Intolerancia al gluten: de qué se trata este trastorno que es 20 veces más frecuente que la enfermedad celíaca
Ambas pertenecen al conjunto de trastornos relacionados al gluten y, si bien tienen síntomas similares, tienen grandes diferencias
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“Antes de ser diagnosticada como intolerante al gluten, vivía con dolores de panza y de cabeza, estaba súper hinchada, iba mal al baño y me dolía el intestino. Yo lo atribuía a nervios por la facultad, pero terminé esa etapa y seguía igual. Me hice los estudios de celiaquía y me dio negativo. Pero cada vez que comía harinas me seguía sintiendo mal, así que comencé la dieta sin gluten y me empecé a sentir muchísimo mejor. Estoy con más energía, deshinchada y sin dolores”, cuenta Victoria Compagnoni, de 23 años.
El caso de José Aguilar, un hombre de 30 años, es similar: “Decidí ir al médico porque cuando comía alimentos con harinas se me hinchaba y endurecía mucho la panza como si hubiera comido en exceso. Me dijeron que no era celiaquía, pero que tenía cierta intolerancia al gluten. Ahora tengo que comer sin gluten, pero los cuidados no son los mismos que para un celíaco. Por ejemplo, la contaminación cruzada no me hace mal”.
“La intolerancia o sensibilidad al gluten es cuando uno se siente mal tras consumir un alimento con gluten. La persona puede sentirse hinchada, con gases o cansada, pero no es lo mismo que la celiaquía”, aclara Horacio Rubio, médico gastroenterólogo y expresidente de la Sociedad Interamericana de Endoscopia Digestiva.
“Las personas con la enfermedad celíaca tienen una respuesta autoinmune al gluten. Esto significa que sus cuerpos tratan de luchar contra el gluten como si fuera un virus y esa reacción les causa inflamación y daña sus tractos digestivos. La sensibilidad al gluten causa muchos de los mismos síntomas que la celiaquía, pero las personas afectadas no tienen un gen anormal ni anticuerpos en sangre como si tienen los celíacos”, precisa Rubio.
Dolores Matoso, médica gastroenteróloga especialista en intestino delgado del Hospital Italiano, agrega: “La intolerancia al gluten está dentro de los tres trastornos relacionados al gluten, que son la enfermedad celiaquía, la alergia al gluten y la intolerancia o sensibilidad al gluten. En la celiaquía el cuerpo utiliza un mecanismo autoinmune, mientras que en la alergia el mecanismo es alérgico. La intolerancia al gluten no tiene un mecanismo específico de generación de daños, lo que se sabe es que las personas se sienten bien al excluir el gluten de su dieta y es por ello que la gente suele hacer la dieta sin tener el diagnóstico confirmado. Los síntomas se superponen en los tres cuadros, pero la intolerancia no es una enfermedad como la celiaquía sino que por ahora es un trastorno”.
Sacar el gluten es necesario en las tres condiciones, según explica Matoso, pero en la celiaquía hay que llevar una dieta estricta de por vida y requiere máximos cuidados como el de la contaminación cruzada. En cambio en la intolerancia al gluten uno puede bajar el consumo sin ser tan estricto.
De todos modos, los expertos coincidieron en la importancia de consultar con un médico antes de iniciar una dieta libre de gluten ya que cualquier dieta siempre tiene que ser ajustada a los requerimientos de cada individuo y controlada por un nutricionista para no generar desequilibrios nutricionales.
“Cualquiera puede tener intolerancia al gluten, aunque es más habitual en las mujeres. Algunas personas nacen con ella y otras la desarrollan a lo largo de su vida. En Estados Unidos cerca del 6% de la población tiene intolerancia al gluten, mientras que el 1% tiene celiaquía. En nuestro país las proporciones son similares”, confirma Rubio.
Un tema mayor de salud pública
“El concepto más importante es que muy pocas personas saben que pueden tener su salud afectada por la intolerancia al gluten, que es 20 veces más frecuente que la celiaquía. Es decir, cada un celíaco, hay 20 personas sensibles al gluten”, afirma el médico clínico gastroenterólogo Facundo Pereyra.
Tal fue el caso de Mónica Cánepa, una mujer de 62 años, que a lo largo de su vida sufrió muchos dolores de cabeza y vómitos. Los estudios siempre le salían bien y le terminaban dando medicación neurológica por un tiempo. “Así estuve por años. Iba a un cumpleaños y volvía destrozada. En la pandemia el malestar se recrudeció porque estaba en casa todo el tiempo y comía más harinas. Entonces leí sobre un desafío de dejar el pan por una semana. Lo probé, noté que no me dolía la cabeza y me sentía bien, hasta que volví a ingerir gluten y me cayó muy mal. Ahí fui al clínico, me hicieron los estudios y me confirmaron que no era celíaca, pero que tengo intolerancia al gluten”.
Los síntomas son muy parecidos, pero la celiaquía tiene marcadores en sangre, lo que facilita el diagnóstico. En cambio la sensibilidad no y el diagnóstico se realiza por sospecha clínica, retirando el alimento y volviéndolo a introducir.
“Es un tema mayor de salud pública porque la enorme mayoría de esas personas no sabe que tiene este problema, entonces vive con síntomas como dolores de cabeza, hormigueos, adormecimiento en el cuerpo, erupciones de la piel, hinchazones, dificultad par bajar de peso, falta de energía, dolores articulares, aftas, visión borrosa, neblina mental, síndrome de piernas inquietas, infecciones urinarias recurrentes y otros que todos tienen que ver con la alteración de la permeabilidad del intestino”, dice Pereyra, que además es autor del libro Reseteá tus intestinos.
Según Pereyra, es importante difundir este mensaje porque muchas personas se pueden curar de cuadros de ansiedad o depresión retirando el gluten de sus dietas. “A diferencia de la celiaquía, que ya tiene más de 30 años de recorrido y es fácil de diagnosticar, la intolerancia al gluten se descubrió hace ocho o diez años como mucho y aún no es tan sencillo su diagnóstico”, finaliza.
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