José Nun y un voto ciego de confianza en su precoz "talento" literario
El ex secretario de Cultura evoca una frustración de sus épocas de estudiante secundario
José Pepe Nun debe esforzarse y apelar a la memoria emotiva para recordar un fracaso auténticamente resonante. Salvo por los amorosos (de los cuales pocos se salvan) y algún que otro incómodo despiste como el que lo hundió en la vergüenza al acudir el día equivocado a una cena en la casa de su jefe, el ex secretario de Cultura de la Nación asegura haber tenido (o al menos recordar) pocos sucesos personales reservados al fichero rojo de los grandes desaciertos. De allí el proceso de desclasificación hasta dar con uno adolescente.
Nada en su tono, sin embargo, lo pinta como un hombre jactancioso. "Es que jamás me bocharon; lo que me propuse en lo profesional, por lo general, lo conseguí, y a mi alejamiento de la política no lo viví como una derrota, sino como una circunstancia", repasa Nun sobre sus diferencias con la ex mandataria Cristina Kirchner.
Lo cierto es que el abogado y politólogo, egresado con honores de la UBA y de la Universidad de París, becado por los más prestigiosos claustros académicos (obtuvo además la beca Guggenheim en Humanidades) fue, a todas luces, un alumno brillante. Quizás haya sido esa misma seguridad intelectual la que escondió dobleces y aristas, y actuó como un boomerang.
Nun cursaba cuarto año en el Nacional Buenos Aires cuando recordados maestros como Monner Sans o Pagés Larraya le inocularon la pasión por la literatura. Lector impenitente, había quedado fatalmente arrobado por la pieza teatral Don Juan Tenorio, el drama romántico y fantástico de José Zorrilla, una de las principales materializaciones literarias en lengua española sobre la tipología del mujeriego serial. Pero Nun también había quedado fatalmente decepcionado con el final edulcorado de la obra. "Ese en que el espectro de su enamorada Doña Inés salva al seductor, y ambos suben al cielo entre una apoteosis de ángeles y cantos celestiales", recuerda Nun, con precisión de prosa.
"Me parecía insoportablemente cursi –dice– y, en ese sentido, me resultaba más coherente la autobiografía de Casanova, que murió a los 73 años tan inescrupuloso y aventurero como había vivido. Sólo que cada vez más triste y sin que sepamos hasta hoy por qué sus Memorias quedaron inconclusas".
Aquel desencanto acicateó su inventiva y al joven Nun, en un acto de justicia literaria y afán de verosimilitud, se le ocurrió mezclar las dos historias: la ficticia del personaje del siglo XIX de Zorrilla con sus 72 conquistas, y la autobiográfica de Giacomo Girolamo Casanova, el calavera veneciano irredento, que además de escritor y bibliotecario era espía y marcó el récord amatorio de 132 mujeres un siglo antes.
La contrición del amante
En su relaboración literaria, "Don Juan era ahora un hombre ya entrado en años, que se había aburrido de su rutina amatoria ("un día para enamorarlas, otro para conseguirlas, otro para abandonarlas, dos para sustituirlas y una hora para olvidarlas") —relata— y se sentía profundamente solo. Peor aún, con la certidumbre de que había sembrado hijos por el mundo, de que debía tener también muchos nietos y de que nunca iba a conocer ni disfrutar de la compañía de ninguno de ellos".
Nun esbozó la idea en un par de páginas y se convenció de que había parido un nuevo clásico del siglo XX. Sólo le faltaba completarlo. Por esa misma época, Carlos Gorostiza inauguraba el teatro argentino moderno con El puente, una obra que a Nun lo deslumbró y que a su vez le mostró un atajo para poder hilvanar con maestría la suya.
"Moví entonces cielo y tierra —cuenta— hasta que conseguí su dirección. Le pedí una entrevista y me la concedió de inmediato. Ahí nomás, le expuse mi idea, que le gustó. Pero enseguida fue al grano y me preguntó cómo podía ayudarme. Con todo el atrevimiento de mi entusiasmo adolescente, le respondí que venía a proponerle que escribiéramos la obra juntos."
Gorostiza se sonrió y, para no herir susceptibilidades, con extrema delicadeza le explicó que el autor de la pieza debía ser él y solamente él. Nun todavía recuerda la bonhomía del autor de ¿A qué jugamos?, quien se ofreció a supervisar y a corregir los borradores.
De la omnipotencia a la realidad
"Salí del encuentro anonadado", rememora. "Primero, porque mi sueño era asociarme a un creador que admiraba profundamente. Después, porque no tenía la menor idea de cómo se escribía una obra de teatro. Probé con varios borradores, pero me daba cuenta de que no servían. Seguía convencido de que la idea valía la pena (lo sigo hasta hoy) pero también fui tomando conciencia de que, por brillante que fuera, con la idea sola no alcanzaba."
Así, el estudiante brillante asumió sus limitaciones y conoció la derrota. La frustración por un anhelo que creía posible pero que se le escapaba. "No fue una mera desilusión –dice Nun–. Fue un fracaso con todas las letras en el sentido estricto de pretender algo que no pude realizar."
Años más tarde, Nun le recordó la historia a Gorostiza, quien "desde luego no la recordaba". Pero aprovechó "para agradecerle por la amabilidad y la comprensión con las que lo había tratado más de medio siglo atrás." Aunque la negativa de Gorostiza haya privado a la dramaturgia latinoamericana de un nuevo Don Juan (perfilado desde el Sur), y a los lectores, ¿de otro posible gran autor?
"Hubo algo, sin embargo, que en cierta forma nos terminó vinculando –dice Nun–: Gorostiza fue designado Secretario de Cultura de la Nación en 1984, y yo lo seguí veinte años después".