Indio Solari: Olavarría y después
Crónica de una ciudad dividida por el recital
Quedó temblando, Olavarría. La ciudad entera es una criatura recién asaltada. De la terminal ya salieron los micros con los últimos rezagados, es decir, ya está: ya pasó. Pero no, porque ahora a la ciudad le toca enfrentar el después, la estela del shock. Y esto que quedó no es Olavarría, es Olavarría después de un show del Indio: son dos ciudades distintas.
En los negocios de la calle Necochea los vecinos cruzan sensaciones -sólo porque son amables y no quieren cruzar reproches. Vivió su propia grieta, la ciudad, durante estas últimas semanas. A un lado, los que siempre estuvieron en contra del show; al otro, los que siempre estuvieron a favor. Se discutió en las plazas y en los bares. Ahora, en la ferretería Víctor de la calle Necochea, un hombre le vende a otro una caja de herramientas y de paso le dice:
-Viste, Carlos, yo te dije.
Carlos pregunta si no le gustó ver a su ciudad siendo mencionada en las pantallas de todo el país y después dice que con el diario del lunes, cualquiera. Esta charla se repite en las casas y en las familias. Los dos hombres terminan pidiendo que por favor nunca más.
Olavarría es un pueblo determinado por dos grandes acontecimientos: un penal, Sierra Chica. Y una cementera, Loma Negra. El espíritu que proviene de ese cruce no será un pop de colores. Tampoco es Tandil, acostumbrada a recibir crónicamente contingentes de turistas, a tener en sus calles gente que claramente no vive allí. Acá llega poco la visita y Olavarría está más acostumbrada a dialogar consigo misma. Finalmente, la geografía, el determinante mayor de cualquier sociedad.
-Vivimos en el centro exacto de la provincia de Buenos Aires, en medio de la llanura. Esa llanura también la llevamos encima.
Dice el hombre que atiende la librería de Lamadrid y Dorrego. El vecino olavarriense es sobrio, introspectivo. “Más del campo”, se definen. Y sin embargo fue el vecino, antes que el Estado, el que salió al rescate.
En Lola, el local de ropitas de la calle España, Mariana, la chica que lo atiende, cuenta que en su barrio salieron todos con viandas, con cargadores, con agua. Vive a doce cuadras del predio y aunque podría haber estado enojada con la marabunta que le transtornó la ciudad, dice, sintió que cualquiera de esos chicos podía ser su hijo, su hermano menor.
Empezar a recuperar la calma está muy lejos de haberla recuperado. Ahora se trata de lo que queda. Y queda determinar los responsables, tanto en el sector público como el privado. Queda Antonella Falcón en la terapia intensiva del hospital municipal, que anoche fue desentubada y de a poco se recupera. Y queda Daniel Robles, que también, ya despertó y puede hablar. Queda que vuelva el TC, la fiesta que desborda a la ciudad pero a la que la ciudad está acostumbrada. Y después, sí, quedará volver a ser Olavarría, la de siempre.
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