Juan Galo de Lavalle, “El León de Riobamba”
Hoy se cumplen 220 años del nacimiento de Lavalle, joven granadero que acompañó a San Martín en la gesta libertadora; la historia del valiente que se convirtió en victimario y víctima de la guerra civil
El año, 1812. El entonces teniente coronel José de San Martín, recién llegado de Europa, hizo un llamamiento a jóvenes voluntarios a enrolarse en el Regimiento de Granaderos a Caballos que él mismo entrenaba.
Un joven de 14 años, hijo del administrador de la Aduana durante el Primer Triunvirato y perteneciente a una tradicional familia del antiguo virreinato del Río de la Plata, acudió al llamado. Así, en agosto de aquel año, el aún adolescente Juan Galo de Lavalle –nacido el 17 de octubre de 1797– fue aceptado como cadete en Granaderos.
La instrucción sanmartiniana era de rigurosa disciplina y pronto el cadete Lavalle se destacó, llamando la atención de sus superiores. A pesar de su probada idoneidad, no fue elegido para participar del combate de San Lorenzo, en el verano de 1813. Su oportunidad llegaría en la campaña a la Banda Oriental, pero sobre todo, unos años después, en 1816, cuando se mudó a Mendoza, convocado para unirse al Ejército de los Andes.
La relación entre San Martín y Lavalle excedería el ámbito castrense ya que fue en una de las tertulias organizada por Remedios de Escalada en donde Lavalle conoció a Dolores Correa, su futura esposa. Pero el amor tuvo que esperar. Dolores permaneció en Mendoza mientras su pretendiente participaba de una de las mayores epopeyas militares de la historia: el cruce de los Andes. Juan Lavalle atravesó la cordillera con la vanguardia del ejército bajo las órdenes del brigadier Estanislao Soler, donde pudo demostrar su arrojo por primera vez.
El 4 de febrero de 1817, al llegar a la garganta de Achupallas, un grupo de realistas se lanzó al ataque de una partida del ejército patriota. Lavalle no dudó ni un segundo y, junto con veinticinco granaderos, cargó contra cien soldados realistas, con una audacia pocas veces vista. Un grupo de tres o cuatro granaderos persiguieron a los soldados enemigos hasta obligarlos a replegarse. El mayor Antonio Arcos describió la acción en el parte de combate: “Un granadero llegó al punto de echar pie a tierra y cargar sable en mano sobre otro, que se le escapaba en una cuesta arriba”.
San Martín supo que no se había equivocado en aquella primera impresión que le dejó Lavalle cuando ingresó al cuerpo de Granaderos. Nunca lo defraudó. Siguió demostrando su coraje inquebrantable en Chacabuco, en el asalto a Talcahuano y en la batalla de Maipú, enfrentamientos que sellaron definitivamente la suerte de los españoles en Chile.
Claro que, en ocasiones, el hombre en Lavalle pudo doblegar al militar. En 1819 volvió a Mendoza para comprometerse con su amada Dolores. Poco duró el idilio porque al año siguiente ya estaba embarcado rumbo a Perú para concluir junto con el resto del ejército sanmartiniano la gesta libertadora de América. Y una vez más volvió a brillar por sus hazañas militares.
Su gran momento llegó en la campaña libertadora de Ecuador cuando, a las órdenes de Bolívar, se enfrentó con 96 granaderos a un escuadrón realista que contaba con cuatrocientos hombres. El combate tuvo dos momentos en los que la caballería comandada por Lavalle cargó contra los realistas con tal bravura que lograron hacer retroceder al ejército español y las tropas independentistas entraron en Riobamba. Fue la más brillante acción de caballería de la Guerra de Independencia Hispanoamericana.
Lavalle no se durmió en la gloria y continuó comprometido con la causa destacándose en la batalla de Pichincha y la Campaña de Puertos Intermedios en la que, gracias a sus maniobras, evitó que el ejército fuera masacrado.
A fines de 1823, se separó del ejército de Bolívar y volvió a la Argentina a reencontrarse con su prometida Dolores con quien se casó en 1824.
Juan Galo de Lavalle volvió a destacarse como militar excepcional en la Guerra contra Brasil y luego fue uno de los principales protagonistas entre el grupo de unitarios que enfrentó a Rosas, con el conocido episodio del fusilamiento de Dorrego, grave error político e innecesario acto violento del que se arrepintió prontamente.
Murió en octubre de 1841, pocos días antes de cumplir 44 años, alcanzado por una bala adversaria. Su muerte y la posterior custodia de su cuerpo por parte de sus leales soldados, quienes cargaron su cadáver por más de setecientos kilómetros para que no cayera en manos enemigas, tuvo rasgos casi novelescos. Más de cien años después, el final de su vida fue homenajeado por el músico Eduardo Falú y el escritor Ernesto Sabato en El romance de la muerte de Juan Lavalle.
En 1861, sus restos fueron repatriados. “El León de Riobamba” descansa en la Recoleta (al igual que sus adversarios Dorrego y Rosas). Un granadero de bronce de tamaño natural, realizado por el escultor Víctor Garino en 1923, custodia el ingreso al sepulcro. Junto a la entrada, una placa le ordena: “Granadero: vela su sueño y si despierta dile que su Patria lo admira”.
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