Isla Martín García. De escala para inmigrantes que llegaban con enfermedades contagiosas a zona libre de coronavirus
MARTÍN GARCÍA.- A 40 kilómetros de la costa del norte bonaerense, en la confluencia del Río de la Plata y el río Uruguay, está la única frontera seca con Uruguay: la isla Martín García. Es la población más antigua del país, descubierta en 1516. Tuvo un papel relevante en nuestra historia: los inmigrantes que llegaban con síntomas de enfermedades contagiosas eran puestos en cuarentena aquí y los que fallecían, cremados. Todavía es posible ver la vieja chimenea del crematorio. "Rarezas de la historias, de recibir a enfermos, hoy somos de los pocos lugares del país que no los tenemos", afirma María Elena Reus, de 65 años, guía de turismo, y una de las 130 habitantes que viven en confinamiento extremo desde que comenzó la cuarentena por el coronavirus. Es de los pocos lugares del país en donde el virus aún no entró.
"Nadie sale ni entra de la isla, solo personal de Prefectura y de la Dirección de Islas: queremos mantener la isla totalmente aislada", afirma María Teresa García, Ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires. Un equipo de LA NACION, único medio autorizado para entrar, recorrió las calles de Martín García. Sin turistas, la vida se desarrolla con tranquilidad. "Como nadie puede salir, nosotros estamos muy bien acá", afirma Martina Marsall, a cargo del Almacén El Truquero. Un televisor muestra las noticias de la Capital. "¿Es todo cierto lo que muestran y dicen?", cuestiona.
"Fuimos pioneros en usar barbijos, no tenemos miedo", afirma Irene del Valle Palomino, una de las trabajadoras voluntarias en el pequeño hospital de la Isla Martín García. Semanas antes de que fueran obligatorios, los confeccionó y se repartieron para todos los habitantes. "Somos privilegiados, estamos es un paraíso y nos cuidamos entre todos", advierte Domingo Aranda, el poblador más viejo de la isla.
"Para nosotros es una prioridad asistirlos con alimentos, pero también anímicamente", afirma Diego Simonetta, director integral de Islas del Delta e Isla Martin García. Dos veces por semana una lancha cruza el Río de la Plata con una pediatra, un médico generalista y lo más preciado: los bolsones de alimentos, artículos de limpieza, y todos los pedidos que los habitantes confinados les hacen a los funcionarios de la Dirección de Islas. Una enfermera queda en la isla y se la releva cada 15 días. "Las mujeres nos piden tintura para el cabello, regalos para los niños que cumplen años", sostiene el funcionario.
Los dos almacenes que proveen de provisiones a los isleños compran a mayoristas de Tigre a través de un catálogo online, pagan por Mercado Pago y en estos cruces en lancha, les llevan los pedidos. "Sabemos que nadie puede venir al continente, para ellos, somos la única conexión con el afuera", sostiene Eugenio Liggesmeyer, director de Islas. Aquí los cargos se olvidan. Cuando la lancha fondea en el puerto, todos tienen que cargar cajas y bolsas.
"La isla está cerrada, si aparece una lancha de alguien que no vive acá, se le incauta la embarcación, se le notifica que debe quedar aislado y queda a disposición de la Justicia", cuenta el Prefecto Néstor René Martínez, de 44 años, jefe de la Delegación de la Prefectura en la isla, que cuenta con 38 efectivos que se quedan un mes aquí (en tiempos prepandémicos, el relevo se hacía cada 15 días), y regresan a tierra firme.
Las medidas se tomaron a tiempo. Ningún habitante de isla ha presentado síntomas compatibles con el Covid-19. Su principal fuente de ingreso proviene del turismo. En verano llegan a visitar la isla hasta 500 turistas por fin de semana, buscando historias y sabores: el presidio, el cementerio con sus cruces misteriosas y el pan dulce. Desde el 16 de marzo, todos los servicios de traslados fluviales y aéreos se hallan cerrados. "Si tenemos un caso activamos el protocolo de evacuación de emergencia, que puede ser aéreo o vía lancha. En ambos casos contempla una ambulancia en destino esperando el arribo para traslado a un hospital de San Fernando", afirma la ministra García.
Una tercera lancha, que provee la Dirección de Escuelas, ingresa al muelle todos los miércoles con los bolsones de comida y los cuadernillos con tareas para los alumnos de todos los niveles educativos. En la isla suman 34 estudiantes, entre jardín de infantes, primaria y secundaria. La Prefectura también ayuda con la distribución de los alimentos. "No queremos que la gente se junte en el muelle, tenemos un tractor y con eso llevamos a las casas de los alumnos el bolsón", afirma el Jefe de Prefectura. "Nos conocemos todos, somos personas muy tranquilas y acostumbradas al encierro, hay poco para hacer", reconoce.
