¿Quieres ser mi musa? ¿Quieres ser mi inspiracion?". La chica de los ojos enormes parpadeó insistentemente al leer la nota que le había entregado el mozo en aquel restaurante de Saint-Tropez. Parpadear era algo que no podía evitar cuando se ponía nerviosa. Hacía menos de un año que había llegado a París, y le costaba entender el idioma. Un ayudante de fotografía le tradujo lo que decía en esa caligrafía prolija y elegante que escribió un muchacho de anteojos de marcos cuadrados y aire melancólico, que esperaba ansioso en una mesa alejada. Ella escribió "OUI" en grandes mayúsculas y debajo estampó su firma: Kouka. El joven tímido era Yves Saint Laurent, delfín de Christian Dior, que recién se había convertido en director creativo de la famosa maison tras la muerte de su fundador. El mismo que sería uno de los diseñadores más talentosos del siglo XX.
Su elegida era una argentina de dieciséis años, de rasgos y nombre exóticos, que creyó haber cumplido todos sus sueños cuando viajó desde el barrio de Flores a París, sin saber que el destino le tenía reservados muchos regalos más. Su figura lánguida, su fisonomía, que a los europeos les parecía incaica, y su andar como suspendido en el aire, la consagraron como una de las top models más emblemáticas de las pasarelas en las épocas doradas de la alta costura durante los años 50 y 60.
La de Yves Saint Laurent es sólo una de las tantas historias con personajes célebres que ella atesora. Es que únicamente con un nombre, sin la necesidad de un apellido, Kouka fue y sigue siendo tan reconocida que aún viaja por el mundo convocada por firmas internacionales.
Esa mirada, esa melena
Los ojos enormes de Kouka mantienen un brillo joven y la sabiduría que a veces da la experiencia. También conserva su corte carré característico, su figura estilizada y el andar de cadenciosa sacerdotisa que la volvió famosa. Ella fue la musa de Givenchy, Saint Laurent y Thierry Mugler, la imagen histórica de Dior, la que desfiló para Jackie Kennedy en la Casa Blanca, aquella que conoció entre otros a Winston Churchill y Charles de Gaulle y que supo enamorar a Aristóteles Onassis y Warren Beatty, la que hasta llegó a tener un postre que lleva su nombre, el parfait glacé Kouka, en el hotel George V, de París.
Inconfundible, Kouka Gaspar Denis recala en su departamento de Retiro donde tiene la mitad de su corazón y de su vida. Aquí están sus grandes amores: sus tres hijas, Alexandra, Jessica y Lisa; sus nietas adolescentes; su "patota" de amigos entrañables.
Aquí tiene su "caja negra" como llama a la maleta donde guarda buena parte de los recuerdos de su vida profesional, como las tapas de la revista Vogue donde fue fotografiada por Richard Avedon. También está su guardarropa con modelos incunables de diseñadores internacionales. La mitad de su tiempo lo pasa en París donde escapa del invierno porteño.
De Flores a Francia
"Nunca había salido del país, vivía con mi familia, que era de clase media, frente a la plaza Flores y jugaba a ser modelo. Un día, el diseñador Jacques Dorian, amigo íntimo de mi familia, me dijo que le gustaría enseñarme a posar, pues de ese modo podría pasar un vestido en alguno de sus desfiles. Tiempo después, supimos que Le Quotidien, un periódico de la colonia francesa en Buenos Aires, buscaba a una chica elegante para mandar a París por diez días. Con la ayuda de Jacques, que me prestó vestidos de noche y me dio instrucciones sobre cómo llevarlos, sentarme y caminar, pasé una serie de tres castings en el Club Francés de Buenos Aires y resulté ganadora entre 300 chicas. Así empezó mi historia".
¿Siempre fue una chica coqueta?
Yo soy la menor de mis siete hermanas, y siempre fui distinta. Ellas eran rubionas y yo, morocha. Ellas tenían sus juegos y yo los míos. Era supertraviesa y vivía subida a los árboles de la casa. Mi papá me decía que parecía un varón. Tenía una doble faceta, porque también me la pasaba desfilando con aires de modelo elegante. Es que mi mamá venía de una buena familia de Salamanca y era muy coqueta. A mí me encantaba parecerme a ella. Me agarraba sábanas y manteles que me ataba por todos lados para hacerme una capa y la cola del vestido, y andaba por los pasillos de la casa con flores en la cabeza. Mis hermanas se reían de mí y decían que estaba loca. Yo jugaba sola a hacer poses en el espejo que copiaba de las revistas de moda de mamá.
