- Listo, ya está libre la mikve. ¿Estás lista para meterte? Vamos a revisar las uñas. Perfecto, no quedó ningún resto de esmalte. ¿Te sacaste la cera de los oídos? ¿La suciedad del ombligo? ¿La lagaña de los ojos?, le preguntó la balanit.
- Sí. Y ya me pasé el hisopo por dentro de la nariz y me pase el hilo dental cuidadosamente por cada una de mis muelas. ¿Me falta algo más?, le respondió Melanie.
Esta joven de 23 años se había preparado durante todo el día para ese momento, en el que zambulliría su cuerpo totalmente desnudo siete veces en la mikve, una pequeña pileta de agua corriente (agua "que corre", no estancada) donde las mujeres judías ortodoxas realizan, mensualmente, baños de purificación.
Por la mañana, Melanie había ido a hacerse la pedicuría, para eliminar callos y sequedades de sus pies, y a depilarse, para quitar todo pelo de su cuerpo. Por la tarde, se había hecho un baño de inmersión de una hora, para que el agua aflojara y despegara cualquier jatzitza (suciedad) que hubiera quedado adherida a su piel (cera, cualquier tipo de tinta, hasta alguna cascarita de una herida ya reseca). Luego, se duchó cuidadosamente, aunque sin mucha crema de enjuague, para que no quedaran restos en su cuero cabelludo (pero aplicando lo suficiente para poder cepillar todos los nudos). Se pasó el peine fino y se quitó con sumo cuidado el esmalte de las uñas.
Se había preparado durante todo el dia para ese momento, en el que zambulliría su cuerpo desnudo en la
Terminada esa tarea, se dirigió a la mikve de la comunidad Yeshurun, situada a la vuelta del antiguo Zoo porteño, sobre la calle Juan María Gutiérrez. Forma parte de las once mikves de la ciudad de Buenos Aires, reconocidas por la AMIA. Según estimaciones de esta entidad, mensualmente concurren a estos establecimientos unas 800 mujeres, aunque existen mikves más pequeñas que funcionan regularmente y no son reconocidas por la mutual, por lo que el número de mujeres que concurren todos los meses sería un poco más elevado.
Caminó unas pocas cuadras desde el hogar que compartía junto a su reciente marido y llegó al establecimiento. Se había casado seis meses atrás y su primera inmersión había sido, como dicta la ley judía, un día antes de su boda. Desde ahí, concurría una vez por mes a la mikve, siempre de noche, luego de la salida de la tercera estrella.
Al entrar a la mikve, había un largo pasillo, del cual salían una gran cantidad de puertas, todas numeradas. Al atravesar cada una se ingresaba a un baño distinto, en el que las mujeres se realizaban las últimas inspecciones antes de la inmersión. Cada uno tenía otra puerta del lado opuesto, todas lindantes con el pequeño salón donde se encontraba la mikve, lo que aseguraba la privacidad de cada una de las mujeres. Los cuartos del establecimiento eran casi todos blancos, con algunos detalles en color oro y bronce. El revestimiento de las paredes era de mármol y los herrajes, dorados. El aroma en los baños era dulce, romántico, mientras que el salón donde se encontraba la mikve desprendía un olor más húmedo, como el que emana de un sauna.
Una vez allí, en el baño número cuatro, Melanie terminó con las últimas revisiones: inspeccionó con un hisopo sus oídos, nariz y ombligo, tiró de la piel desde sus pómulos hacia abajo para mirar por dentro de sus ojos y se cepilló con especial cuidado los dientes, sabiendo que al mediodía había cometido sin querer la equivocación de comer un bife al horno (mientras que era aconsejable el día de la inmersión no comer carne por el peligro de que los restos pudieran quedar entre medio de los dientes, lo que era considerado una jatzitza).
Cuando terminó con todo, marcó en un teléfono que había allí el interno de la balanit (mujer que asiste en la mikve) y le dijo que estaba lista para la inmersión.
-En el momento en el que la mujer baja a la mikve, todos los ángeles están arriba de ella, poniéndole una corona de pureza, comenta Esther, balanit de la mikve de la comunidad Acisba.
Esther porta este título desde hace 21 años, y desde hace cinco se encarga de supervisar esta mikve situada en Padilla 931, la más grande de toda la ciudad. Para obtener la certificación, hizo un curso de un año en Israel, donde aprendió las halajot (reglas judías) que rigen este precepto.