La isla es codiciada por los amantes de la pesca. "La deportiva está prohibida, pero sí permitimos la artesanal para subsistencia", aclara. En la dieta de los isleños, el pescado es un recurso muy usado.
Agua potable
Uno de los grandes problemas es el agua potable. La planta potabilizadora es vieja y le falta mantenimiento, la red domiciliaria traslada agua de baja calidad. Necesita una nueva bomba y cambio de cañerías. En febrero, técnicos de ABSA (Aguas Bonaerenses S. A.) la visitaron para realizar el proyecto técnico de reparación. La cuarentena obligó a frenar los trabajos. "Estamos entregando sobres potabilizadores de agua", comunican desde el Ministerio de Gobierno. La electricidad proviene de un viejo generador. Una vez por mes llega un barco con el combustible para asegurar su funcionamiento. El servicio es estable, al igual que Internet, la conectividad es buena.
En Martín García existen tres restaurante (hoy cerrados): la conocida panadería "Rocío", que abre día por medio y dos almacenes que proveen de todo lo necesario para la supervivencia. "Antes amasábamos el pan dulce todo el año, pero ahora no lo hacemos", afirma David Ricciardo, el panadero. Para muchos, es el mejor del país. "No cambiamos la receta", sostiene. El horno es a leña, acaso uno de los secretos. "Hace unos días atrás, hicimos chocolate para los niños", cuenta Marita Martínez, del restaurante Solis. Lo sirvieron en el salón, hoy vacío.
El dinero es algo que escasea. Sin turistas, los billetes se ven cada vez menos. "Pagamos todo con tarjeta de débito o crédito, o por homebanking", afirma Reus. No hay cajeros ni bancos, el dinero en cash llega siempre por lancha. En la isla la otra fuente de trabajo es la estatal. La Plata es la ciudad cabecera y el distrito del que depende Martín García. "Logramos que muchos de sus trámites los hagan en Tigre o San Fernando", afirma Liggesmeyer. El viaje a La Plata demandaba noche en hotel.
Al norte de la isla, hasta la década del 80, estaba la pequeña isla uruguaya Timoteo Domínguez, pero el sedimento de los ríos Paraná, Uruguay y De La Plata, las unieron naturalmente. En acuerdo con Uruguay en 1988 se estableció allí la única frontera de tierra que existe entre ambos países.
Martín García fue descubierta en 1516 en la expedición de Juan Díaz de Solís. Debe su nombre al despensero de la tripulación, que murió a bordo y fue enterrado aquí. Su posición estratégica siempre la volvió atractiva para las potencias que se acercaron al estuario del Río de la Plata. Desde 1765 funcionó como prisión. Mariano Moreno, luego de la Revolución de 1810 quiso dársela a Inglaterra para equilibrar el peso que tenía España en la zona. Sarmiento planeó fundar allí un estado quimérico, Argirópolis, que incluyera a Paraguay, Uruguay y nuestro país. Durante la Conquista del Desierto fueron llevados indios tomados prisioneros y cautivas que no eran aceptadas por sus familias. En su prisión estuvieron Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Perón y Frondizi. "Los turistas vienen a buscar las tres P: Pan dulce, Prisión y Perón", resume Reus.
"Esperemos que se flexibilice la cuarentena", afirma María José Aranda, de 43 años, docente de la escuela primaria, y vecina de la isla. Ella también está a cargo del camping, en la actualidad cerrado, su esposo es empleado municipal. Marzo venía muy bien de turistas, no solo argentinos, sino también de Carmelo, Uruguay. La costa uruguaya está a solo 3 kilómetros.
"Lo único que sentimos es no poder juntarnos", afirma Reus. El ejido urbano es muy pequeño, la comunidad es endogámica. "Cuando comenzó la pandemia pensábamos que esto iba a pasar solo en China o Europa, y cuando llegó nos sorprendió", sostiene. "Llevamos una vida muy tranquila, como vivimos aislados, somos muy previsores en las compras, y no tenemos esa necesidad de consumo que existe en el continente", confiesa.
"Nos podemos quedar sin carne, pero tenemos pescado", apunta en clave optimista. La tecnología resultó ser una aliada para esta inusual cuarentena. "Nos hacemos videollamadas entre los vecinos, la vamos llevando así, al principio, no sabíamos, pero luego aprendimos", cuenta la guía de turismo. Como muchos, tiene familia "del otro lado del río", dos hijos, con quienes a diario utiliza el mismo recurso. "Aunque lo virtual, no suplanta el contacto físico", reconoce.
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