Jamás soltaré tu mano
La familia no alentaba la relación; los amigos creían que se trataba sólo de un hechizo de verano. A pesar de la gran diferencia de edad y de la distancia, Carlos y Flavia estaban dispuestos a pelear por su amor. Pero ese sería apenas el primero de los grandes desafíos de sus vidas
Cuando Flavia subió al micro, Carlos se olvidó de la playa, de las caipirinhas y hasta de su primo, que lo acompañaba en el viaje. Hipnotizado con sus movimientos gráciles y su sonrisa eterna, él se enamoró al instante y sin remedio. Ella, carioca, estaba pasando unos días con su familia en Fortaleza, mientras que Carlos, un argentino de 30 años, estaba de vacaciones con su querido primo Javier. Corría el mes de marzo de 1994 y ella tenía apenas 18.
Durante los siguientes tres días, compartieron diversas salidas junto al grupo de viaje. A pesar de que ninguno de los dos hablaba el idioma del otro, la atracción entre ellos resultó magnética; era de una fuerza que superaba cualquier lógica.
Al finalizar la estadía, Flavia regresó junto con sus padres a Río, mientras que Carlos y su primo continuaron su viaje hacia Maceió.
Desde el instante en el que se separaron, Carlos sólo supo pensar en Flavia, sentir a Flavia, respirar para Flavia. Para él, los nuevos paisajes carecían de sentido y toda la experiencia de viajar por aquellas tierras extranjeras se había reducido a un sólo propósito: estar con el amor de su vida. El tema eran las edades.
A pesar de cualquier consejo y de aquella voz interior que le advertía que se podían avecinar problemas, Carlos abandonó a su primo al segundo día de su llegada a Maceió y fue a buscarla a Río. La locura más hermosa de su vida. "Aparecí en Río al otro día en el negocio donde trabajaba Flavia, en Tijuca. Ella estaba atendiendo. De pronto, sintió mi perfume, se dio vuelta y simplemente nos abrazamos", recuerda Carlos. Ya eran novios inseparables.
La vuelta a Buenos Aires era inevitable y, para todos, el encantamiento del verano iba a resistir lo que dura un hechizo.
Pero ellos dos no estaban unidos por una simple fascinación; lo sentían y lo sabían. Así fue como durante los meses siguientes ambos intercambiaron cartas de amor y llamados telefónicos que costaron casi todos sus ahorros. A Carlos nada lo detendría: ni la diferencia de edad, ni el descreimiento de sus amigos, ni tampoco la oposición de la familia de ella. La esperanza era lo último que él estaba dispuesto a perder.
En agosto del mismo año, fue a visitar a Flavia y le pidió que viajara a la Argentina para conocer a su familia. Pero Vera, una madre carioca de carácter, se oponía de manera rotunda. Era comprensible, para los padres de Flavia ella era casi una adolescente y él, un extranjero demasiado grande que le podía romper el corazón.
Ya de regreso en Buenos Aires, y lejos de darse por vencido, Carlos continuó invitándola, hasta que un día le envió un pasaje. La madre de Flavia, persistente en su postura, le cambió varias veces la fecha hasta que, finalmente, le dio el permiso para viajar en octubre con la condición de que ella viviera en la casa de la hermana de él.
Un amor correspondido con la misma intensidad es casi un milagro y Flavia y Carlos lo sabían. Cada mirada, cada roce, cada palabra era la confirmación de una pasión que trascendía el tiempo, el espacio y la edad. Sin una sombra de duda, y apenas nueve meses después de que el destino los cruzara en un micro, Carlos le propuso casamiento. Para abril de 1995, ellos ya eran marido y mujer.
No nos daremos por vencidos
Los recién casados se instalaron en Buenos Aires y Flavia, con el apoyo de su marido, tardó muy poco en adaptarse a su nueva realidad. Trabajó en una Lotería, fue profesora de aerobic y en 2003 culminó Odontología con un excelente promedio.
Superar la oposición de la familia, la relación a distancia, la diferencia de edad o los desafíos laborales resultarían, sin embargo, de los retos más sencillos. Desde el primer año de matrimonio, ellos buscaron tener familia, pero ese hijo tan deseado no llegaba. Pasaron las semanas, los meses y, de pronto, también los años. Aquello con lo que más soñaban despiertos y dormidos, se les estaba escapando de su destino.
"Luego de hacernos muchos análisis por el tema de embarazo un médico nos reunió y nos informó que nunca íbamos a poder ser padres biológicos. Ese día fue terrible, pero luego de llorar mucho juntos en un bar, nos dijimos y prometimos que íbamos a acabar todas las posibilidades en pos de nuestro sueño. A partir de ese momento luchamos incansablemente", recuerda Carlos hoy.
Quizás una de las pruebas de amor más fuertes para una pareja, es no soltarse la mano aun cuando alguno de los dos se hunde en la desesperanza, la angustia y hasta la obsesión. Lo que siguió fueron años de tratamientos intensivos en los que, motivados por ese amor profundo que se profesaban, ellos jamás se rindieron. Tampoco el día en el que a Flavia le detectaron un carcinoma papilar.
El nuevo diagnóstico, como un balde de agua de deshielo, los obligó a tomarse de la mano más fuerte aún, levantar la frente, inflar el pecho y enfrentar con coraje todo lo que se avecinara.
"Cuando abrimos juntos el sobre, yo me quedé congelado", recuerda Carlos, " carcinoma papilar rezaba el resultado. Flavia es de hierro y ni se inmutó (o por lo menos no lo exteriorizó en ese momento). Al otro día ya pactamos con el cirujano la operación para extirpar la tiroides. Fue intervenida con éxito, pero el tratamiento postoperatorio con iodo radiactivo duró un par de años, lo que nos obligó a posponer -con justa razón- nuestro deseos de ser padres."
Siempre sale el sol
A pesar de que todas las cartas parecían jugar en su contra, la pareja jamás bajó los brazos. Recuperada Flavia, y después de varios intentos, un 29 de agosto de 2013, a los 38 años de ella y los 50 años de él, nació Helena.
Dieciocho años después, el sol brillaba más fuerte que nunca.
"La emoción para nosotros, para nuestras familias y para nuestros amigos no puedo describirla de lo inmensa que fue. Creo que todo el mundo ayudó y sufrió en nuestra lucha, por lo tanto, cuando este momento ansiado se produjo, fue una explosión de felicidad increíble", rememora Carlos.
Fueron muchas las veces en las cuales él sintió que las cosas en la vida le costaban el doble que a cualquier otro mortal y, sin embargo, hoy se siente infinitamente agradecido por haber podido lograrlas, sin importar el tiempo que le hayan tomado. Para él las claves fueron el amor incondicional que sienten el uno por el otro, y no rendirse jamás.
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