-A pesar de que a veces veo que hacen las cosas de manera incompleta, mi trabajo en ese momento es asegurarles que el procedimiento fue el correcto.
Porque para Esther, es muy importante que las mujeres no salgan de la mikve dubitativas.
-No pueden irse con esa mochila a sus hogares, adonde deben llegar contentas, listas para reencontrarse con sus maridos después de dos semanas de separación, agrega Esther.
El periodo de Melanie había comenzado dos semanas antes. Desde que vio la sangre en su bombacha, ella quedó "impura" para su marido: hasta el día de la mikve no podría mantener relaciones sexuales con él. La base de este precepto es la purificación que debe llevar a cabo la mujer luego de su periodo, que para el judaísmo simboliza la "pérdida de vida" que se produce cuando un óvulo no es fecundado. Como la "muerte" trae impureza, la mujer va a la mikve para recuperar la pureza perdida.
A sus hogares deben llegar contentas, listas para reencontrarse con sus maridos después de dos semanas de separación
Automáticamente, Melanie quitó el cubrecolchón que unía las dos camas individuales y que hacía que parecieran una gran cama matrimonial, las separó unos diez centímetros y armó ambos colchones con un juego de sábanas de una plaza. Ella y su marido dormirían, hasta el dia de la mikve, en dos camas diferentes.
La base de este precepto es la purificación que debe llevar a cabo la mujer luego de su periodo, que simboliza la "pérdida de vida" que se produce cuando un óvulo no es fecundado
Luego de finalizada su menstruación, Melanie comenzó a revisar sus partes íntimas dos veces al día, durante siete jornadas, con unas telitas blancas (bedikot), para verificar que no quedaran rastros de sangrado vaginal. Si las bedikot salían "limpias" (sin ninguna mancha), ella podría ir a la mikve en el séptimo día de las revisiones por la noche. En caso de haber encontrado algún manchado, debía mandarlas a un rabino para que diera su veredicto: si estas eran una señal de que ella seguía menstruando, debía comenzar nuevamente con la cuenta de los siete días, aplazándose así el día de la mikve; si en cambio esas manchas eran un resabio de la menstruación anterior, seguía con la cuenta que venía llevando.
Jesica (30 años) es médica oftalmóloga y trabaja en un centro del barrio de Belgrano. El horario de inmersión a la mikve depende de la estación del año, pero en invierno, generalmente, es a partir de las 18. La balanit no se queda más que una hora y media luego de este horario. Jesica se enfrentaba a un problema: ella salía, diariamente, a las 19.30 de su trabajo. Y la mitzva de la mikve no es algo que pueda postergarse.
-A veces implica todo un proceso de organización, pero siempre logro congeniar ambos aspectos de mi vida, lo laboral y lo espiritual, comenta Jesica.
Desde el lado de la balanit siempre hay predisposición para que cada mujer que deba ir a la mikve pueda hacerlo. Ella se sacrifica por estas mujeres, porque este precepto es fundamental para la mujer, para la pareja y para el pueblo judío en su conjunto.
-La mitzva de la mikve protege la salud física y emocional de las mujeres. El útero es un órgano muy delicado y, si la mujer no espera unos días después de su menstruación para mantener relaciones, puede tener riesgos de alteraciones. A su vez, está comprobado científicamente que durante el periodo y en los días posteriores, la mujer se encuentra más "sensible", con la libido baja, comenta Yael, quien aconseja a novias en su preparación para la vida de casadas.
La
Silvia (50 años) nunca había ido, en toda su vida, a la mikve. Ella, junto a su marido e hijos, habían comenzado el proceso de teshuvá (de acercamiento hacia el judaísmo ortodoxo) unos diez años atrás. Después de un tiempo, ella sintió la necesidad de cumplir con este precepto: pero con su marido llevaban 20 años de casados y empezar a cumplir con esto equivalía a echar por la borda la rutina que habían construido durante tantos años de matrimonio.
-Pero con el tiempo, cumplir con esta mitzvá se vuelve algo hermoso. En los días impuros me convierto en la mejor amiga de mi marido, asegura Silvia.
El distanciamiento genera así, como explica Yael, la posibilidad de que cada mes se renueve la atracción entre el matrimonio.
