Karl Lagerfeld. El diseñador de moda que se hizo leyenda
PARÍS.- "El día que muera no habrá velorio ni entierro. Nada. Imponer a los otros todos esos horrores, jamás. ¡Mejor morir!", decía hace pocas semanas. Karl Lagerfeld , el creador más célebre del mundo y director artístico de Chanel durante tres décadas, murió anteayer en esta ciudad, a los 85 años. Personaje warholiano, políticamente incorrecto, despótico y sensible, el hombre que convirtió la moda en un show planetario deja, sobre todo, una admirable creación: él mismo.
Pura ficción, de la cabeza a los pies, Lagerfeld inventó su pictograma: coleta Luis XV, cuello de camisa à la Weimar, anteojos Berverly Hills... Hasta en un teatro de sombras chino su silueta era inconfundible. Karl, como lo llamaba el universo de la moda, era una pop star, un ejemplar único. Incluso más célebre que Coco Chanel.
De la célebre Mademoiselle había adoptado los tics: la logorrea staccato, el juego de cadenas-collares, la pasión por los libros, la soledad ontológica, el humor cínico, el gusto por el dinero y el culto de la delgadez. Como ella, también era un mentiroso monumental. Mentía sobre su edad, sus padres, su altura, su peso, su nacimiento y otra gran cantidad de cuestiones.
Puso en escena a un Karl joven, de ascendencia sueca, heredero de una fortuna industrial y una madre aristocrática. En realidad, había nacido el 10 de septiembre de 1933 en Hamburgo, aun cuando pretendiera que había sido en 1938, en el seno de una familia alemana de buen pasar.
Su padre, Otto, dirigía la Glucksee-Milch, sucursal de un fabricante norteamericano de leche en polvo. Su madre, Elisabeth Bahlmann, hija de un político católico, había sido vendedora de lencería en Berlín.
En una foto tomada cuando tenía 11 años, su vestimenta irreprochable –peinado perfecto, traje y moñito– choca con la panoplia de los estudiantes de entonces. Su explicación era la definición de su propia vida: "Siempre luché para captar la atención de mi madre. Ella solo amaba leer", se justificaba. Desde entonces, trabajar su imagen fue una obsesión.
Por esa razón no había una multitud de Karl. ¿Quién era en verdad? ¿Una máquina de moda? ¿Un virtuoso del marketing? ¿ Un experto en comunicación? ¿Una figura del showbizz? ¿Un monstruo? ¿Un gurú? ¿ Un erudito? ¿Un director de teatro? ¿Un oráculo? ¿Una caricatura? ¿Un niño pequeño y solitario que nunca hizo nada más que leer, dibujar y beber Coca-Cola Light?
Su meteórica carrera, en todo caso, confirma sus talentos fuera de lo común. Joven tímido, obtuvo en 1954 el premio del Secretariado Internacional de la Lana, al mismo tiempo que un cierto Yves Saint-Laurent. El primero se convirtió en asistente de Christian Dior; el segundo, de Pierre Balmain.
¿Quién era en verdad? ¿Una máquina de moda? ¿Un virtuoso del marketing? ¿ Un experto en comunicación? ¿Una figura del showbizz? ¿Un monstruo? ¿Un gurú? ¿ Un erudito? ¿Un director de teatro? ¿Un oráculo? ¿Una caricatura?
Con el tiempo, Karl optó por el estilismo, durante años fue una suerte de mercenario bajo licencia que diseñó zapatos, carteras, broches, abrigos, lapiceras, mesas, peluches, mallas y ropa de cama. A partir de 1965 trabajó para Fendi, Krizia, Max Mara y Charles Jourdan, entre otros. Con el prêt-à-porter ganaba mucho dinero.
La leyenda nació a medida que su prestigio aumentaba. Se lo decía heredero de Nestlé y él circulaba en Bentley azul marino. Capitalizando su notoriedad, usó sus innumerables propiedades para ponerse en escena. Lagerfeld cambiaba de casa o de departamento como de anteojos: domicilio art déco en la Plaza Saint-Sulpice, residencia República de Weimar en Alemania, design Memphis en Mónaco, departamento XVIII en el hotel Pozzo di Borgo… Cuando se cansaba de un sitio, se inventaba otro.
Lo mismo hacía consigo mismo. Su primer avatar posmoderno había sido reshaped por el body-building cuando tenía 38 años. En 1980 comenzó a ocultar sus redondeces con la ropa desestructurada de Yohji Yamamoto y Comme des Garçons.
Para sus 50 años, la alta costura le ofreció la santa sede un poco marchita de Coco Chanel, la modista más grande del siglo XX. Y Lagerfeld propulsó la marca del elitismo al mass market, proyectó su leyenda a escala planetaria y se ganó el sobrenombre de "káiser".
En 2002 perdió 42 kilos para renacer de sus cenizas en traje de mod’s diseñado por Slimane. Convertido en gurú, publicó un libro sobre su régimen y usó su nueva silueta para crear un pictograma.
Pero de todos sus personajes el más misterioso fue el Karl íntimo. Paradójico, hiperintelectual, cultísimo y políglota, solo parecía atraído por "la espuma" de las cosas: "Soy tan infinitamente superficial", confesaba.
Quienes lo conocieron bien también afirman que después de su madre su único gran amor probablemente haya sido Choupette, su gata, a quien dejó parte de su inmensa fortuna. Sus últimas voluntades así parecen confirmarlo: "Ni velorio ni entierro. Quiero que mis cenizas sean mezcladas con las de mamá y las de Choupette. Naturalmente, después de su muerte".ß
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