Jim Reynolds, el escalador del Fitz Roy: “Sabía muy bien que morir era una posibilidad”
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En la madrugada del 22 de marzo pasado, un joven sonriente desanduvo a paso apurado el camino desde la base del cerro Fitz Roy hasta El Chaltén, el pueblo de escaladores que queda sobre la cordillera, en la provincia de Santa Cruz. “Caminé bajo una luna llena y estaba contento, fue un momento grato. Recién ahí empecé a disfrutar lo que había hecho”, dice Jim Reynolds.
Lo que acababa de hacer es un proeza de la escalada que llevó su nombre al estrellato en una disciplina que no suele salir en los diarios. Reynolds, de 25 años, anteojos de marco cuadrado y entusiasmo contagioso, subió solo y sin protección -sin cuerdas ni arnés- los últimos 1524 metros hasta la cima del Fitz Roy. Eso ya lo hubiese puesto en los primeros puestos de su deporte, pero Reynolds hizo algo aún más difícil. Luego de registrar el momento en la inevitable selfie, descendió, de nuevo solo y sin protección, por la ladera de la montaña. "Nunca sentí que iba a morir, aunque sabía muy bien que era una posibilidad", admite a LA NACION en una escala del vuelo que lo lleva desde la Argentina a California, donde vive.
La escalada en solo integral, como se llama el estilo de Reynolds, es muy peligrosa y está de moda. Implica subir montañas valiéndose de nada más que la fuerza y la habilidad de las manos y los pies del escalador. No hay protección. Un mínimo error se traduce en muerte segura. La especialidad vive una inusual época de gloria gracias al documental Free solo, que ganó el Oscar. Muestra a Alex Honnold, el rey de la disciplina, subiendo de este modo una de las paredes de El Capitán, la mítica montaña de Yosemite, en Estados Unidos.
-¿Por qué tomás el riesgo de subir sin cuerda?
-Es mi manera de expresarme y de estar en un relación total con la naturaleza. Las de El Chaltén son las montañas más lindas que vi en mi vida. Toda la situación de estar solo en la montaña es de una belleza extrema.
-¿Buscás adrenalina?
-No. Es imposible estar con la adrenalina arriba durante las 15 horas y 25 minutos que duró la expedición. No te da el físico.
-¿Y por qué lo hacés entonces?
-Es difícil de explicar. Lo hago por razones personales, sin expectativas de ningún tipo. Es la expresión más hermosa y pura de la escalada. Cuando vemos la posibilidad de hacer cosas alucinantes tenemos que hacerlo porque esas situaciones son únicas. No disfruto la posibilidad de lastimarme, pero sí disfruto la concentración absoluta que esa posibilidad me genera. Además, me gusta estar solo en la montaña.
Salvo rarísimas excepciones donde proezas como la Reynolds llegan a la tapa de los diarios -o a un Oscar- los escaladores viven en su mundo privado, pero muy atravesado por códigos de honor, sistemas para evaluar la valía de sus exploraciones. Ese universo guarda un lugar para los primeros que suben una montaña, o descubren una vía alternativa a la usual para llegar a la cima. Ahora que gran parte de los picos están explorados, la carrera es por quién lo hace más rápido. O incluso asumiendo el mayor riesgo. Con su reciente escalada, Reynolds se acaba de ganar un lugar de privilegio en ese ránking de osados. Sin embargo, hay quienes miran esa carrera con desconfianza.
"Me preocupa que usemos la posibilidad cierta de matarte como herramienta creativa, o vara de medición de calidad deportiva. Estamos romantizando el riesgo", dice Rolo Garibotti, el decano de los exploradores de Santa Cruz. Con 48 años, Rolo es generoso con la información que acumuló durante su larga carrera y recibió en su casa de El Chaltén a Reynolds. Acababa de bajar luego de su proeza y Rolo lo felicitó. En posteriores charlas le dijo lo que pensaba.
Lo primero que le admitió es que estaba siendo hipócrita. A su edad, Rolo también hizo expediciones riesgosas. Sin embargo, ya suma 30 amigos escaladores muertos, uno por cada año que lleva en la actividad. "Cuando voy a las reuniones de mis compañeros de secundario, en cambio, están todos vivos. La expectativa de vida de los escaladores es demasiado baja", dice. "Desde el Imperio Romano que el teatro encontró elementos de expresión que no incluían leones en el escenario. Nosotros seguimos siendo como gladiadores, arriesgando nuestra vida para expresar nuestro arte", agrega.
Aunque ya no puede ni le interesa seguirlos, Rolo entiende a Reynolds y Honnold. "El cuerpo -explica- te da un retorno emocional cuando lo exponés a esas situaciones limites. Las hormonas se disparan y tenés una experiencia genial". Sin embargo, considera que la escalada tiene que generar una cultura donde el riesgo no sea el único valor y teme que el éxito de Free Solo atente contra esto. "Las influencias de los íconos culturales son muy poderosas", advierte.
Ajeno a este debate, Reynolds se prepara para disfrutar el verano en Yosemite, donde trabaja como rescatista. No vio la película de Honnold porque dice que aún no tuvo oportunidad. Su padre, en cambio, no la vio porque prefiere no enterarse aquello a lo que, por propia decisión, se expone Reynolds. "Igual me apoyan, confían en mí", dice sobre su familia.
Además de escalar, Reynolds toca la mandolina y hace artes marciales. En la parte más compleja de la escalada del Fitz Roy -cuando bajaba, de noche y agotado- pegaba gritos de samurai para extremar su concentración. “Buen trabajo Jim, lo lograste”, se autofelicitó cuando al fin estaba con los dos pies sobre la tierra.