naturaleza
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Philipp Blom no le tiene miedo a las grandes ideas. Al contrario, crece ante ellas. Así lo demuestran los temas de los libros que publicó: sobre la Ilustración (Encyclopédie, el triunfo de la razón en tiempos irracionales y Gente peligrosa. El radicalismo olvidado de la Ilustración europea).
Sobre los embriagadores y excitantes años previos a la Primera Guerra Mundial en Europa y cómo cambiaron a Occidente (Los años del vértigo); o la llamada Pequeña Edad de Hielo, que en el siglo XVII también afectó profundamente el planeta, en El motín de la naturaleza. En su último libro, Lo que está en juego -que fue presentado en el Hay Festival de Querétaro, celebrado entre el 1 y 5 de este mes-, se enfrenta quizás a la idea más grande y aterradora de todas: la posibilidad de que la humanidad desaparezca. Y lo hace con el bagaje y la mirada que le dieron décadas de escudriñar momentos de cambios históricos de las sociedades, sobre todo la occidental. ¿Alguien duda de que estamos en medio de uno de ellos? La conversación, en inglés, se llevó a cabo entre Londres y Viena.
- La mayoría de sus trabajos previos son sobre historia. Los años del vértigo, sobre lo que fue la embriagante década y media previa a la Primera Guerra Mundial en lugares como Viena; El motín de la naturaleza, sobre la Pequeña Edad de Hielo que transformó a Europa y al mundo en el siglo XVII. Su nuevo libro, Lo que está en juego, es más sobre el futuro. Yo lo veo como una advertencia moral sobre lo que puede ocurrir. ¿Qué lo empujó a escribirlo?
- Shock. Puro shock de ver cómo está el mundo, de ver los datos científicos. Y ver lo ciego que yo mismo fui a todo eso por largo tiempo. Es una realidad chocante que mucha gente todavía no quiere enfrentar. Ahora mismo estoy trabajando en un libro que se llama Subyugando la Tierra: el ascenso y caída de una idea. Estamos en un momento en que esa idea de controlar la Tierra se está haciendo pedazos, porque la propia naturaleza no lo está permitiendo. Y no tenemos otra narrativa que la reemplace, no tenemos un plan B.
- Tampoco un planeta B, como usted bien lo dice en el epígrafe de su último libro.
- Exacto. Y ahí es donde posiblemente se puede encontrar la conexión entre este libro y el resto de mi obra, porque en realidad no es un cambio tan radical. Como historiador, aprendés a ver estructuras. No es muy interesante ver qué rey fue derrocado o qué general ganó tal batalla. Lo que me interesa es ver por qué la gente actuó de tal manera, cuáles era sus valores, cómo era la economía. Cómo eran las estructuras.
Y ese es un talento que puedo usar para analizar tanto lo que ocurrió hace 500 años como lo que está pasando hoy. Lo otro es que siempre me interesaron los momentos de grandes cambios, cuando algo se rompe y algo distinto lo reemplaza, como en la Pequeña Edad de Hielo o 1900. Y estamos viviendo un momento similar. Vivimos un momento en que un gran orden se rompe y empezamos a ver las líneas generales de uno nuevo. Y es algo crucial porque cuando una narrativa se desmorona, se presenta un vacío. Y toda suerte de historias tratan de llenar ese vacío, de tomar una posición dominante. Hitler y Stalin, por ejemplo, tenían muy buenas historias para contar. La gente los quería en el poder.
Hoy también tenemos gente con buenas historias, que emocionan y tienen consecuencias terribles. Piense en el islam radical. Piense en la despiadada despreocupación por la catástrofe planetaria porque alguna gente dice que ya vendrá una solución tecnológica. O gente a la que considero profundamente ingenua, como Steven Pinker, que dice que todos somos seres racionales...
- Y que de hecho vivimos en un mundo que es cada vez mejor.
- Sí, que todo está constantemente mejorando. Y todas las cifras que proporciona son reales: hay menos violencia, hay más niñas en las escuelas, la expectativa de vida es mayor, bla, bla, bla. Pero todo eso se consiguió al precio de minar los fundamente de lo que necesitamos para sobrevivir, es decir la naturaleza, el sistema del cual dependemos para sobrevivir.
- Usted ya respondió a una de las preguntas que pensaba hacerle, si estábamos entrando a una nueva era. Usted sabe que la peste negra marcó el fin del feudalismo, el inicio del capitalismo y posteriormente de la Edad Moderna. La Pequeña Edad de Hielo, como usted muy bien lo demuestra, generó un gran cambio en la economía y la sociedad europea y mundial.
