Investigadores desvelan la evolución del extraño cáncer contagioso que se transmite en el mar
Hay más de una decena de tumores transferibles en moluscos, y unos berberechos iluminan las claves de la leucemia transmisible
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MADRID.– El cáncer puede ser contagioso en condiciones extremadamente excepcionales. El biólogo José Tubío recuerda el caso de un cirujano alemán que se hizo una pequeña herida en la mano izquierda mientras extirpaba un tumor maligno. Cinco meses después, el cáncer del paciente había crecido en un dedo del médico. En Japón, dos niños sufrieron tumores de pulmón generados a partir de células del carcinoma de útero que tenían sus madres el día del parto. Se calcula que apenas una de cada 500.000 madres con cáncer se lo transmite a sus hijos a través de la placenta.
En los moluscos, explica Tubío, el cáncer transmisible es mucho más habitual. En una lata de berberechos puede haber varios ejemplares con leucemia, igualmente sabrosos y seguros de consumir. No es un cáncer surgido en cada individuo, sino células cancerosas procedentes de un mismo tumor remoto que llevan miles de años saltando de berberecho en berberecho por el mar. Tubío, de la Universidad de Santiago de Compostela, cree que este fenómeno puede ayudar a entender las metástasis, responsables del 90% de las muertes por cáncer en las personas.
El biólogo, nacido en Santiago hace 45 años, fue uno de los científicos que descubrió en 2014 un nuevo tipo de tumor facial contagioso en el diablo de Tasmania. Este carnívoro marsupial australiano, popularizado por los dibujos animados de la Warner Bros, ya estaba amenazado por otro cáncer transmisible, observado casi una década antes. El descubrimiento de un segundo tipo sugiere que los tumores transferibles pueden surgir en la naturaleza con mayor frecuencia de lo que se pensaba. Los diablos se pasan las células cancerosas por contacto, sobre todo en mordeduras durante peleas o en la cópula. El cáncer crece y deforma el hocico del animal, hasta que es incapaz de alimentarse y muere.
El equipo de Tubío ha recorrido las costas atlánticas europeas y la marroquí en busca de berberechos con leucemia. Los investigadores los enviaban vivos por correo urgente o los transportaban ellos mismos en avión o en el maletero del coche hasta su laboratorio en la Universidad de Santiago de Compostela. El grupo ha analizado unos 7000 berberechos, casi el 6% de ellos con cáncer. Sus resultados han supuesto “un shock”, según Tubío.
La información genética de los animales está agrupada en paquetes: los cromosomas. Estos moluscos suelen tener 38, pero sus células cancerosas alcanzan los 350, y además están muy deteriorados. “En tumores humanos te encontrás conjuntos de cromosomas totalmente aberrantes, pero el nivel que hemos visto en los berberechos es extremadamente inestable. ¿Cómo es posible que pueda vivir un tumor durante miles de años con este tremendo caos en su genoma? Es un nuevo paradigma”, opina el biólogo.
La comunidad científica ya ha descubierto 11 tipos de cáncer transmisible: ocho en moluscos bivalvos —como almejas, berberechos y mejillones—, los dos en el diablo de Tasmania y otro en los perros. Tubío también ha investigado este tumor venéreo canino, que se contagia durante la cópula y crece en las zonas genitales. El biólogo recalca que son células de un perro concreto que se volvieron cancerosas hace unos 8000 años y desde entonces llevan multiplicándose y saltando de individuo en individuo.
Tubío cree que el de los berberechos “seguramente es el cáncer transmisible más antiguo que se conoce”. Su estudio, publicado en la revista especializada Nature Cáncer, calcula que estos tumores surgieron “hace siglos o milenios”. El grupo del biólogo Michael Metzger, del Instituto de Investigación del Pacífico Noroccidental (EE. UU.), publica otro trabajo en paralelo que calcula que el cáncer de la almeja de Nueva Inglaterra tiene como mínimo 200 años. “Seguramente ambos tumores sean milenarios”, opina Tubío.
El investigador señala que las células cancerosas de los berberechos son tan diferentes de las normales que su equipo llegó a pensar que ese tumor provenía de una especie extinta. “Finalmente, hemos concluido que surgió en un berberecho de la misma especie hace miles de años. Tenemos algunas estimaciones que sugieren que la edad de este tumor está entre 100.000 y medio millón de años, pero esto exige un estudio más riguroso”, apunta.
