Independencia controlada: cómo balancear las vacaciones con hijos adolescentes
En el parador Boutique, en Pinamar, la música electrónica suena tan fuerte que se escucha desde lejos. De hecho, a varios metros de los parlantes, aunque sin poder escapar de los bajos que pegan fuerte en el pecho, está Pedro Olmedo, de 51 años, sentado en una reposera mientras lee un libro del psicoanalista Gabriel Rolón. Cada tanto levanta la mirada y abandona la lectura: dice que no se puede concentrar. Sin embargo, no se levanta para ir en busca de una playa más tranquila.
"Esta es la playa que le gusta a los chicos, y bueno, vinimos acá para que él disfrute, aunque yo preferiría el silencio para poder leer tranquilo. Igual, después de un rato ya ni escuchás la música, te acostumbrás", afirma Olmedo entre risas.
Olmedo es uno entre tantos otros padres de adolescentes que planificaron sus vacaciones para que sus hijos puedan estar cerca de sus amigos. "Necesitan estar bajo una especie de independencia controlada, y Pinamar es un lugar ideal para eso. Vinieron muchos amigos de Damián, mi hijo, que tiene 17 años. Entonces ellos se juntan, salen, pero al mismo tiempo podemos pasar momentos en familia y nosotros nos quedamos tranquilos de que están bien y no andan solos", dice Olmedo.
El concepto de "independencia controlada", que usó Olmedo, tal vez es la mejor síntesis para definir lo que buscan estos padres. Saben que muchos amigos de sus hijos vinieron solos y les alquilaron un departamento, aunque ellos no están de acuerdo con eso.
A metros de ahí, está Carolina Lázaro, de 46 años. Es madre de Rocío, de 17. Ellas invitaron a Luna, una amiga del colegio. Esta situación se repite. Muchos padres invitan a otros amigos de sus hijos para completar este híbrido que oscila entre las vacaciones familiares y la diversión entre pares.
"A ella ya no le divierte caminar conmigo por la playa", dice Lázaro, con cierta nostalgia. "Acá van y vienen solas, hay cierta seguridad. Hay muchos chicos y chicas del colegio, van a bailar, disfrutan el día de playa. Igualmente, aunque estemos en Pinamar, yo las voy a buscar al boliche. Tengo un sexto sentido de madre que hace que me despierte cuando está terminando la noche. Ahí salgo y las busco".
Para Mónica Cruppi, psicoanalista especialista en adolescencia y didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), las primeras vacaciones sin familia y con amigos constituyen una nueva experiencia a vivir y, en la mayoría de los casos, lleva el sello del temor a lo desconocido. "El irse solos de vacaciones lo toman en líneas generales como un voto de confianza. También están probando, viviendo y preparándose para la vida adulta. Otros transgreden los límites llevando a cabo acciones que no harían normalmente. La adolescencia se encuentra llena de contradicciones: es confusa, dolorosa, ambivalente, caracterizada por confrontaciones y transgresiones con el medio familiar y social", dice.
Este verano, la muerte de Fernando Báez Sosa, de 19 años, asesinado a golpes por un grupo de rugbiers a la salida de un boliche en Villa Gesell, reafirmó ese temor frente a lo inesperado, sobre todo en lugares donde hay jóvenes y algunos excesos.
"No podemos no venir, o sea, de lo que pasa acá se habla todo el año, no podemos quedarnos afuera", argumentan Daniela y Marina, dos amigas de 18 años, que bailan con los pies en la arena. Ellas vinieron con sus respectivos padres pero, a partir de las 18, cuando arranca el after beach, abandonan la carpa familiar para acercarse a los parlantes que funcionan como un imán para los jóvenes.
"Son vacaciones, pero uno no duerme hasta que llegan, esta etapa de la vida es así", explica Lucio López, de 59 años, que come unas rabas junto a su hijo, Ezequiel, de 18. "Él es hábil, buen pibe, nunca se mete en problemas, pero uno nunca sabe, pasan muchas cosas hoy en día. Por eso, por más que confíe en él, no me quedo del todo tranquilo".
Y entonces, ¿cuál es la edad ideal para que los chicos empiecen a irse solos de vacaciones?
José Eduardo Abadi, médico psicoanalista y didacta de la APA, destaca que, más allá de la edad cronológica, es importante el nivel de madurez que tenga el hijo, es decir, qué nivel de armonía encuentra entre las ganas de divertirse y la responsabilidad que eso implica. "Ese combo, que tiene que ver con la madurez, está ligada, en términos personales, a los valores que cada chico tenga y si tiene en cuenta el cuidado del otro –dice–. Esto va a ser importante para saber cómo va a regular su conducta. Pero también habrá que tener en cuenta a los amigos, es decir, el entorno, por el efecto que pueden tener los grupos sobre cada uno".
Para Abadi el vínculo que tienen los padres con el hijo también es fundamental. "El diálogo, la observación, hay que conocer a los hijos. Aunque, de todos modos, en momentos de inestabilidad social, está bueno que los padres estén cerca y los acompañen en sus vacaciones", agrega.
Fernando Silvestre, de 49 años, es padre de Matías, de 18."De ninguna manera, todavía son muy chicos para eso. Fue una larga discusión para hacerle entender que no había ninguna posibilidad de que venga solo con los amigos. Tienen todos 18 años, no saben cuidarse, nunca vivieron solos. Acá él vino con nosotros y a la noche se va a la casa de los amigos que vinieron por su cuenta, así yo me quedo tranquilo y él no se pierde la joda. Pero vi un par de fotos de la casa y está hecha un desastre", dice.
Lo mismo piensa Mariana Rodríguez, de 50 años, que está sentada tomando sol, rodeada de reposeras vacías. Claro, son las que usan sus hijos y los amigos, que ahora están bailando a metros de ahí. "¿Solos acá? Ni loca. Pinamar dentro de todo es seguro pero estos si están solos sabés las macanas que se mandan. Prefiero pecar de cuida a que pase algo. Nosotros dejamos de ir a Brasil, donde siempre vamos, y este año elegimos Pinamar más que nada por ellos", dice.
Sobre esta cuestión, Lucas Ventoso, secretario de seguridad de Pinamar, relata dos casos puntuales en donde tuvo que intervenir personalmente por grupos de jóvenes de 17 años que estaban solos en dos casas.
"Había un par de casas grandes que eran un punto de concentración de adolescentes para hacer la previa hasta las 3 y después salían. Yo fui personalmente a hablar con ellos, a unos los agarré comiendo un asado y a los otros merendando, repartí mi tarjeta y les planteé la situación de las denuncias por parte de los vecinos", dice Ventoso.
"Les dije que mi intención era que terminen sus vacaciones de la mejor manera posible, sin que tengan problemas con la policía, porque frente a las denuncias yo no puedo no hacer nada. La respuesta de los pibes fue lógica, lo entendieron bien. Les dije 'ustedes están alquilando una casa con el contrato firmado por sus padres, o sea que los voy a tener que llamar a ellos si esto sigue así'. Y cortaron la fiesta, cuando uno va a hablar bien, en general, todo mejora", agregó.
Ventoso describe a esas casas como si fueran una especie de boliche. "Tenían un arsenal de alcohol. Todo ese alcohol lo compran con plata de sus padres. Los padres saben que los pibes terminan borrachos, y no pueden desentenderse de la salud de sus hijos. En Pinamar es un tema de salud pública porque se levantan a muchos chicos ebrios en la calle que necesitan asistencia médica. A veces parece que los límites tenemos que ponerlos nosotros, desde el Estado".
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