Juego de espejos
Es un juego de espejos, como le habría gustado a él, pero empañados de lágrimas. El dolor de acá en el Sur refleja el dolor de su país del Norte, porque Carlos Fuentes era casi nuestro, también, y él así nos consideraba con la enorme generosidad que signó su vida. Pasó su adolescencia en Buenos Aires y amó esta ciudad. Supo ponerse en juego de cuerpo entero y con toda dedicación tanto en su obra cuanto en sus llamados al diálogo político, en sus presentaciones públicas y hasta en sus encuentros amistosos. Siempre presente con todo lo que tenía para dar. Habitante del mundo, se sentía en casa donde quiera que estuviese y así nos hacía sentir también a nosotros, en casa con él.
Durante casi una década formé parte del consejo consultivo de la Cátedra Alfonso Reyes, creada por Fuentes en el Tecnológico de Monterrey, México. Era maravilloso entrar al gran salón atestado donde haríamos nuestras presentaciones y recibir en conjunto la ovación que en realidad le estaba dedicada al maestro.
Fuentes abría puertas, ése era su sino. Las abría con su vasta obra, haciéndonos partícipes de una dimensión más rica del pensar, y las abría a sus colegas escritores en forma más directa. Fue así como con la mensualidad de su Premio Nacional creó, junto con García Márquez, la Cátedra Julio Cortázar en Guadalajara, y en pequeña escala, cuando debimos leer en un teatro en Manhattan, propuso que hiciéramos un diálogo conjunto y volcó toda su energía para hacerme sentir cómoda e integrada.
Era incansable en su afán por transmitir sus inclaudicables valores, siempre en vuelo de un país a otro sin por eso detener el vuelo de su imaginación. Escribía como respiraba, por necesidad vital. Habiendo podido alcanzar el más alto poder político jamás se dejó seducir por tamaño espejismo. Los espejos que le interesaban eran muy otros: los mitos, las fábulas que nos narran mejor que cualquier tratado. Parecía tener un doble que escribiera por él mientras él iba por el mundo llevando su palabra.
Apenas diecisiete días atrás, el 1° de mayo, lo tuvimos entre nosotros hablando ante una enorme y conmovida audiencia en la Feria del Libro. Entrañable maestro, fue un hombre desbordante de imaginación, y yo que escribo esto casi sin respiro pienso en la novela que tenía en el tintero: un diálogo entre Nietzsche y Dios. Vaya a saberse qué conclusiones podemos sacar al respecto, pero estemos seguros de que las puertas que él abrió nunca habrán de cerrarse y los espejos enfrentados lo reflejarán para siempre.
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