¿En esa época ya era Kouka?
Mis padres habían llegado de España y decidieron invertir en unos campos en Chaco. Allí había un pájaro exótico que le llamó la atención a mi mamá y que cantaba: Kou-Ka Kou-Ka. Cuando nací me empezó a llamar Kouka, mi Koukita. Desde entonces nadie me conoce por otro nombre.
Tenía apenas 15 años cuando embarcó sola hacia París, ¿qué sintió?
Viajé en el vapor Louis Lumière y estuve mucho tiempo encerrada en el camarote. Todos los días miraba por el ojo de buey y lloraba sin parar porque no sabía nadar y tenía miedo. Apenas llegué me recibió la secretaria del consulado argentino, porque yo era menor, y le pedí por favor que no me hiciera volver para no tener que navegar de regreso a la Argentina y pasar otra vez por esas dos semanas de tortura. Ella me dijo que sólo podía quedarme diez días. Pero al final no volví más, sólo para ver a mi familia en Navidad. Y entonces, las olas y el mar ya no me importaban.
Todo lo que me sucedía era como un hilván primoroso que, puntada tras puntada, cosía mi hada madrina. Mi vida era eso.
A días de su llegada a París, la adolescente de grandes ojos y larga melena negra fue invitada a la Grand Fête de la Haute Couture, una reunión que congregaba a la elite de la moda. Allí desfiló con una capelina y un vestido de falda plato ante la mirada de los diseñadores y fotógrafos más reconocidos del mundo. A la mañana siguiente la despertó una llamada de Monique, su manager, porque tenía una cita con Hubert de Givenchy que quería contratarla por seis meses para usarla como modelo para armar su colección paraAudrey Hepburn ya que ambas tenían medidas similares.
Convencer a la madre de Kouka no fue tarea fácil. Ella era menor de edad y su padre había muerto hacía poco tiempo. Otra vez, Dorian actúo como mediador para permitir que el sueño siguiera su curso. La única condición no negociable era que Kouka viviera en una casa de familia, y el hogar elegido fue el de la hija del escritor y poeta Paul Claudel.
"Mi madre me dio permiso por seis meses. Todo lo que me sucedía era como un hilván primoroso que, puntada tras puntada, cosía mi hada madrina. Mi vida era eso. Todas las mañanas, después del desayuno, iba a Givenchy, salía a las seis de la tarde, me iba derecho a casa y allí me quedaba ¡sin salir ni nada!", recuerda.
Arde Paris
El 30 de enero de 1958 Yves Saint Laurent presentó su primera colección para la Maison Dior. Crítica especializada, invitados famosos y directores de la casa, estaban expectantes por ver si estaba a la altura del puesto. Kouka, que había aceptado ser su musa y su modelo principal, era la encargada de abrir y cerrar el desfile. "Nunca sabré por qué lo hice pero cuando salí a la pasarela abrí los brazos, miré al cielo y llevé mi cuerpo hacia atrás en un equilibrio casi imposible. Luego finalicé la pasada con cuatro vueltas que sólo pude hacer gracias a mis años de ballet", evoca. Así Kouka deslumbró con su estilo único y casi ritual, que se convirtió en su sello personal.
¿Cómo fue trabajar con Yves Saint Laurent?
Los dos éramos muy jóvenes y teníamos pasión por lo que hacíamos. El era muy tímido y compartíamos tiempo juntos pero no éramos ni amigos ni confidentes. Cuando murió Christian Dior y lo nombraron, él sabía que en ese desfile se jugaba su carrera. Fue un éxito total. No siguió la línea de Dior sino la suya, pero hizo a la mujer muy femenina y se permitió hacer pantalones y polleras con nuevos largos que hicieron delirar a la prensa.
¿Cómo surgió su corte de pelo?
Tenía el pelo largo, casi a la mitad de la espalda y Givenchy quería que usara rodete para parecerme más a Audrey. Fue Saint Laurent quien me mandó a cortar el pelo y de ahí en más lo usé así.
