Islas de calor. Qué árboles nativos se pueden plantar en la Ciudad para mitigar el cambio climático
El arbolado urbano ayuda en la mitigación y adaptación a la crisis climática y cumple el rol clave de absorber y almacenar dióxido de carbono (CO2), uno de los principales gases de efecto invernadero responsables del calentamiento global
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Con la llegada de la primera ola de calor del año y temperaturas máximas de entre 35°C y 38°C, se agravará el efecto de las islas de calor en la Ciudad de Buenos Aires.
Ante este panorama, el arbolado urbano cobra un rol fundamental, ya que ayuda a regular el clima local, proporciona sombra y reduce la temperatura del aire y del suelo, que a su vez disminuye el efecto de isla de calor urbana: un fenómeno que provoca que las ciudades sean más cálidas. Además, contribuye en la mitigación y adaptación a la crisis climática y cumple el rol clave de absorber y almacenar dióxido de carbono (CO2), uno de los principales gases de efecto invernadero responsables del calentamiento global.
“Estamos en medio de una ola de calor. La sombra es no solo importante por lo bien que nos hace sentir cuando transitamos debajo de una calle arbolada, sino que también eso influye en la disminución del consumo energético y en una menor cantidad de emisiones”, asegura Jorge Fiorentino, gerente de mantenimiento de arbolado público del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
La Ciudad de Buenos Aires tiene en vigencia el Plan de Acción Climática 2050. Entre los objetivos, busca abordar el cambio climático mediante la conservación y plantación de árboles en la Ciudad. “Es importante revalorizar al árbol en las ciudades como ícono de contacto con la naturaleza y puesta en valor de los bienes comunes, como lo son la flora y la fauna nativas, su importancia natural y cultural”, asegura Claudia Nardini, directora del departamento de educación de Aves Argentinas.
Pero las altas temperaturas en Buenos Aires y sus alrededores, provocadas por el cambio climático, suscitaron a que muchas especies arbóreas elegidas hace aproximadamente un siglo ya no sean las más adecuadas u otras que originalmente no fueron incluidas, “muestran una gran capacidad de adaptación en un escenario de calentamiento global” y “sería parte de un elenco apto para veredas en un escenario de calentamiento climático”, explica Eduardo Haene, ingeniero agrónomo especializado en conservación de biodiversidad y docente de la Universidad de Belgrano.
Los especialistas consultados por LA NACION realizaron una selección de especies aptas para veredas que podrían ayudar a bajar la temperatura en la Ciudad.
Es un árbol mediano, originario de las ecorregiones Esteros del Iberá, Selva Paranaense, Delta e Islas del Paraná, Chaco Húmedo. Posee una copa alta, tupida y amplia, cuyo tamaño se encuentra entre los 15 y los 20 metros de altura.
Su tronco es recto y tiene floración de color rosado y abundante hacia el final del verano. En tanto, sus hojas son grandes y duras. Sin embargo, se pierden de manera total en invierno.
Las flores del Azota caballos son polinizadas por abejorros y, en menor medida, por otros insectos polinizadores. Y sus semillas son fuente de alimento de aves granívoras.
“Muchos de estos árboles [nativos] dan buena sombra, en particular las que tienen hojas grandes y follaje tupido como el azota caballo (Luehea divaricata), un pariente de los tilos”, dice Eduardo Haene.
Es una especie arbórea de gran porte elegante, bellas hojas y una floración notable. El tronco puede llegar hasta los 30 metros de alto y 80 centímetros de diámetro. El lapacho tiene un fuste recto y alto y una copa redondeada. Esta última se torna en un gran ramo floral hacia la primavera.
Sus flores son grandes campanas de tonalidad rosa intenso. Son polinizadas principalmente por abejorros, además de atraer a otras especies que las aprovechan sin necesidad de polinizarlas. En cambio, sacan el néctar desde el exterior de las flores, como lo hacen varias especies de picaflores, o bien se alimentan de estas como lo hacen aves, como los boyeros.
Es originario de las yungas y habita en los bosques húmedos. “Si bien el lapacho es de crecimiento más lento, es una especie muy noble con mejores características que otras especies”, menciona Jorge Fiorentino.
Es un árbol de tamaño mediano, de hasta 15 metros de altura, de fuste recto y copa densa, alta y estrecha, un tronco grueso y flores pequeñas.
Esta especie es originaria de las ecorregiones Selva Paranaense, Delta e Islas del Paraná, Chaco Húmedo, Esteros del Iberá y las Yungas. Habita en bosques de ribera y selvas del norte del país, hasta Buenos Aires.
Sus flores verdes amarillentas se pueden visualizar en la época de primavera. El fruto ronda los cuatro milímetros de diámetro, es drupáceo y globoso, de color rojizo en su madurez. Posee hojas relucientes y suaves al tacto, ideales para brindar sombra. Son simples y con forma de espátula, de hasta seis u ocho centímetros de largo.
El curupí es un árbol de porte pequeño a mediano, de hasta 10 metros de altura. En algunas ocasiones, puede ramificar desde la base. Su copa es globosa con látex, en ramas y hojas, de contornos irregulares y con un follaje péndulo. Tiene un crecimiento rápido, que prospera a pleno sol o semi-sombra, con pocas exigencias de suelo.
