José Ignacio: la intimidad del pueblo que este verano recobró el ritmo de otra época
JOSÉ IGNACIO.— Son las 20 y en Posada Ayana se preparan para proyectar una nueva película latinoamericana para unos 20 invitados. La noche seguirá con debate, tacos y vino. Los ventanales están abiertos y corre aire. Todos parecen sentirse cómodos en esa misma burbuja social que cotejaron durante, al menos, el último mes y medio. Este antiguo pueblo pesquero posiblemente no sea un refugio libre de Covid, pero aquí se respira libertad.
Con mucha menos gente que otros años —son pocos los que pudieron cruzar el charco a partir de diciembre y varios propietarios se instalaron hace ya algunos meses—, sumado a la ausencia del turismo estadounidense y europeo y al aforo limitado, los grandes eventos sociales que solían organizarse en temporada fueron reemplazados por iniciativas culturales y artísticas reservadas para un petit comité.
En estos meses de verano hubo domingos de jazz y música del renacimiento en el domo de Las Musas; exploraciones artísticas en sonido, artes visuales y escritura organizadas por Ronda de Mujeres en el bosque de La Juanita; noches de arte y paella en Mostrador Santa Teresita; una semana de cortos y películas en avant-première en formato autocine gracias al Festival Internacional de cine JIIFF; degustaciones de vinos en Cruz del Sur; ciclos de cine y debate curados por Juan Pittaluga en Posada Ayana; cenas de alto nivel gastronómico en la nueva librería Rizoma, la novedad del verano; exhibiciones de artistas uruguayos en varias galerías, y popups en el taller Bajo el Alma de Paula Martini, como los monos Eyddos o los bonnets y conjuntos de playa Chula.
“Durante todo el verano sobrevoló una sensación de libertad. Y se generó especial empatía entre mujeres. Nos unimos y compartimos más. Todas florecieron con sus proyectos, grandes o chicos. Todas tuvieron un lugar donde mostrarlo, algo quizá más difícil en otros años porque había muchas opciones y poco tiempo. Hace 15 años, acá habían pocos eventos pero muy buenos. Éramos menos e íbamos de pantalón y ojotas. En ese sentido, fue como volver a esos años de eventos al paso”, reflexiona Lupe Villar.
La creadora argentina, que tuvo durante diez años la casa de ropa Lupe, llegó de Buenos Aires a mediados de octubre con su familia y se está yendo en estos días.
“La pandemia nos hizo entrar en un ritmo antiguo, y eso es lindo. Hay una revalorización del encuentro y hay solidaridad”, cuenta la cocinera esteña Clo Dimet, que trabajó con Francis Mallmann en Los Negros, sin dudas uno de los proyectos que, junto con La Huella, posicionó al balneario en otra escala.
Después de una década a la cabeza de Posada Paradiso y hoy al mando de Camino, un proyecto de bungalows en Arenas de José Ignacio, Dimet cree que, a diferencia de hace 30 años, la zona tiene hoy una identidad más consolidada: gastronomía local de calidad, espíritu cosmopolita (hasta en pandemia se encuentran todo tipo de nacionalidades instaladas en el pueblo), y una propuesta turística que se adecua a diferentes estilos, desde los deportes náuticos a las cabalgatas.
Vínculos más profundos
Si bien el cambio de ritmo y las caminatas matutinas por playas desiertas transmiten por momentos aires de otra época, algunos emprendimientos hacen difícil retrotraerse a aquellos años románticos de pescadores, aguateros y velas. Pero el nuevo panorama sí permitió la consolidación de una agenda propia con público local y una comunidad que tejió vínculos más profundos.
El ejemplo más concreto fue tras el incendio que a fines de enero convirtió en cenizas los restaurantes Cruz del Sur (ya reabrió al lado de donde solía estar) y La Excusa, la tienda Mutate y la tradicional inmobiliaria Ruibal. Enseguida, algunos clientes crearon una cuenta bancaria para juntar fondos para los comercios destruidos y el cocinero Fernando Trocca organizó en Santa Teresita un remate en donde todos los vecinos donaron algo. El futbolista Juan Pablo Sorín regaló una master class con la pelota, la artista Heidi Lender, fundadora de Campoair en Pueblo Garzón, contribuyó con una fotografía, y los Kofler, la familia austríaca que desembarcó en el pueblo con Posada Ayana sobre la mansa y la construcción de una instalación del estadounidense James Turrell, propuso una visita de esta obra, guiada por el mismísimo artista, cuando venga para su inauguración, en noviembre.
“Si no hubiéramos tenido este apoyo, no sé si reabríamos”, confiesa Paula Segura Mallmann, fundadora del restaurante y huerta orgánica Cruz del Sur junto a su pareja Emiliano Cordeiro. Sobre el ritmo de esta temporada, agrega: “No cambió tremendamente nuestro trabajo porque nuestros clientes están todos acá, pero fue un ritmo más estable con gente constante y todos conocidos. Se generó algo más cálido, más cosy, de pueblo, aunque con otro volumen porque hoy somos muchos más que hace 30 años. Lo que nos faltó fue el público europeo y estadounidense de la peak season, esos que hacen que por aquí no se pueda circular en auto pero que al mismo tiempo generan trabajo dado que contratamos al doble del personal”.
Oriunda de San Juan, María Pfeffer vivió en varias ciudades del mundo junto a su familia. La pandemia la llevó a pasar más tiempo aquí, un lugar al que viene hace 26 años. “Hay una comunidad internacional que empezó a venir hace 10 años y que transforma a José Ignacio. No son solo argentinos y brasileños, y no vienen solamente de vacaciones. Vienen a vivir y a participar de la comunidad. Quieren dar y estar involucrados, y esto es algo nuevo, que no existía hace 26 años”, explica Pfeffer.
Este verano, María y su marido John fueron los principales mecenas del Festival de Cine de José Ignacio, lo que hizo posible que el encuentro cinematográfico pudiera realizarse en una temporada tan diferente.
Lo que cuenta Pfeffer se extiende sin dudas hasta Garzón, un pueblo que pasó de 2000 a 200 habitantes entre 1920 y la actualidad, y en donde el holandés Otto Nan proyecta junto a Francis Mallmann y Bruno Varela una escuela culinaria. Será un programa de 12 semanas para profesionales, o ciclos más cortos para amateurs, en los que se aprenderá a cocinar con fuegos (12 maneras) y el arte del bon vivant. El proyecto, Maestranza, cuenta con 32 habitaciones, un anfiteatro, una huerta y está asociado al Culinary Institute of America (CIA).
José Ignacio suele apagar las luces en marzo y adoptar un rol menos protagónico y más discreto, a la espera de una nueva temporada. Por eso algunos residentes anuales consideran que es difícil hablar de identidad en un lugar que concentra al jet set en verano y cuyos propietarios se van cuando hace frío. Quien sabe si este año, con una pandemia que replantea nuestras formas de vida, no le espera un invierno más despierto.
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