Sin embargo, no todas las mujeres encuentran placer en este precepto. Gabriela, de unos 40 años (cuyo verdadero nombre no es publicado por pedido de la entrevistada) durante mucho tiempo se dirigió una vez al mes a la mikve. Pero cinco veranos atrás, dijo basta. Se encontraba pasando sus vacaciones con su familia en Punta del Este. El departamento que había alquilado tenía, en el cuarto principal, una cama matrimonial, imposible de separar en dos. Se encontraba lejos del ajetreo del día a día en Buenos Aires, por fin de vacaciones, y lo que más quería era mantener relaciones con su marido.
-Ese verano marcó un punto de inflexión. Me puse a pensar: ¿realmente sigo queriendo esto para mi vida? No, no lo quería, así que tomé la decisión de dejar de ir a la mikve, se sincera Gabriela.
Cuando dejó de cumplir este precepto, nadie se lo impidió: ni su marido ni sus amigas ni su rabino. Por eso, de acuerdo a Tamara Tenenbaum, escritora y periodista, el precepto de la mikve estaría amparado en la idea de diferencia cultural y no podría ser criticado bajo ninguna perspectiva feminista.
-Te puede parecer mejor o peor el hecho de que las mujeres queden «impuras» y por eso deban ir a la mikve. Pero no hace daño: es una pauta cultural con la que esas mujeres conviven, sin que medie violencia. ¿Por qué si ellas están contentas con eso y no van obligadas, debería ser un problema para mí o para el feminismo en general?, comenta Tamara.
Nadie obliga a las mujeres a cumplir con este precepto, a pesar de que la mitzva de la mikve sea sumamente importante para el pueblo judío en general. La envergadura de este precepto explica por qué las mujeres mantuvieron su cumplimiento a pesar de las muchas adversidades que enfrentó el pueblo judío a lo largo del tiempo. Incluso este año, con la irrupción de la pandemia, esta actividad siguió funcionando.
Fuentes de la AMIA confirmaron que la habilitación se gestionó con Santiago Cafiero. Los miembros del Superior Rabinato, le explicaron las razones por las cuales la mikve era la base del pueblo judío, y el jefe de gabinete dio su aprobación, aunque verdaderamente nunca se otorgó un permiso, porque, como comentan en la AMIA, "ningún político quiso ponerle el gancho". Las mikves, a pesar de todo, nunca dejaron de funcionar, aunque siguiendo un riguroso protocolo, como asegura Esther.
-Antes, para revisarle las uñas, la mujer ponía su mano sobre la mía. Ahora, obviamente, continuó inspeccionando, pero sin tocarla y manteniendo una distancia prudente, finaliza.
La mitzva de la mikve no hace daño: es una pauta cultural con la que esas mujeres conviven, sin que medie violencia.
Una vez que la balanit se aseguró, mirando con suma atención, de que el cuerpo de Melanie estaba completamente limpio, se dirigieron hacia la pileta. El ruido de agua corriendo retumbaba por las paredes del salón.
-Baruj ata Amonai, Elokenu melej haolam, asher kideshanu bemitzvotam vetzibanu, al atevila -dijo Melanie, todavía cubierta por una bata.
Luego de pronunciada esta bendición, Melanie se quitó la toalla, bajo por las escaleras y se sumergió, totalmente desnuda, siete veces de manera completa, en el agua de la mikve, mientras escuchaba de fondo, con cada inmersión, salir de la boca de la balanit la palabra "casher", dando a entender que las inmersiones estaban siendo hechas de manera correcta. Prestó atención, como cada vez, que ninguna parte de su cuerpo tocara las paredes de la pileta, lo que hubiera anulado la inmersión. Luego de la última zambullida, Melanie escuchó "casher, casher, casher". Salió de la pileta y dedicó unos momentos a rezar por el bienestar de ella, de su marido y de todos sus seres queridos.
Volvió a ponerse la ropa con la que había ido a la mikve, que le parecía sucia en comparación con lo limpia y pura que se sentía ella, y se dirigió a su hogar, donde la esperaba su marido.
Agustina Said (*)
(*) La nota publicada fue una de las ganadoras de la edición 2020 de las becas Carlos Pagni otorgadas a los mejores trabajos periodísticos de la Maestría en Periodismo de LA NACION y la Universidad Torcuato Di Tella
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