- Y creo lo que ocurre ahora es completamente distinto y más grande de lo que ocurrió en cualquier otra época de la humanidad...
- Guau.
- Es más grande que la revolución de Copérnico, por la simple razón de que estamos al final de tres mil años de una historia cultural que dijo que estamos por encima y fuera de la naturaleza, que no formamos parte de ella. Que la naturaleza es una especie de bodega de materias primas para usar como queramos. No tiene voz, no tiene intereses y sus recursos son infinitos. Esa es la idea que nos formateó por tres mil años, fue lo que crecimos creyendo.
Nosotros seguimos viviendo en un mundo que es intensamente teológico. Yo trabajé bastante sobre la Ilustración, en especial en su parte radical materialista, que es la que fue olvidada, omitida en la historia. Porque tenemos la Ilustración de Voltaire, Kant, Descartes, etc., los deístas.. Pero los radicales fueron dejados a un lado.
¿Por qué? Porque el siglo XIX los necesitaba como sus padres fundadores, no a los radicales. Y lo que esta Ilustración canónica hizo fue tomar ideas teológicas cristianas y reempaquetarlas. La razón ilustrada es muy parecida al alma cristiana. Es la parte noble e inmaterial en ti, que para liberarla debés suprimir tus instintos, tu cuerpo, tus deseos. La historia del progreso es una historia muy cristiana.
- Claro, la idea de que hay un progreso hacia algo mejor, con el cielo esperando al final...
- El arco de la historia, la idea de universalidad... El libre albedrío es otra idea intensamente cristiana, porque sin él no hay pecado, y sin pecado no hay perdón ni cristianismo. Y la idea de dominar la naturaleza se convierte en dominar la naturaleza por medios tecnológicos y científicos.
Estas ideas fundamentales nunca fueron cuestionadas por la Ilustración, solo se les dio otra etiqueta. Y eso se apoderó del pensamiento económico del siglo XX, que nos describía como individuos racionales en libre competición los unos con los otros. Eso es teología, no ciencia. Pero ahora esa ficción teológica se está agrietando. Y lo interesante es que al mismo tiempo hay nuevas maneras científicas de mirar el mundo como una red interconectada y que nos describe a los seres humanos de una manera completamente diferente.
Toma al individuo racional, libre y soberano y en su lugar dice que somos la simbiosis de millones de especies, de miles de millones de células —tenemos más ADN no humano en nosotros que ADN humano— y que todos esos organismos se comunican, toman decisiones y deciden no sólo como digerimos algo sino cuán inteligentes somos, que alergias tenemos, cuál es nuestro estado de ánimo.
- Algo que encuentro fascinante es cómo todo esto encuentra un espejo y se corresponde con la teoría cuántica.
- Sí, es verdad. Le corresponde exactamente. Solo recientemente tuvimos los instrumentos para medir ciertas cosas y, por ejemplo, saber con certeza que los bosques no solo son árboles sino un organismo que se comunica, intercambia información y que sólo puede entenderse como una red interconectada.
Vivimos en un momento en que la nueva mirada científica sobre la naturaleza está cambiando por completo ese paradigma de tres mil años.
- ¿Pero cree que está llegando a tiempo para evitar una catástrofe climática?
- No, no lo creo. Pero sé que mi conocimiento es limitado y espero estar equivocado. Creo que estamos en un viaje intelectual fascinante pero... Mira, incluso si en Occidente todos nos volviéramos veganos mañana, eso no detendría la catástrofe planetaria.
Este verano fue realmente histórico porque por primera vez trajo consecuencias visibles e innegables de la catástrofe climática al corazón mismo de las sociedades ricas: las inundaciones en Alemania, los vastos incendios en el Mediterráneo Sur y California, las inundaciones en Nueva York. Estos son daños muy costosos, entonces no es algo teórico, pero tampoco le está pasando a gente lejana e invisible.
Las personas no cambian de opinión por argumentos inteligentes, lo hace por este tipo de experiencias. Cuando haya suficientes experiencias que no quepan en esa narrativa de que somos dueños del universo y podemos hacer lo que queramos con la naturaleza, eso hará que se desvalore y que quizás estemos abiertos a otro tipo de narrativas.
- El libro fue escrito antes de la pandemia, una pandemia que no sólo está cuestionando el neoliberalismo, sino el capitalismo mismo. Ahora se discuten abiertamente propuestas como la renta básica universal; no solo fortalecer el sistema de salud sino de volver al estado de bienestar. ¿Cree que tanto la pandemia como la crisis financiera de 2008 cambiaron algo profundo en nuestras sociedades?
