Jerrie Cobb: “Me alegró que Neil Armstrong fuese a la Luna; si me tocaba a mí, hubiese ido en un santiamén”
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Aunque ya pasó mucho tiempo, cuando se le pregunta qué siente cuando mira las estrellas, responde: “Que aún me gustaría estar allí arriba, con ellas”.
Geraldyn "Jerrie" Cobb tiene 84 años, y supo a los 12, cuando voló por primera vez en un avión, que ésa sería su vida. Creyó, con justa razón, que el cielo era su límite. Una fantasía adolescente que tendría mucho de realidad, porque más de una década después, seleccionada como astronauta, a punto estuvo de convertirse en el primer estadounidense (tanto hombre como mujer) en ir al espacio. Sin embargo, hubo un límite muy humano, cuando la NASA determinó en 1962 que las misiones de la agencia estarían reservadas a los hombres, decisión que ella rechazó y combatió, sin éxito.
Cobb recuerda todo aquello con un dejo de melancolía, pero ya hace rato que superó, y guarda para sí misma con inocultable timidez, la desazón que le provocó aquel momento en que su ilusión se hizo trizas. Sin embargo, el traspié no le hizo poner a un lado su vocación. Siguió volando, con otros destinos, especialmente la Amazonia, donde desarrolló –y desarrolla– una intensa actividad humanitaria en favor de las poblaciones aborígenes, labor que le valió ser nominada al Premio Nobel de la Paz en 1981. Pudo tener una revancha y viajar en el transbordador Discovery, en 1998, pero otra vez se quedó en tierra. Lo cual es una forma de decir, porque volar era lo suyo desde que su padre, Harvey Cobb, la puso junto a él, siendo una niña, en el cockpit de un biplano Waco de 1936. Seguramente, no sabía que ese gesto marcaría definitivamente el destino de su hija, que a los 16 ya había hecho su primer vuelo sola.
Poco después se puso a jugar sóftbol semiprofesional, en el Oklahoma City Queens, para tener dinero y comprarse un Fairchild PT-23, rezago de la Segunda Guerra Mundial. Una compañía petrolera le dio empleo para que vigilara sus instalaciones desde el aire, mientras tomaba clases de vuelo con un instructor. A los 22 ya hacía vuelos para entregar aviones de la Fuerza Aérea que eran comprados por otros países. Con un bimotor Aero Commander batió récords de distancia y velocidad. Contratada por la fábrica de esa aeronave, para 1960 ya sumaba diez mil horas de vuelo en distintos modelos.
¿Podía Jerrie detenerse allí? Difícilmente. Al contrario, apuntó aún más alto: en los albores de la conquista espacial, a los 29 fue la primera mujer en realizar los mismos exámenes que se les exigían a los futuros astronautas del proyecto Mercury.
Se la observó con lupa: tanto su capacidad cardíaca y pulmonar como la tolerancia al dolor, al ruido y a la soledad. Esto incluyó pruebas de todo tipo, desde privación sensorial, rotaciones a gran velocidad y caídas en tanques de agua para verificar si no sufría de vértigo. Las superó todas, e incluso en algunas de ellas superó la de los hombres. Esto hizo que se seleccionaran luego otras doce mujeres para el proyecto denominado First Lady Astronaut Trainees (FLATs),que se llevó a cabo en una clínica en Albuquerque, Nuevo México. Se las conoció como las "Mercury 13", en alusión a los "Mercury 7", los siete hombres que se entrenaban en aquella época fundacional de la conquista del cosmos. Pero desde 1960 hasta 1963 se la mantuvo en espera. Finalmente, el programa de entrenamiento femenino ("paralelo", no oficial) fue cancelado porque la NASA consideró que los astronautas debían tener experiencia como pilotos de jets. En esa época los únicos jets eran los militares, y las fuerzas armadas no permitían el ingreso de mujeres a sus filas y las autorizaban a pilotear sus aviones, más allá de las horas de vuelo que tuvieran en cualquier clase de aparatos. De un plumazo, las mujeres dejaron de ser elegibles.
