Juan Gelman: "El único consuelo es que el tiempo envejece con uno"
El poeta, que murió a los 83, fue entrevistado en 2010 por LA NACIÓN; aquí reproducimos algunos fragmentos de la charla
En 2010, LA NACIÓN publicó una entrevista con el poeta Juan Gelman, quien murió hoy en México a los 83 años.
En el reportaje, el autor de más de 30 libros recorre su vida, la relación con su madre, su concepción del paso del tiempo y de la literatura.
Estos son algunos fragmentos de la entrevista que le realizó el periodista Rodolfo Bracelli
El tiempo
-¿Cómo te llevás, Juan, con eso que llamamos "el tiempo"?
-El único consuelo es que envejece con uno.
-Los años vienen más cortos, ¿nos están afanando? A vos, ¿cuántos meses te duró este año? -
Esto depende de lo que pase, viejo, a mí me resultó muy largo. Es lo que llaman el tiempo psicológico. Pero si pienso que voy a cumplir 80, digo ¡pucha, qué rápido pasó!
-¿Cómo es eso de tener 80?
-Lo estoy averiguando.
La infancia
-Contame de tu parto. ¿Colaboraste o te sentaste en la retranca? }
-Colaboré. Cuando mi madre me dio a luz, yo quería estar al lado de ella, es lo menos que puede hacer un caballero.
-¿Te recordás naciendo?
-¡Por supuesto! Lo que me costó. Parece que mi madre estaba bien conmigo y no me dejaba afuera. Estuvo veintiséis horas en lo que se llamaba la cama dura, hasta que yo, peleando un poco, pude salir, con cinco kilos y medio. Me llamaban el torito de la sala y según mi mamá, me quiso robar una monja.
-Una monja, casualmente.
-Creo que esto pertenece a la leyenda familiar.
-Volvamos a tu nacimiento.
-Fue a las once de la mañana, creo. Había luz de día. Yo fui el último hijo. Los otros eran uno ucraniano y la hermana, moscovita. Yo, porteño. Nací en el hospital Durand. Había una cancha por ahí, a la que después íbamos los del barrio a jugar a la pelota.
-Para muchos no de carne, de fútbol somos. ¿El fútbol te interesa?
-Sí, claro, por supuesto.
-Seguro hincha de Atlanta.
-Sí, hombre, no me lo recuerdes. Siempre de Atlanta, ¡aunque ganara!
-Cuando se ronda, intenso, los 80, ¿se siente la presencia de los padres?
-Sí, es curioso, porque más bien lo que he sentido es la presencia de mi madre y últimamente estoy sintiendo la de mi padre. Lo veo por los poemas que escribo. Gestos cariñosos de él recuerdo uno o dos, a lo mejor hubo más. Una vez que estuve enfermo a los 12 años, se sentó al lado de mi cama y me leía cuentos de Scholem Aleijem en idish. Me acuerdo de eso, pero era un hombre silencio; para mí, distante. Y sin embargo cuando muere, en 1964, me costó mucho admitirlo, mucho. Yo llegué a casa, ya le habían puesto la tapa al cajón y exigí que la levantaran porque no podía creer que se hubiera muerto. Yo tenía 34 y él 74. Y bueno, después la vida y las cosas... Sí, en los últimos años aparece mi padre. No sé por qué se produce porque ya... mis hijos, bueno, a uno lo mató la dictadura, la otra vive aquí, ya tiene más de 50; hace años que no convivo con hijos. A lo mejor ésa es la razón, no sé.
-¿Alguna otra imagen de tu papá?
-Pocas palabras... después fui entendiendo su pasado. En las familias se hablaba poco de ciertas cosas importantes. Lo que pasó durante la inmigración quedaba atrás; cortina y a otra cosa. Recién a los 70 descubrí que había tenido otro hermano, que murió en Rusia. Y era hermano de mi hermano mayor; ni siquiera él me habló de eso. No hijo de mi mamá, sino del primer matrimonio de mi papá. Mirá, nunca supe el nombre. Quien me habló de él y me mostró una foto fue la viuda de mi hermano Boris. Así que recuperé un hermano, muerto, mil años después de que se fuera. Historias que pasan en la mayoría de las familias, zonas que no se tocan... No sé, el secreto familiar siempre anda por ahí. Que si una tía fue borracha, que si otra se escapó con un tipo...
-Con tu padre no se hablaba de mujeres.
-No. Por Dios. Cómo ibas a hacer eso.
-La palabra sexo... -
... nunca la escuché en mi casa. Sí en la calle, en el colegio, ja, pero en la casa... Mi papá era carpintero, después fue poniendo una pequeña fábrica de camisas. Una empresa familiar, años de crisis, hasta yo ayudé un poco lavando lo que llamaban esqueletos de los pedidos. Bueno, después de la Guerra Mundial la cosa mejoró, pude estudiar, mi hermana también. Y ya me vine grande, me casé, me fui de casa.
-¿Y tu mamá?
-Ella apoyó esta pequeña empresa. Mi padre enfermó, años padeció lo que supongo que era un cáncer, porque lo tuvieron que operar, y ella sostuvo la casa. Por otra parte, era una mujer culta, leía mucho. No sé cómo hacía, pero a mi hermana y a mí nos llevaba una vez por año al Colón, al paraíso. No sé, juntaría los centavitos. Ahí escuché a lo mejor de la época. Un acontecimiento para los hijos era. Cuando las cosas mejoraron, nos puso a estudiar piano y demás... me llevaba al cine...
-Siempre hay una película iniciática.