- Yo hablé o sobre esto en público cientos de veces. Hablé de ello con gente en el poder, jefes de industrias -algunos de ellos bastante tontos- pero algunos también inteligentes, y siempre me decían: sí, lo que pasa con el clima es terrible pero no podemos hacer nada, no podemos interferir con los mercados. Y entonces ocurre la pandemia y en menos de dos días hicieron eso: interfirieron en los mercados e intervinieron estatalmente. Eso significa que las sociedades realmente tienen la posibilidad de tomar decisiones políticas sobre lo que crean que es necesario cambiar.
Hasta ahora habíamos vivido mentalmente en una especie de túnel de concreto que solo nos llevaba en una dirección. ahora descubrimos que ese túnel tiene salidas. Pero, por supuesto, incluso si esas alternativas existen, hay enormes intereses en contra. Lo que Zygmunt Bauman llamaba “el divorcio entre política y poder”: muy pocos Estados tienen la posibilidad real de decidir sobre estas cosas porque no controlan el valor de su propia moneda y porque el capital es más móvil que las mismas personas. Entonces, su rango de acción es muy limitado.
Pero la pandemia nos mostró que si existe la voluntad política de hacer cambios radicales, se pueden hacer. Lo otro es cambiar instintos profundos, erróneos, pero que fueron respaldados por tres mil años de historia. Como le dije, no soy un optimista, pero aprendí a decir algunas cosas optimistas: cuando usted y yo crecimos no había gente gay. Nadie hablaba sobre ellos, nadie se atrevía a vivir abiertamente como homosexual y si hablabas sobre eso, especialmente a hombres, era algo que justificaba violencia inmediata. Era algo terrible y repugnante.
Si hubieras dicho hace 40 años que relativamente pronto las parejas gay podrían casarse o tener hijos y vivir de manera abierta, hubiera parecido completamente imposible. Pero ocurrió. Entonces, esos instintos profundos pueden cambiarse. Es algo muy importante a tener en cuenta: lo que parece imposible hoy, puede ser posible mañana. Eso es alentador.
- Eso puede verse también en el caso de las mujeres. Su papel en muchas sociedades cambió por completo en menos de 100 años.
- Exacto. Los cambios que vimos fueron vastos. Creo que en el libro menciono las tres motivaciones básicas que tenemos en la vida: sexo, miedo y reconocimiento. Sobre los primeros dos, eros y tánatos, no podemos hacer mucho.
En el tercero tenemos que pensar cómo se construye el reconocimiento social, el cual necesitamos desesperadamente. Durante mucho tiempo fue construido en la manera medieval: cumplir tu rol. Habías nacido como agricultor y tenías que ser un buen agricultor. Si nacías como zapatero...
- ... tus hijos y sus hijos también lo serían.
- Pero su ambición no era abrir tiendas de zapatos en otros lugares, sino cumplir con su rol. Entonces vino la revolución industrial que dinamizó y democratizó nuestras sociedades, pero también desestabilizó nuestros patrones de identidad. Y lo que lo reemplazó fue consumo. Podemos señalar nuestra identidad a través de las marcas que usamos. Pero es una identidad muy inestable porque necesitamos estar comprando cosas de manera constante, porque no es suficientemente bueno tener el diseño de hace dos años.
Entonces el tema es cómo construimos el reconocimiento social. Por ejemplo, ahora que mencionabas la renta básica, ¿cómo sirve para construir ese reconocimiento? En estos momentos, la base de nuestra codiciosa identidad es la precariedad económica. Constantemente necesitamos mostrar que podemos permitirnos esto y aquello.
Si le damos a las personas más seguridad existencial, más tiempo para pensar acerca de para qué vale la pena realmente vivir, si liberamos a la gente de hacer bullshit jobs (trabajos de mierda)... Porque vemos que las sociedades siguen manteniendo su productividad pero con menos trabajo humano involucrado (por la automatización). Eso no significa que la gente desaparece, sino que el trabajo desaparece. Necesitamos hacer algo por esas personas.
- De hecho está ocurriendo, al menos acá en Reino Unido y en Estados Unidos: mucha gente no quiere regresar a sus viejos trabajos de m... Y están teniendo que contratar presos o menores de edad.
- De nuevo: estamos viendo que una alternativa es posible. Algo que era imposible antes. El molde se rompió. Y es algo profundamente importante. En la actualidad la gente consume antidepresivos como si fueran dulces, los jovencitos se autolesionan porque quieren sentir algo real, los más ancianos viven en medio de la soledad... ¿Es de verdad esta la mejor sociedad que podemos crear?
