Efraim Zuroff conoce el gran desafío legal, logístico y político que supone juzgar a los autores del Holocausto, pero afirma que jamás bajará los brazos
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Hace ya 80 años del comienzo del Holocausto y 75 desde los juicios de Núremberg, que sentaron en el banquillo a algunos de los diseñadores de aquel exterminio masivo. Todos los culpables, aun sin castigo, deben ser ancianos y seguramente no les quede ya mucho tiempo en este mundo. ¿Por qué entonces el doctor Efraim Zuroff sigue en su aventura de localizar a los criminales nazis que no fueron juzgados?
Según le dijo a la BBC, tiene muchas razones, pero la primera y más importante es que no se arrepintieron de lo que hicieron.
“En todos estos años nunca me topé con un criminal nazi que expresara remordimiento y buscara reparar lo que hizo”, afirmó desde su casa de Israel. El doctor Zuroff, jefe de los cazadores de nazis del Centro Simon Wiesenthal y director de su oficina en Jerusalén, se horroriza cuando le plantean que la avanzada edad de estos criminales podría ser considerada un atenuante.
Su propósito es llevar ante la justicia a los centenares de nazis prófugos que estima que aun quedan en el mundo.
El golpe en la puerta
Actualmente, dos sospechosos están siendo juzgados en Alemania y Zuroff sigue atentamente el juicio. Josef Schutz, de 100 años, está acusado de trabajar como guardia por más de tres años en el campo de concentración de Sachsenhausen, en las cercanías de Berlín, donde fue presuntamente cómplice de 3512 asesinatos.
El segundo caso es el de una mujer de 96 años, Irmgard Furchner, empleada entre junio de 1943 y abril de 1945 como secretaria del comandante del campo de concentración de Stutthof, cerca de la ciudad polaca de Gdansk. 11.430 internos perdieron la vida en ese periodo. “Mientras este empeño continúe, en teoría esta gente no puede dormir tranquila y nunca puede estar segura de que alguien no vaya a llamar a su puerta algún día”, dice Zuroff.
Para él, el paso del tiempo no disminuye la culpabilidad ni una edad avanzada disculpa haber cometido crímenes atroces. Una persecución exitosa provee justicia a las víctimas y a sus familias y actúa como disuasión para posibles nuevos perpetradores de abusos, cree Zuroff.
Victorias legales
Durante los últimos 40 años, Zuroff intentó encontrar el rastro de más de 3000 sospechosos de crímenes durante el nazismo dispersos por 20 países, aunque algunos murieron antes de que pudiera encontrarlos. No más de una cuarentena de casos acabaron en un juicio y aun menos terminaron con una condena. Pese a ello, gracias a cambios legales adoptados, Zuroff es optimista respecto al desenlace de las dos causas que se siguen en Alemania.
“Hace 12 ó 13 años, para acusar a alguien en Alemania había que probar que había cometido un crimen específico contra una víctima específica y que lo había hecho movido por el odio”. Según él, esto hacía casi imposible sentar a nadie en el banquillo, pero ahora se ha eliminado ese requerimiento.
“Hoy, todo lo que necesitás es probar que esta persona prestó servicio en un campo de exterminio, que tuviera cámaras de gas y una alta mortalidad, y esto se puede mostrar a través de la documentación”.
Pérdida de empuje
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, muchos países capturaron a colaboradores nazis y los llevaron a juicio. “Los juicios de Núremberg fueron la punta del iceberg”, explica Zuroff. “En cada país europeo, hubo cientos de casos, a veces miles. En la Alemania Occidental entre 1949 y 1985 se abrieron más de 200.000 investigaciones, con más de 120.000 acusaciones, pero menos de 7000 condenas”.
Sin embargo, el entusiasmo inicial por llevar a los nazis ante la justicia se fue reduciendo a partir de la década de 1960. Según Zuroff, las autoridades encontraron razones para no dedicar tiempo y recursos a este esfuerzo. “Comparemos a un asesino en serie con un criminal nazi. En cualquier país normal, la policía estaría buscando a un asesino en serie antes que a un nazi de 90 años, porque seguirá matando hasta que se le detenga. ¿Qué posibilidades hay de que un nazi de 90 años asesine a alguien? Cero”, comenta Zuroff.
De modo que si los nazis van a enfrentarse a la justicia, son cazadores como Zuroff los que tendrán que hacer el trabajo sucio, y están en una carrera contrarreloj. Zuroff le dijo al diario británico The Guardian que él debe ser la única persona que les desea buena salud a los nazis que aun viven. Hace unos diez años, lanzó lo que llamó “Operación Última Oportunidad”, en la que ofrecía US$25.000 de recompensa por información sobre el paradero de nazis aun no juzgados.
Éxitos
El mayor éxito del doctor Zuroff hasta la fecha fue la condena al último comandante conocido de un campo de exterminio: Dinko Sakci, que dirigió el campo de Jasenovac, en la actual Croacia, en 1944. Hasta 100.000 personas fueron asesinadas en el campo. Gracias al trabajo de Zuroff, Sakic fue condenado a 20 años de cárcel el 4 de octubre de 1998.
