Fue el astrólogo, espía y confidente de la reina Isabel I; su firma fue adoptada por Ian Fleming para identificar al famoso espía
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¿Quién era John Dee? Sus contemporáneos, como los marinos, corsarios y políticos ingleses Sir Walter Raleigh y Sir Francis Drake o el dramaturgo William Shakespeare -de quien se dice que basó al mago Prospero de La tempestad en Dee- tienen un lugar fijo en la historia británica.
Dee, astrólogo y confidente de la reina Isabel I, no goza de tal reconocimiento. Fue pintado como un iluso que buscó en las estrellas su guía, incursionó en la alquimia y se comunicó con ángeles. Pero una visión alternativa es que fue uno de los hombres más brillantes del Renacimiento, cuya contribución fue enturbiada por siglos de calumnias. Era un erudito, comprometido con la ciencia más vanguardista de su época, que en ese momento estaba entrelazada con la magia y lo oculto.
John Dee nació el 13 de julio de 1527 en Londres. Su padre era un cortesano menor que envió a su hijo a Cambridge a los 15 años. Por su voraz apetito de conocimiento dormía solo cuatro horas por noche, pasando sus horas de vigilia estudiando griego, latín, geometría, matemáticas, astronomía, navegación, escrituras, derecho, medicina y criptografía: el arte de escribir códigos.
Cuando tenía apenas 20 años, Dee fue invitado a dar una conferencia sobre álgebra en la universidad de París. Rápidamente se convirtió en el conferencista más exitoso del continente, llenó las aulas y le presentó al público los signos de suma (+), resta (-), multiplicación (x) y división (÷) por primera vez. Era el científico más destacado de Inglaterra, respetuoso, sino defensor de la controvertida teoría del heliocentrismo (el modelo astronómico en el que todos los planetas giran alrededor del Sol).
Dee sacó la astronomía de la oscuridad, enseñó matemáticas y desarrolló sistemas de navegación que luego ayudarían a establecer la superioridad naval de Inglaterra. Escribió más de 80 trabajos académicos y participó en la reforma del calendario, describió cometas y elaboró descripciones geográficas de territorios recién explorados.
Mientras estaba en la Universidad de Lovaina en los Países Bajos, estudió ocultismo. Eso no era raro para los intelectuales de la época, para quienes la ciencia y la magia eran parte de la investigación para comprender a Dios.
Una tormenta sobre los españoles
Cuando Isabel I tomó el trono inglés en 1558, consultó a Dee de forma regular sobre cuestiones médicas y legales, entre otras más. Incluso fue él quien eligió la fecha de su coronación. Se dijo que lanzó un hechizo sobre la Armada Española en 1588, cuando enormes olas que se alzaron sobre sus barcos, aunque una explicación más probable es que debido a que sabía sobre meteorología, pudo anticipar la tormenta.
Cuando los barcos españoles se acercaron a Inglaterra, Dee sugirió esperar, prediciendo correctamente que la flota española se vería gravemente afectada por las tormentas, por lo que sería mejor mantener a los barcos ingleses en la bahía. La mayoría de los barcos españoles se perdieron o averiaron y, cuando las tormentas amainaron, los barcos ingleses se deshicieron del resto. Fue el mejor momento de Dee.
Solo para tus ojos
Isabel sabía que Dee podía hacer más por ella y la nación. La reina necesitaba un espía que pudiera recopilar información sobre sus enemigos, y el leal y viajero Dee era el indicado.
Utilizó su puesto como asesor científico y astrológico para armar la biblioteca más grande de Inglaterra en su casa de Mortlake -que llegó a contar con unos 2670 manuscritos, en comparación con el 451 de Cambridge y el 379 de Oxford- y para construir una red de científicos, intelectuales y cortesanos en toda Europa, que probablemente usó para la recopilación de inteligencia. Dee firmaba sus cartas a Isabel I como ‘007′.
Los dos círculos simbolizaban los ojos de la reina (“sólo para sus ojos”) y el siete era el número de la suerte del alquimista. El erudito jugó un papel esencial en lo que un día se convirtió en el servicio de inteligencia británico, tanto en la versión real como en la ficticia; y siglos después, su firma fue adoptada por el creador de James Bond, Ian Fleming.
Ángeles y demonios
En sus últimos años, Dee pasó su tiempo tratando de comunicarse con los ángeles por motivos prácticos: quería descubrir nuevos conocimientos que no estaban disponibles en los libros ni en las mentes de sus contemporáneos.
Y aunque ahora eso nos puede parecer absurdo, en esa época era considerada como una forma viable de acceder a toda clase de información. Intentó aplicar su conocimiento de la óptica para adivinar o conjurar espíritus con la ayuda de un espejo hecho de obsidiana (vidrio volcánico), traído de México a Europa tras la conquista de la región por Hernando Cortés.
Los sacerdotes aztecas usaban espejos para conjurar visiones y hacer profecías. Estaban conectados con Tezcatlipoca, dios de la obsidiana y la hechicería, cuyo nombre puede traducirse del idioma náhuatl como “Espejo humeante”. Sus experimentos adquirieron una nueva dimensión en 1582, cuando un extraño personaje entró en su vida.
Se trataba de un alcohólico de 26 años con las orejas cortadas (un castigo por falsificar monedas), llamado Edward Kelley quien era un vidente con reputación de hechicero. La esposa de Dee, Jane, lo detestaba, pero Dee, creyendo que Kelley tenía el don, lo contrató. Durante los siguientes diez años, la pareja procedió a invocar una sucesión de ángeles y espíritus. Hubo visiones, fábulas e instrucciones.
Cuando aparecían los espíritus, supuestamente transmitían profecías y se pronunciaban sobre la naturaleza espiritual de la humanidad, que Dee registraba en su “Liber mysteriorum”. Desafortunadamente, todo lo que sobrevive de estas sesiones son “diarios espirituales”, parte de los cuales fueron desenterrados en un campo una década después de la muerte de Dee.
Contenían un lenguaje completamente nuevo, con su propia gramática y sintaxis. ¿Sería jerga celestial o, como sugirió el científico del siglo XVII Robert Hooke, un código que Dee usó para enviar información política ultrasecreta a Inglaterra? En cualquier caso, gran parte de lo recuperado fue transcrito y publicado por el académico Meric Casaubon en 1659, en un libro con un título larguísimo (¡178 palabras!) que empieza así:
“Una relación verdadera y fiel de lo que pasó durante muchos años entre el Dr. John Dee (un matemático de gran fama en los reinados de la reina Isabel y el rey Jacobo) y algunos espíritus: tendiendo (si hubiera resultado bien) a una alteración general de la mayoría de los estados y reinos del mundo...”.
Tormenta personal
En la década de 1580, Dee se fue de Inglaterra a Polonia, confiando su casa y biblioteca al cuidado de su cuñado. Mientras estaba fuera, su casa fue saqueada y sus manuscritos quemados o robados. Luego, poco después de que Dee regresara a Inglaterra, la peste azotó el país, de la que fue culpado. La plaga se llevó a su esposa y a cuatro de sus ocho hijos.
Cuando Isabel I murió en 1603, Dee perdió la capacidad de defenderse de sus muchos enemigos, incluido el sucesor de la reina, Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, a quien le gustaba supervisar personalmente la tortura de mujeres acusadas de brujería. Dee pasó sus últimos días solo en la pobreza, vendiendo sus libros y elaborando cartas astrológicas.
Murió a la considerable edad de 82 años y fue enterrado en Mortlake. Su lápida, sin embargo, desapareció, por lo que no hay ningún monumento que marque la vida de este erudito tan instruido e inusual.
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