Al poco tiempo viajó a Rusia...
¡Sí! Fui la primera modelo que entró a Rusia cuando Nikita Kruschev levantó la cortina de hierro en 1959 y para "festejarlo" decidió llevar el desfile de Dior. Fue una movida muy inteligente porque causó una revolución en la prensa. Cuando bajamos del avión había más de 8 mil periodistas; era algo insólito. Se enviaron 120 trajes y varias modelos para hacer un megadesfile al que concurrieron casi 12 mil personas. Era muy loco, las rusas me veían con mis 39 kilos vestidita de muselina, maquillada con polvo blanco de arroz, con mis pestañas postizas al estilo Betty Boop y me tocaban para ver si era de verdad.Ellas con sus sombreritos y sus guantes, bastante fortachonas, me decían: "Si esto es Occidente, ¡nosotras comemos mejor acá!". Al año siguiente de su debut, Saint Laurent debió dejar Dior para hacer el servicio militar en Argelia, su país de origen. En su lugar quedó Marc Bohan que puso como condición que Kouka fuera su mannequin vedette.
En este video para Dior, Kouka cuenta su experiencia en Moscú
No me gusta la moda de ahora. Se perdió el glamour, el lujo que antes tenía la alta costura. Ahora hay sólo modelos para adornar la pasarela.
¿Cómo llegó a desfilar en la Casa Blanca?
Jackie Kennedy era una de las mejores clientas de Dior. Apenas salía la colección hacían un desfile para ella, que compraba unos cien modelos por temporada. Muchas veces yo desfilaba con Monita, mi perrita Yorkshire. Ese día, yo tenía que mostrar un tapado tres cuartos de color amarillo con lunares azules y le hicieron uno igual a Monita. Jackie lo vio y marcó los dos. Yo pensé que sólo querría el tapado para su mascota. Pero no, quería a Monita. Desesperada, me llamó Susanne Lulling, una directora de Dior que era como mi madre postiza y siempre me cuidaba, hasta de los pretendientes como Onassis, para decirme que había un cheque en blanco para mí y yo podía poner la cifra que quisiera por Monita. Yo empecé a parpadear como loca y dije: "No, no la vendo". Al día siguiente no aparecí y fueron aterrados a buscarme. Si en un desfile todas las modelos tenían doce pasadas, yo tenía treinta y tres, ¿y quien iba a pasar los modelos de Kouka que pesaba 39 kilos? Algunas veces he tenido una doble, que nunca trabajó porque yo era Sarmiento. Al final Jackie no compró nada, pero la historia de su caprichito se filtró a la prensa y salió en todos lados.
Ser la modelo estrella de una de las principales casas de moda del mundo le habrá permitido conocer a personajes increíbles.
Conocí a Pablo Picasso, Charles de Gaulle, Winston Churchill, Aga Khan, Rita Hayworth, Diana Vreeland, la célebre editora de modas de Vogue, un personaje cautivante. En esa época, ser modelo de Dior era como ser el florero que todos quieren para decorar su casa. A las cinco de la tarde salía de Dior y siempre había algo que hacer: fotos, cócteles, galas, conciertos. Tenía que estar con la valijita siempre lista para subirme a un avión e ir desde París al Palacio de Buckingham o a cenar a lo del Maharajá en la India. Toda mi vida fue así. Por ejemplo, cené varias veces con Rock Hudson, un hombre espléndido y altísimo, dueño de una sonrisa que jamás olvidaré, que me presentó a Marlene Dietrich y a Burt Bacharach que era su pianista, con quienes íbamos seguido a escuchar a Ella Fitzgerald en Harlem. Esas eran salidas inolvidables.
Y también tuvo muchos amores…
Cuando entré a Dior conocí a Claude Azoulay, un fotógrafo y corresponsal de guerra que trabajaba en la revista Paris Match, y lo nuestro fue sencillamente un flechazo. Pero era un noviazgo muy a la antigua, con chaperones y todo eso. Tuvimos algún impasse y después me casé con él y tuve a mis dos hijas, Alexandra y Jessica.