Cuando Zuroff abandonaba la sala tras escuchar el veredicto, fue abordado por un hombre alto que quería darle las gracias. “De no haber sido por usted, este juicio nunca hubiera tenido lugar”, le dijo. “No tengo ni idea de quién era”, afirma Zuroff.
Ese hombre era el hermano de Milo Boskovic, un médico de Montenegro prisionero en el campo en 1944. Fue elegido por Sakic para mostrar cómo castigaba las actividades de la resistencia. “Milo Boskovic le dijo a Sakic que no quería que lo ahorcaran. Sakic sacó su pistola y le disparó en la cabeza. Lo asesinó”, narra Zuroff.
“Puedo asegurarle que su hermano nunca soñó que una Croacia democrática llevaría a Dinko Sakic, entonces el gran héroe nacional, a juicio, pero eso fue lo que sucedió”. Sakic nunca mostró arrepentimiento, lo que para Zuroff es la actitud típica.
Reveses
Muchas veces, la perseverancia del doctor Zuroff no obtiene recompensa. Intentó sentar en el banquillo al oficial húngaro Sandor Kepiro y el caso llegó a juicio en 2011 en Budapest después de muchos esfuerzos. Zuroff acusaba a Kepiro de ser uno de los 15 oficiales húngaros implicados en la masacre de Novi Sad de enero de 1942, en la que murieron más de 3000 personas.
Kepiro y otros oficiales ya habían sido condenados en 1944 por llevar a cabo una operación no autorizada, pero aquello no tuvo consecuencias. El tribunal rechazó las pruebas que quiso presentar Zuroff. Se había dedicado cinco años a ese caso y había viajado a Novi Sad para reunirse con víctimas sobrevivientes. El revés judicial fue doloroso para él.
“Los días que siguieron, cuando estaba esperando a regresar a Israel, empecé a llorar. Era demasiado”, recuerda Zuroff, y añade: “Al fin y al cabo, pienso en las víctimas, en los sobrevivientes. Lo que pasaron ellos es mucho peor que lo que me sucedió a mí”.
Motivos personales
Cuando Zuroff viajó a Lituania a investigar lo que había ocurrido con los judíos allí, se tuvo que enfrentar con su propio vínculo con la tragedia. A él le pusieron de nombre Efraim, en recuerdo de su tío abuelo del mismo nombre que fue rabino en el país báltico y murió víctima del Holocausto. Zuroff visitó su antiguo departamento, así como 35 lugares de Lituania y cinco de Bielorrusia en los que se perpetraron matanzas.
“Cada día iba a dos o tres fosas comunes y rezaba oraciones por las víctimas. Sabía que estaba sobre una enorme fosa que en su día estuvo llena de cientos y a veces miles de muertos. Se que mi tío abuelo fue uno de ellos y la barrera que había creado se hizo añicos. Fue una experiencia emocional muy intensa”, recuerda. Cuenta que de los 220.000 judíos que vivían en Lituania al comienzo de la ocupación nazi, 212.000 fueron asesinados.
“Mi tío abuelo, el rabino Efraim Zar fue apresado el 13 de julio de 1941 en Vilna por un grupo de vigilantes lituanos que andaban en busca de judíos con barba. Lo llevaron a la prisión de Lukoshkis y parece que fue asesinado allí o en la matanza de Ponar, donde murieron 70.000 judíos”.
“No encontré a los asesinos”, lamenta.
El futuro
Como sus presas, los cazadores de nazis también envejecen. Zuroff tiene 73 años y 15 nietos. Sabe que los nazis que quedan probablemente morirán antes de que sus nietos sean adultos. Está orgulloso de que su trabajo ayude a mantener vivo el recuerdo del Holocausto, y cree que los métodos empleados por los cazadores de nazis pueden servir para perseguir a otros responsables de crímenes contra la humanidad.
Pero su experiencia le lleva a dudar de la capacidad de los sistemas judiciales existentes para hacer justicia a las víctimas de genocidio y cita el caso de Ruanda, adonde viajó para ofrecer sus consejos de experto tras el genocidio contra los tutsis de 1994. Había 140.000 sospechosos encarcelados, asegura, pero llevarlos a todos a juicio era un desafío logístico y jurídico abrumador.
“La mayoría de los jueces ruandeses habían sido asesinados durante el genocidio y la mayoría de salas de vistas destruidas. Ni siquiera un país del primer mundo podría haber hecho justicia completamente ante un crimen así. Es sencillamente imposible”.
Es consciente del gran desafío legal, logístico y político que supone juzgar a los autores de genocidio, pero no está dispuesto a tirar la toalla. “No elegí esto porque pensaba que era un trabajo fácil”, dice. “Lo elegí por un sentido de responsabilidad y una obligación hacia las personas que fueron asesinadas”, concluye.
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