Florece en primavera y sus flores son amarillentas; se disponen en forma conjunta o separada, en espigas. Sus flores atraen a abejas, mariposas y otros insectos polinizadores. El fruto es una cápsula marrón en la madurez, con pocas semillas, y su época de fructificación ocurre durante el verano y el otoño.
Esta especie es hospedera de la mariposa “Ninfa mayor” (Dynamine myrrhina).
Es originario de las ecorregiones Esteros del Iberá, Selva Paranaense, Delta e Islas del Paraná, Yungas, Chaco Húmedo y Espinal. Habita en los bosques ribereños y pantanosos, y ocupa las zonas más bajas y húmedas.
En la ciudad es un árbol bajo, con dimensiones entre cinco y doce metros de altura. Posee un tronco grueso y recto y una copa relativamente angosta y redondeada, de porte erguido y un follaje denso y brillante. En las yungas, crece mucho más y está entre las especies más altas, los gigantes, pudiendo llegar a las 40 metros.
La anacahuita pertenece al grupo “apto para veredas en un escenario de calentamiento climático”, ratifica Haene.
Sus flores son blancas y perfumadas y atraen a diversos insectos para su polinización, como mariposas y abejas. Posee hojas lustrosas que contrastan de forma ornamental con sus flores y frutos; estos últimos son rojos anaranjados y atraen a aves frugívoras. Además, tiene propiedades medicinales.
Esta especie es hospedera de la mariposa “Polibio sangrante” (Phocides polybius phanias).
Tiene un crecimiento medio-rápido y es ideal para jardines urbanos. Puede crecer como un arbusto de gran porte, ramificado desde la base. Es originario de las ecorregiones Esteros del Iberá, Selva Paranaense, Delta e Islas del Paraná, Yungas y Chaco Húmedo.
Es un árbol con una altura de hasta 20 metros, de fuste corto y copa ancha y globosa, muy ramificada y tiene un crecimiento mediano-lento.
Sus frutos comestibles son ornamentales ya que van cambiando su color de acuerdo a su maduración, como blancos, amarillos, naranjas y rojos. Son muy buscados por varias especies de aves frugívoras y son hospederas de la mariposa “Ochenta chica” (Diaethria candrena candrena). Se recomienda plantar varios ejemplares para asegurar su polinización.
Es originario de las ecorregiones Espinal Noreste, Esteros del Iberá, Selva Paranaense, Delta e Islas del Paraná, Chaco Seco, Yungas, Chaco Húmedo, Espinal. Habita tanto en bosques secos como en bosques húmedos.
“El chal-chal es un arbolito noble, que ya puede crecer como árbol ideal para veredas o como arbusto, posible de tener en macetas y jardines, incluso formando cercos. Los frutos son muy apetecidos por las aves silvestres. Las hojas se pueden sumar a la yerba del mate”, explica Nardini.
Otras especies señaladas por los especialistas
Bárbara Gasparri, Subdirectora de Ecología de la Municipalidad de San Isidro, señala: “Podría probarse para el arbolado en vereda en CABA y AMBA el blanquillo (Sebastiania brasilensis) y unas especies muy bonitas y que se podrían probar son el chañar (Geoffroea decorticans) y la yerba de bugre (Lonchocarpus nitidus)”. Sin embargo, señala que un limitante para algunas especies es la poca cantidad de viveros que las cultivan.
Por su parte, Haene resalta que “entre las especies de zonas más cálidas recomendadas para veredas de Buenos Aires podemos apuntar visco (Parasenegalia visco), , tarco (Jacaranda mimosifolia), guayaibí (Cordia americana), mandioca brava (Manihot grahamii), pata de buey (Bauhinia forficata), murta (Myrceugenia glaucescens), viraró (Pterogyne nitens), nogal criollo (Juglans australis), ñangapirí o pitanga (Eugenia uniflora), guabiyú o mato (Myrcianthes pungens), palo de jabón (Quillaja brasiliensis), camboatá (Cupania vernalis), tomate de monte (Solanum betaceum) y fumo bravo (Solanum granuloso-leprosum)”.
En tanto, Claudia Nardini destaca como posibles especies nativas a plantar en veredas al lapachillo (Poecilanthe parviflora), al horquetero (Tabernaemontana catharinensis) y al ingá (Inga uraguensis). Este último, perteneciente a la zona rivereña, es hospedero de la mariposa Bandera Argentina (Morpho epistrophus argentinus).
¿Existe una ley?
Una política de protección y conservación es la ley de Arbolado Público Urbano (Ley N° 3263/09), que establece los requisitos técnicos y administrativos que se necesitan en las tareas de intervención sobre los árboles de la Ciudad, como su plantación y reposición, dando prioridad a las especies nativas de la Argentina. La ventaja de éstas es que se adaptan a las condiciones ambientales locales y al lugar de plantación.
Haene advierte que “al cambio climático regional hay que sumarle las temperaturas adicionales que genera la “isla de calor urbano” provocada por la gran superficie construida que se calienta mucho en el día y no se enfría tanto en la noche”. Y agrega: “Las veredas y otros entornos construidos tienen condiciones más extremas de temperatura”. Además, aclara que “las especies nativas requieren cuidados básicos como crecer en canteros amplios, de más de 4 m² por ejemplar, para captar el agua de lluvia. Por lo demás, requieren menos cuidados que especies exóticas de climas templados como fresnos, arces y plátanos”.
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