A todo esto, la carrera entre Estados Unidos y la Unión Soviética ya estaba lanzada: el 12 de abril de 1961 la URSS puso un hombre en el espacio, Yuri Gagarin. Estados Unidos respondió con un vuelo mucho más breve, de Alan Shepard, al que siguieron otros, de Gus Grissom y John Glenn, el primer norteamericano en orbitar la Tierra. Pasó el tiempo, y para ella nada pasó. Hasta que llegaron los telegramas. Jerrie aún recuerda el día en que le informaron de la cancelación.
"Había estado tres años en el programa de entrenamiento, superado las tres fases requeridas en los tests destinados a los hombres, que incluían aproximadamente 200 pruebas de distinta naturaleza, y me había desempeñado como consultora del administrador de la NASA –dice ahora–. A las otras doce sólo les permitieron tomar la primera fase de pruebas. La NASA continuamente me decía que debía ser paciente, ellos querían que primero viajaran los hombres."
Cobb no se dio por vencida. Juntamente con otra de las "Mercury 13", Janey Hart, le escribió al presidente John F. Kennedy, visitó al vicepresidnte, Lyndon B. Johnson, y acudió a una audiencia ante un subcomité especial del Comité de Ciencia y Astronaútica del Congreso, en julio de 1962, para apelar en nombre de todas sus colegas. Pero el testimonio de Glenn, que pocos meses antes había viajado al espacio y era ya una celebridad mundial, fue determinante: adujo que las mujeres no debían formar parte de las misiones. Su suerte había quedado sellada por una serie de factores, a los que no eran ajenas las cuestiones políticas y el sexismo.
El 16 de junio de 1963 la cosmonauta rusa Valentina Tereshkova (que no era piloto) se convirtió en la primera mujer en ir al espacio. Permaneció casi 71 horas a bordo de la nave Vostok 6, que circunvaló la Tierra 48 veces.
¿Cómo vivió Cobb los viajes de Shepard, primero, y de Tereshkova, después? "Obviamente me puso contenta que un estadounidense viajara al espacio, aunque más no fuese por unos pocos minutos, pero para ese entonces los rusos ya estaban orbitando la Tierra durante varias horas. Lo mismo sentí cuando supe que una mujer había sido autorizada para viajar, pero lamenté que no fuera una estadounidense. Cuando después me encontré con Tereshkova y con Gagarin, en México, Valentina me preguntó por qué mi gobierno no me había elegido. Ellos sabían que yo había estado entrenando muchísimo antes de que ella fuera seleccionada", recuerda Cobb, que hasta 1963 siguió su campaña en favor de las mujeres astronautas. Y esperó otra oportunidad, que no llegó. "Las otras doce integrantes del programa regresaron a sus vidas anteriores. Me encontré con todas ellas en varias oportunidades. De las trece, ahora sólo vivimos cinco", afirma.
Fue entonces cuando su vida tomó un giro dramático.Viajó a Florida para usarla como base y desde allí volar a América Central y América del Sur en misiones de ayuda para las poblaciones indígenas del Amazonas, que viven en condiciones extremas de aislamiento, con problemas graves de desnutrición, una expectativa de vida que no supera los 40 años y la amenaza permanente de la malaria –entre otras enfermedades–, las picaduras de serpientes y las inundaciones por las intensas lluvias. Con habitantes que ignoran lo que es una cápsula espacial y su único medio de transporte es la canoa. Allí, muy lejos de su hogar en Oklahoma, Jerrie pasó a dormir en una hamaca y a bañarse en un río. "Les llevaba semillas, antibióticos… y esperanza", graficó una periodista que la conoce bien. Periódicamente, los aborígenes veían bajar del cielo a aquella mujer de pelo corto y rubio, profundamente religiosa, que era su único contacto con el "afuera" y se empeñaba en enseñarles a plantar y cosechar arroz.
"Para mí ha sido la época más feliz de mi vida. Considero un enorme privilegio y un honor ser capaz de ayudar al prójimo. Básicamente soy una persona solitaria, volar es lo que hago y lo que me gusta hacer todo el tiempo que puedo. Lo amo tanto como aquel primer día en que volé, a los 12 años", señala.