-Sí, me acuerdo que me llevó a ver... esa película del panadero que quiere suicidarse porque lo engaña la mujer... También me llevaba al teatro. En su juventud estudiaba medicina; se produce la revolución rusa y cambia todo. Y mi papá también era un hombre culto, participó en la revolución rusa de 1905. Cosa que nunca me dijeron en casa pero que yo averigüé con la familia en Moscú, cuando fui. Él era uno de esos obreros activistas del centro de Europa y del Este, que sabían de todo: política, economía, historia, literatura, lingüística... Dirigentes obreros así raro que haya.
-En tu casa libros no faltaban.
-Siempre había libros. Boris era un lector voraz, yo le saqueaba la biblioteca; se hacía el que no se daba cuenta él. Tuvimos una relación muy buena. Me enseñó a jugar al ajedrez, me recitaba poemas de Pushkin en ruso... Todavía me acuerdo de algún verso aunque sigo sin saber qué significa.
La literatura
-¿Te recordás aprendiendo a leer?
-Me enseñó Teodora, mi hermana, que falleció cerca de Jerusalén. El tema de la dispersión de la familia es una constante, porque mi hermano falleció en Brasil y tengo cuatro nietos en cuatro países.
-No te queda otra que ser ciudadano del mundo.
-Vos sabés que eso no existe, porque, mirá, yo no creo que exista tampoco el amor a la humanidad.
-¿Y aquello del amor universal?
-Uno no puede querer a la humanidad entera, no existe el amor universal; no puedo querer a los militares que mataron a mi hijo. Entonces mi amor es bastante selectivo.
-¿Cuál fue el libro que primero te sacudió?
-Mirá, leía las cosas escolares, pero a los 8 o 9 años empecé con los clásicos españoles, no Quevedo sino los poetas del siglo XIX. El primer libro que me produjo una emoción muy grande fue Humillados y ofendidos , de Dostoievski, que tenía mi hermano... Él tenía una habitación arriba, con una escalera de hierro. Un domingo se fue y subí y le saqué ese libro. Me senté en la escalera y me lo leí de arriba a abajo. Después estuve en cama dos días con fiebre. Tenía 14 años. Y no era que estuviera resfriado ni nada por el estilo. Eso fue una conmoción tremenda. Seguramente tuve lecturas superiores, pero ésa fue la que... no sé, me impresionó de un modo muy particular.
-¿En qué momento te das cuenta de tu vínculo con la poesía?
-Vos sabés que eso no es fácil, ¿no? En el Colegio Nacional de Buenos Aires conocí al que después se convirtió en una especie de hermano, Marcelo Ravoni, un poeta italiano que ya falleció. Nos mostrábamos las cosas, pero, bueno, uno entonces no pensaba que iba a ser poeta ni nada por el estilo.
-¿Y a la hora de la vocación?
-En la universidad elegí doctorado en Química. Abandoné el primer año, intenté al siguiente y volví a abandonar. Me puse a trabajar en distintas cosas para ganarme la vida. Seguía viviendo en casa de mis padres, pero, claro, ya tenía 19 años...
-Se te cruzó algo...
-Sí, ahora recuerdo que a los 15 años tuve un sueño maravilloso, ¡eso sí que fue extraordinario! Mis hermanos se habían casado, yo había heredado la pieza de arriba con algunos libros, pero ya tenía los míos... De ese sueño todavía me acuerdo, ¡pero mirá vos!
-¿Cuál era ese sueño?
-Entonces yo soñé, día tras día y no me acuerdo por cuánto tiempo, que yo era un paje en una corte y que me enamoraba de no sé quién, y le escribía un poema extraordinario. Yo me dormía con un papel en blanco y un lápiz al lado de la cama porque, me decía, cuando lo escuche me despierto y lo escribo. Bueno, nunca ocurrió.
-Te querías afanar el poema.
-Me quería afanar el poema del sueño, sí... pero nunca me desperté. Otro sueño estoy recordando... ya tenía más de 30, soñaba con que me tocaba de nuevo el servicio militar. ¡Y eso era una pesadilla! Bue, menos mal que pasó. Y que ya no hay servicio militar.
-Aparte del emprendimiento familiar, ¿por dónde se te dio?
-Mirá, cuando tenía 19, trabajé para una revista de las aseguradoras. Iba adonde pasaba algo, a ver si tenían seguro o no. En general tenían. Pero una vez me tocó ir al puerto porque se había incendiado una lancha que era de dos hermanos; llego y estaban de lo más alicaídos. Ahí les digo: "Ustedes tenían seguro, ¿no?" "Se venció ayer", me dicen. Volví con esa historia, agobiado, y el director se restregó las manos y "¡Fantástico, escribila ya!". La escribí y me fui. Terrible.
-Más que amarillo, periodismo sádico.
-Sí, crónicas sádicas... Bueno, después trabajé de camionero.
-¿Cuándo te das cuenta de que lo tuyo es la poesía?
-Con este amigo Marcelo, a los 17, merodeaba por revistas literarias. Había un grupo de poetas que andaban por los 23, incluso habían publicado; se reunían en un café, les presentábamos poemas ¡y siempre desaprobaban los míos! Entonces un día dije esto no puede ser, tan malo no soy. Escribí uno y se lo atribuí a un poeta hebreo del siglo XII. Llegué al café y les dije "Miiiren, traje este poema; no sé si lo quieren leer..." "Sí, sí, cómo no." Se deshicieron en elogios. Ahí me di cuenta de varias cosas y de la más importante: lo único que vale es la escritura. Nada más. Me di cuenta de la vanidad que rodea a toda esta historia.
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