Búsqueda en las playas
Las biólogas Alicia L. Bruzos y Seila Díaz se pasaron meses buscando berberechos con leucemia por las playas junto a otros colegas. Bruzos está acostumbrada a las miradas de extrañeza cuando cuenta a qué se dedica, pero contraataca con nombres de científicos que han ganado el Nobel de Medicina investigando animales marinos. El ucraniano Elie Metchnikoff recibió el galardón de 1908 por descubrir la fagocitosis —el proceso por el cual un glóbulo blanco destruye una sustancia extraña— tras pinchar a larvas de estrella de mar con espinas de rosal. Los británicos Alan Hodgkin y Andrew Huxley revelaron los mecanismos eléctricos de las neuronas estudiando calamares y ganaron el Nobel de 1963. Y el también británico Tim Hunt descubrió, en los erizos de mar, unas proteínas esenciales para la división celular. Recibió el premio de 2001.
Bruzos, ahora en la Universidad de Caen (Francia), dedicó su tesis doctoral en Santiago de Compostela a los berberechos con leucemia. “No quiero decir que esto vaya a ser una investigación de Premio Nobel ni que estudiar los tumores de los berberechos vaya a curar el cáncer, pero hay muchísimas cosas que hoy sabemos que se descubrieron investigando animales o plantas que no son comunes”, explica la bióloga, nacida en Lugo hace 30 años.
“Un cáncer contagioso es un cáncer que es capaz de ir de un individuo a otro individuo. Parece ciencia ficción, pero, si lo pensamos bien, el principal problema del cáncer hoy en día en nuestra sociedad es la metástasis. Y la metástasis ocurre cuando una o varias células del tumor primario adquieren la habilidad de viajar a otras partes del cuerpo. Se ve rápidamente la analogía. Si averiguamos cuáles son los mecanismos moleculares que permiten a una célula abandonar un individuo y llegar a otro, en este caso por el mar, puede ayudarnos a tener ideas de nuevas estrategias para intentar curar la metástasis de un cáncer normal”, opina Bruzos.
El bioquímico Óscar Fernández Capetillo estudia los entresijos moleculares que desembocan en el cáncer, en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), en Madrid. “La ciencia es fascinante si la pregunta es interesante, aunque se haga en grillos”, defiende este especialista, que no ha participado en el nuevo trabajo.
“Explorar el genoma de los tumores transmisibles es un ejercicio muy interesante, que habla de la evolución del cáncer y de cómo un tumor que tiene mucho tiempo al final va acumulando mutaciones que le permiten generar auténticos frankensteins cromosómicos, con un número de cromosomas gigantesco”, señala.
“Este tumor surgió en un berberecho, que se lo pasó a otro berberecho, que a su vez se lo pasó a otro berberecho. Es como un tumor que ha tenido 1.000 vidas”.
Fernández Capetillo, jefe del Grupo de Inestabilidad Genómica del CNIO, tiene en su laboratorio células cancerosas de tumores humanos con más de 150 cromosomas, frente a los 46 habituales. “Yo creo que los mecanismos que explican por qué un genoma de berberecho cambia tanto no van a ser muy diferentes de por qué un genoma de una célula tumoral humana cambia tanto. Lo que pasa en un berberecho se aplicará casi seguro al genoma humano”, opina.
José Tubío cuenta una anécdota de su infancia. Cuando tenía unos cinco años, fue con su padre a recoger berberechos ilegalmente a la ría de Noia, en A Coruña. “Cogimos dos bolsas enormes. Al salir de la playa, estaba la Guardia Civil esperándonos”, rememora.
Al niño Tubío se le quedó grabado ese recuerdo amargo de hacer algo mal. Casi cuatro décadas después, logró 1,5 millones de euros del Consejo Europeo de Investigación para financiar sus estudios. Su equipo ha descrito el genoma de referencia del berberecho y ha iluminado sus tumores contagiosos, lo que también ayudará a evitar los eventos de mortalidad masiva que sufre la especie. “Quién me iba a decir a mí que 40 años después de aquello iba a poder pagar por aquel acto vandálico”, celebra.
Por Manuel Ansede
©EL PAÍS, SL
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