Irma, la abuela tech que estudia informática, italiano, psicología, cocina y practica Tai-Chi
Tiene 80 años y vive en Córdoba; a través de su celular y su computadora, se comunica, se informa, realiza cuatro cursos y hasta viaja por el mundo con los mapas virtuales; las tareas de la casa, a cargo de un robot-aspiradora
Irma Vasconi guarda sus cuadernos, sus libros y su notebook en la mochila. Antes de salir de su casa, chequea que no se esté olvidando el celular. Luego, toma el colectivo y se traslada una hora hasta la universidad. Allí, la esperan largas horas de estudio de informática, Italiano y psicología. Luego, pasará por su casa a buscar las cocadas de zanahoria que preparó para el curso de cocina. Y, por último, buscará trabajar la mente y el espíritu en sus clases de meditación. Todas esas actividades lleva a cabo, mientras espera su cumpleaños número 81 y se divierte con sus nietos.
Mujer, madre y abuela, Irma Vasconi nació en Córdoba Capital en 1936. Su padre, Massimo Vasconi, era un italiano del pueblo Massa Carrera, quien llegó al país en época de guerra. Aunque dice que nunca pudo viajar a conocer el pueblo de sus antepasados, asegura que lo conocé de punta a punta: suele trasladarse a cualquier lugar del mundo con los mapas de Google en su computadora.
Cuando estaba en el colegio, debió interrumpir sus estudios para salir a trabajar y ayudar en la economía familiar. Luego, se casó, tuvo tres hijos, y durante largos años debió trabajar y encargarse de las actividades domésticas. Hoy, lleva a cabo talleres sobre tecnología, neurolingüística, idiomas, cocina y de meditación. De la casa, ya no tiene que preocuparse: su hijo le regaló un robot-aspiradora al que bautizó como “Robotina”.
“Antes no me daban los tiempos. Primero por querer dedicarme de lleno a mis tres hijos. Y, segundo, porque eran otras épocas. Todo era más difícil, sobre todo para la mujer. Ahora, el que no estudia es porque no quiere”, reflexiona Irma Vasconi en una entrevista telefónica con LA NACION.
Dos veces por semana se traslada en colectivo durante una hora desde su casa, en el barrio Poeta Lugones, hasta la Universidad de Córdoba. Allí, realiza cursos de informática, psicología y de idioma italiano.
“Aprendí a manejar a los 50 años, así que podría ir en auto, pero a mi edad me parece riesgoso porque uno va perdiendo los reflejos. Me acuerdo que mis amigas me decían ´loro viejo no aprende´, pero aprendí y nunca tuve problemas”, cuenta.
Irma no sabe lo que es aburrirse. Mientras espera que se cocinen las cocadas de zanahoria que realiza para el curso de cocina que lleva a cabo en la Capilla San Jorge, entra a la aplicación Duolingo. Según dice, en la facultad tiene vacaciones de invierno, y, para practicar, lo que hace es usar la aplicación digital en la que se puede practicar idiomas.
Cuando su familia llama a su casa y da ocupado, ya no se preocupan. Lo que hacen es escribir en el grupo de Whats app que está toda la familia: ¡¿Dónde estará ahora la nona?!”. Para ella, las palabras app, wifi o bluetooth son términos de todos los días.
Inseparable de su smartphone y su palito selfie, utiliza el celular para hablar con uno de sus hijos que vive en Buenos Aires (dice que si está preocupada se fija “en su última conexión”). Además, tiene grupos de Whats App con sus compañeros de facultad para hacer trabajos. “El que no tiene esta aplicación no sé cómo vive”, opina.
Llevó la tecnología hasta los rincones más sagradas de la casa. Una vez que aprendió a navegar por internet, se compró una notebook. A partir de ahí, regaló todos sus libros de cocina: dice que todas las recetas las encuentra online.
“La informática me ayudó en todo. Primero, estar actualizada sobre las noticias y sobre mi familia y amigos. Segundo, en mis tareas de la vida cotidiana. Antes tenía que ir personalmente a pedir un turno para el médico o a la ANSES. Ahora lo hago todo vía correo electrónico”, cuenta.
En los últimos años, Irma hizo cursos y talleres de yoga, meditación (una disciplina llamada Tai Chi), informática, de neolinguistica, de italiano, pintura, psicología y cocina. “En la vida hay que hacer lo que a uno le gusta”, dice.
¿Qué le queda pendiente? Ahora tiene ganas de hacer “aqua gym”, para practicar estar en el agua, ya que aprendió a nadar a los 68 años y quiere seguir mejorando.
Mientras tanto, dice que ejercita la mente, el cuerpo y el alma. Desde hace dos años realiza un taller de la memoria cognitiva en la Facultad de Psicología. Junto con sus compañeros, trabajan la memoria a corto, mediano y largo plazo.
La abuela no puede quedarse quieta. Hace años había arrancado yoga, pero ya no le gusta. Ahora está experimentando con otra disciplina de meditación, llamada Tai Chi. “Es buena para los huesos, la cabeza y el espíritu”, explica.
Darío Gaitán, su hijo, ingeniero de 50 años que vive en Buenos Aires, habla de ella con orgullo. “Es un modelo de motivación y perseverancia. Es una gran madre y abuela. Tal vez sea un caso entre muchos, o tal vez sea una excepción. Pero si de algo estamos seguros es que honra cada minuto de su vida”, cuenta a LA NACION.
Irma tiene que cortar la comunicación para terminar de cocinar las cocadas de zanahoria que llevará al curso de cocina de esta tarde. Al despedirse, reflexiona: “Antes que todo, soy feliz por mis hijos y mis nietos. El día que no pueda hacer nada, me quedaré sentada. Mientras tanto, me manejo”.
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