Cobb, que ya había obtenido en su país la medalla de oro al mérito Amelia Earhart, fue galardonada por los gobiernos de Ecuador, Brasil, Colombia y Perú por su labor humanitaria, ahora canalizada mediante la fundación que lleva su nombre. Vino varias veces a la Argentina, y guarda los mejores recuerdos. " Es un país hermoso, con gente amigable, cálida, que se preocupa por los demás", dice.
Y mientras ella vivía en su pequeño mundo amazónico, verde y hostil, la NASA tomaba nuevos rumbos, con los transbordadores espaciales. La oportunidad para que una estadounidense viajara al espacio recién llegó el 18 de junio de 1983, con Sally Ride, en el Challenger. Después de ella, muchas otras lo hicieron, incluso una, Eileen Collins, en calidad de comandante . Pero Cobb relativiza el logro de Ride. "En realidad, mucha gente considera que ese hito en nuestra historia espacial se demoró demasiados años y llegó muy tarde. Y es verdad, tardó 20 años, y además ?ella no era piloto."
Jerrie tuvo una segunda oportunidad en octubre de 1998, cuando la NASA decidió sumar un astronauta veterano en la misión del Discovery, para realizar investigaciones sobre el envejecimiento y los efectos de un viaje orbital en los huesos, músculos y hábitos de sueño de una persona mayor. La puerta que parecía definitivamente cerrada volvía, fugazmente, a estar entreabierta.
"Esperé 38 años, he pensado en eso toda mi vida. Voy a hacer lo necesario para conseguirlo", dijo en aquel entonces. Físicamente estaba en óptimas condiciones. Se juntaron 25.000 peticiones en favor de Cobb, y decenas de diarios norteamericanos publicaron columnas de apoyo a su cruzada. Para Estados Unidos, era la oportunidad de pagar una vieja deuda moral. Sin embargo, su destino volvió a cruzarse con el de John Glenn, quien tras dejar el programa espacial se había dedicado a la política, como senador por Ohio y luego precandidato presidencial demócrata en 1984. La imagen e influencia de Glenn fueron un imán irresistible en momentos en que el programa de la NASA ya había dejado de tener el atractivo de antaño y necesitaba un nuevo impulso y también financiamiento para sus planes futuros.
Cuando despegó la nave que llevaba a Glenn, Cobb ni se enteró. "En la jungla no tenemos electricidad", expresó poco después, para añadir que no guardaba rencor alguno a su colega. Y cuando se le menciona que, si las circunstancias hubieran sido diferentes, hasta pudo haber sido el primer ser humano en pisar la Luna, en 1969, solamente confiesa: "Me alegro que Neil Armstrong haya podido hacerlo, pero por supuesto si me tocaba a mí hubiera ido en un santiamén".
Si bien Jerrie no pudo plasmar su anhelo juvenil, concretó otros, tanto o más valiosos. A su manera, ya dejó una huella en un territorio también poco explorado. Al fin y al cabo, en la negrura de la selva las estrellas brillan aún más, como esperándola, después de tantos años, para que ella pueda finalmente cumplir su sueño.
Bio
Edad: 84 años
A los 16 años ya había hecho su primer vuelo sola. Nacida en 1931, para 1960 ya acumulaba 10.000 horas de vuelo. Luego participó del programa para mujeres astronautas, a cargo del científico William Lovelace. Pero la NASA no las autorizó a formar parte de sus misiones. Se volcó a la labor humanitaria, que le valió distinciones de todo tipo.
Momentos
Un pájaro en el Amazonas
La labor benéfica que ha realizado Jerrie Cobb en la región amazónica ocupa un capítulo especial en su vida. En el sitio web de su fundación se resume el espíritu que la ha animado durante 38 años de intenso trabajo. Y revela otros aspectos.
Dice allí: “En todo el Amazonas, «El Pájaro» (tal como se conoce a la avioneta N12JC de Cobb) es un símbolo de esperanza en tiempos difíciles, no sólo para los indígenas, sino para otros aviadores que pudieron haber perdido el rumbo en una geografía casi tan remota como la Luna. Jerrie ha ganado una reputación por encontrar aviones perdidos cuando otros ya habían abandonado la búsqueda. Con una sensibilidad especial para percibir el viento y el clima y una visión aguda, ha llegado a conocer ese mundo como ningún otro piloto”.
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