A los tres años de casada me pasó algo muy feo, me divorcié y viajé con mis hijas por un tiempo a la Argentina para vivir mi etapa de duelo en Buenos Aires rodeada de mi familia. Cuando estaba por regresar a París, Dorian organizó una comida de despedida y conocí al director de televisión Roberto Denis. Al día siguiente me llamó para tomar un café, y yo marché a París. Un día apareció de la nada en Francia y me dijo que se había enamorado de mí y que venía a buscarme. No pude resistirme y volvimos juntos. Fue el gran amor de mi vida, y juntos tuvimos a Lisa. Cuando falleció, en 2002, volví a París a trabajar con Thierry Mugler como directora de Alta Costura y responsable de Relaciones Públicas. Después de Roberto no tuve más marido, ni novio, ni amante. Aspirantes famosos, miles. Pero él fue mi último gran amor.
Antes mencionó a Onassis. ¿Qué relación tuvo con él?
Aristóteles Onassis me envió un regalo a Dior; una caja gris con diez rosas labradas en oro y una tarjeta invitándome a cenar. Yo estaba de novia con Claude y no pensé en aceptar su oferta. Creo que lo había hecho como una forma de darle celos a María Callas, que además era una muy buena clienta de Dior. Me quedé con las rosas, que fui vendiendo con los años, aunque la última me la robaron. A pesar de las excusas, Onassis no era fácil de disuadir y por mucho tiempo llegaron ramos de flores con su tarjeta. Pero siempre había varios pretendientes rondando, actores, príncipes, millonarios… hombres.
Soy consciente de que desde los 15 años viví en un mundo dominado por la estética, el lujo, la perfección y eso me hizo crecer de una manera particular.
¿Hombres como Warren Beatty?
Estaba pasando un mal momento con mi pareja cuando lo conocí. Salimos unos meses y me propuso que dejara todo para irme a vivir con él a Estados Unidos, pero no quise renunciar a mi trabajo y no estaba tan enamorada como para seguirlo.
Después de tanta vorágine, ¿cómo es la vida de Kouka ahora?
Soy madre, abuela, amiga. Disfruto de mi casa, de mis viajes, de mis cosas, de mis ángeles. Sigo siendo una mujer elegante dentro de lo que puedo. Cuando era chica, era coqueta porque imitaba a mi madre. Pero soy consciente de que desde los 15 años viví en un mundo dominado por la estética, el lujo, la perfección y eso me hizo crecer de una manera particular. Es raro que yo no esté bien peinada.
¿Le gusta la moda actual?
No me gusta la moda de ahora. Se perdió el glamour, el lujo que antes tenía la alta costura. Ahora hay sólo modelos para adornar la pasarela. Antes había trajes de lujo especialmente realizados para mujeres glamorosas y ricas. Lo que menos me gustan son los zapatos. Son la cosa más horrible del mundo. Además, casi nadie sabe cómo caminar sobre esas plataformas cuasiortopédicas donde parece que van pisando huevos, no son femeninas. No hay nada más delicado que un zapato lineal.
¿Y de los diseñadores?
Me gustó el trabajo de Ricardo Tisci en Givenchy y el de Raf Simons en Dior, que es muy sobrio. y elegante. A quien siempre amo es a mi amigo y "mi novio", Thierry Mugler. Junto con él trabajé siete años y ahora puedo darles la primicia de que en diciembre presentará un music hall en París, con un vestuario glamoroso y erótico. Siento que en la Argentina no hay mannequins, sino modelos. La diferencia es que la primera le sirve de inspiración a un creador, es su musa y luce la ropa dándole autoridad. La modelo pasa el vestido y termina siendo más importante que lo que lleva puesto.
¿Sale de compras?
Jamás. Tengo un guardarropa enorme con muchísimos diseños, zapatos divinos. Yo no compro ropa, tengo diseños de Mugler, Dior... uso mucho vintage. Me verás siempre impecable, divina…
¿Le queda algún proyecto pendiente?
Sueño con hacer una exhibición en un museo. Tengo una historia profesional dentro de la moda para mostrar y contar. Toda mi vida fue un privilegio y conocí un mundo que ya no existe. Por eso siempre tuve presente esa frase que se me grabó a fuego en la casa de Claudel, apenas comenzaba mi carrera: "Nacer en belleza, vivir en belleza y morir en belleza". Esa belleza que está en cada uno.
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