- Entre los grandes temas que su libro enfrenta está el de la democracia. Hace poco publicamos una entrevista con Anne Applebaum sobre la fragilidad de la democracia actual. En su libro usted explica que cada vez menos gente cree en la “ficción” de la democracia y compara lo que ocurre ahora con lo que pasó después de 1918, con el advenimiento del fascismo y el comunismo, cuando la democracia era solo una opción más. ¿Puede ser que ya hayamos visto el momento de mayor auge de la democracia liberal?
- Sí, lo creo. Durante la Guerra Fría, los países que tenían democracias liberales tuvimos la coincidencia feliz de tener la razón. Indudablemente con más riqueza y libertades. Entonces no era difícil debatir sobre sus méritos. Pero ahora China sacó de la pobreza a cientos de millones de personas. Una dictadura parece como una manera eficiente de tratar con algunos de los problemas de nuestras sociedades, como el crimen.
Entonces, de repente la democracia liberal se presenta como una elección ideológica. Ya no es, automáticamente, el mejor sistema. Lo otro es que nos convertimos en sociedades sin futuro. No tenemos, realísticamente, la esperanza de pensar que dentro de 50 años seremos buenos países.
Eso es una tragedia porque corrompe a las democracias desde adentro. Si las sociedades no comparten un proyecto se desencantan y la democracia pierde credibilidad, vemos como la participación política decrece. Y al mismo tiempo aumenta la desconfianza hacia las instituciones, hacia la ciencia.
- Leyendo su libro pensaba, bueno, esto está ocurriendo ya en América Latina, en países como Colombia y México, que son los que más conozco, donde -se puede argumentar- la justicia, las leyes y el sistema económico en realidad protegen al 1%
- Estuve varias veces en Colombia, dando clases. Es un país que siento cercano y que me abrió los ojos ante varias realidades. También estuve en México, pero esa es la extensión de mi conocimiento de la región. Pero tengo la sensación de que los países ricos dirían: este es el pasado. Porque en el siglo XIX en Europa los ricos tenían muchos más control y los pobres carecían de derechos.
Y creo que es lo que puede pasar en Europa en el futuro: sociedades donde las instituciones estén secuestradas por los intereses de los poderosos. Donde la democracia se convierte como en un teatro. Elecciones cada tanto, policía, tribunales, pero sabés que funcionan para los ricos. Es lo que pasó en Polonia, pero con consentimiento democrático: los medios y los tribunales no son libres, todo está ideologizado.
- Para finalizar de una manera un poco esperanzadora, ¿cuáles son sus propuestas para un cambio?
- Como le dije, soy un pesimista, pero puedo estar equivocado.
- Al final de su libro usted trae esta fantástica cita de Antonio Gramsci: “Pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad”.
- Creo que eso es lo que debemos hacer. Como me dijo hace poco un amigo acá en Viena: “Ya es un poco tarde para ser pesimistas”. Solo podemos hacer lo que está a nuestro alcance y de acuerdo con el conocimiento que tenemos en el momento. Es claro lo que tenemos que hacer: devolverle el futuro a las sociedades, empujar juntos un proyecto de cambio radical. Y eso significa, a nivel individual, todas esas pequeñas elecciones de no volar tanto, no consumir tanto, etcétera.
Pero es un truco del capitalismo convertirlo en un problema individual, como fumar o consumir azúcar. Necesitamos soluciones más sistémicas, como el impuesto al carbono. Puede que Occidente no sea capaz de detener la catástrofe climática, pero si ponemos gratis -sin patente- en internet las tecnologías para producción energética sostenible, entonces un país como la India las podría aprovechar.
Si introducimos impuestos de importación, por ejemplo en la Unión Europea, que apoyen los productos producidos de manera sostenible, entonces vamos a crear un muy buen incentivo internacional para cambiar los modos de producción. Y el cambio más importante y excitante: cambiar quiénes creemos que somos, cómo habitamos este mundo. Cambiar la lógica de dominación y explotación en una lógica de cooperación.
Este es un proyecto político, filosófico y social que puede producir cambios. Probablemente es muy tarde, pero eso no nos absuelve de tratar tan fuerte como podamos, porque si entendimos algo acerca de los procesos naturales es cuán poco y fragmentariamente entendemos. Puede ser que la naturaleza tenga mucha más energía regenerativa de la que creemos y entendemos, pero necesitamos darle una oportunidad.
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