Ingenio y voluntad para que la escuela siga llegando a todos
A Belén la cuarentena la obligó a poner entre paréntesis demasiadas cosas. Suspendió una mudanza, archivó varias propuestas que tenía armadas para trabajar en el aula de la escuela pública donde se desempeña desde hace un tiempo. Y se vio obligada a dejar de ir a la escuela de educación especial a la que había ingresado este año y donde recién estaba conociendo a las familias y a los chicos.
Mientras cuenta todo esto, la imagen de la videoconferencia se desdibuja, pero no tanto como para opacar el brillo íntegro, afable, de su mirada. Viene de coordinar dos encuentros seguidos en Zoom con un séptimo grado especialmente parlanchín, para el que los cuarenta minutos que ofrece la aplicación resultan escasos. "Me divertí con ellos", dice Belén, que adora a sus alumnos. Y se alegra al escucharlos, y los extraña. Pero también se angustia, se estruja el cerebro para transformar en recurso digital el material que tenía preparado para este año. Y ve cómo las horas laborales, entre tantas cosas que la pandemia alteró, se extienden como un continuo que amenaza abarcarlo todo.
Además de maestra, es licenciada en Psicología por la UBA. Ese carácter dual la llevó a trabajar en una escuela de educación especial en La Boca, lugar que hoy forma parte de sus desvelos. Porque, justo cuando daba inicio a la delicada orfebrería que arman la palabra y el lazo afectivo, cayó la peste y mandó a todo el mundo a casa. "Intento continuar los vínculos por WhatsApp –cuenta–. Pero no es lo mismo. Está la angustia del encierro, padres y madres que tienen que estar las veinticuatro horas con los chicos. Intentamos dar consignas recreativas, acompañar". Porque educar también es sostener vínculos, armar redes de contención, preocuparse por el otro, explica. Y porque nadie aprende solo.
Belén reflexiona: la enseñanza a distancia imagina un alumnado ideal, homogéneo, con recursos tecnológicos y mucha autonomía. Pero el alumnado realmente existente es diverso; no hay familia idéntica a la otra, ni recorridos escolares estrictamente iguales. Mucho menos, igualdad económica. En el aula, señala, lo heterogéneo enriquece debates, búsquedas, preguntas. Pero en lo virtual asoma como un problema.
"Algunas familias tienen acceso a una conexión digital, pero otras no –describe–. No todos los padres y madres saben o pueden acompañar a los chicos frente a las plataformas virtuales. Ese es el mayor desgaste mental para nosotros: poner ingenio y voluntad, hacer un relevamiento de los que no se conectan, pensar estrategias para llegar a todos". Por eso, cuenta, en las escuelas disponen de material impreso para quienes carecen de conectividad. "Muchas cosas, de un día para el otro", resume, y un poco se ríe.
Con más fuerza se reía hace un rato, cuando los entusiastas de séptimo grado le contaban, vía Zoom, cómo resolvieron en casa las experiencias con bicarbonato, vinagre y sal que les había encomendado hace unos días atrás. "Todos estamos aprendiendo", afirma. Y lanza la que no solo para ella está siendo la gran enseñanza del último tiempo: "Nada reemplaza a la escuela, ni a las relaciones que se establecen en ella".
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