José Gabriel Brochero, de "cura gaucho" con "olor a oveja" a beato
Nacido en la villa cordobesa de Santa Rosa, en 1840 desarrolló toda su actividad pastoral en las sierras hasta su muerte por lepra en 1914
A lomo de una mula, con un sombrero y un poncho, José Gabriel Brochero, el "cura gaucho", es un modelo para sus vecinos de las sierras de Córdoba, proclaman una y otra vez el milagro que hoy lo convirtió en el primer beato argentino del papado de Francisco.
Nacido en la villa cordobesa de Santa Rosa, en 1840, José Gabriel del Rosario Brochero, desarrolló toda su actividad pastoral en las sierras de Córdoba hasta su muerte, en 1914, en Villa del Tránsito, víctima de la lepra.
Se ordenó sacerdote con 26 años en Córdoba, a unos 700 kilómetros de Buenos Aires, y de inmediato se volcó en la atención a los enfermos de cólera hasta que, en 1869, se hizo cargo del curato de la región de Traslasierra, donde desarrolló una intensa labor pastoral ocupándose de comunidades empobrecidas y olvidadas.
Tras su muerte, creció aún más su popularidad en las serranías cordobesas y el pueblo donde vivía, Villa del Tránsito, adoptó el nombre de Villa Cura Brochero en homenaje al hombre que ayudó a su desarrolló, abrió caminos y logró que tuviera hasta un acueducto para contar con agua corriente.
A finales de la década de los 60 se inició el proceso de canonización por su trabajo pastoral, pero no fue sino hasta 2004, bajo el papado de Juan Pablo II, cuando la causa cobró impulso y se activó el procedimiento.
Además de por su intenso trabajo pastoral, Brochero pasó a la categoría de beato por un hecho mucho más reciente aprobado por el Vaticano el pasado diciembre: su supuesta intercesión en la curación de Nicolás Flores, que sufrió un grave accidente de auto en el año 2000, cuando sólo tenía once meses, quedó en estado vegetativo y, según los médicos, sin esperanzas de recuperación.
Sin embargo, sobrevivió, a los cinco años comenzó a hablar y a moverse y hoy, con 13 años, "está fantástico, es un niño prácticamente normal, sólo tiene una hemiplejia en el lado derecho del cuerpo, pero camina, habla, va al colegio, juega, es feliz", explica su madre, Sandra Violino.
Para la familia de Nicolás, y para la propia Iglesia, la clave de la recuperación del niño no es otra que la fe en Brochero, a quien el padre del pequeño se encomendó cuando su hijo estaba al borde de la muerte.
En mayo del pasado año, una junta médica declaró que la recuperación del niño carecía de explicación científica y, en diciembre, Benedicto XVI firmó el decreto de beatificación que validaba el milagro de Brochero, el octavo beato argentino. Desde que se anunció la beatificación, la Villa Cura Brochero se ha convertido en un centro de peregrinación de fieles para visitar su tumba, la Casa de Ejercicios Espirituales que edificó y su vivienda.
Transformar con la mirada
"Brochero transformó la villa interiormente, con una mirada para descubrir las riquezas de cada persona, esa mirada con la que Dios nos mira", opinó el padre Jorge Frigerio, director del Centro de Estudios Brocherianos.
"Él vio como Dios nos ve y se lanzó en esa aventura y así transformó a las personas. Brochero es un constructor de entramado social", agregó. Tal vez, ese fue el mayor milagro de José Gabriel Brochero, un cura con "olor a oveja", como alguna vez se refirió a él Jorge Bergoglio, hoy el papa Francisco.
Ahora, la iglesia de Córdoba sigue con atención la evolución de otro niño, de dos años, oriundo de la provincia, que fue dado por muerto tras permanecer sumergido varios minutos en una pileta de natación que su padre cuidaba en la localidad de Mina Clavero.
Fiel a su compromiso con el pueblo, Brochero promovió, además de sus intervenciones, una casa de retiros por la que pasaron más de 70.000 fieles que realizaron ejercicios espirituales ignacianos, en la ciudad que hoy lleva su nombre.
Agencias EFE y AFP