Con ramas verdes, los pobladores intentan frenar el desastre ambiental
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SAN MIGUEL, Corrientes.- La franja de fuego que mide unos cinco kilómetros avanza a una velocidad estremecedora desde la mañana del sábado. Nada la puede detener en Lomas de Vallejos, una zona rural ubicada a 100 kilómetros de la ciudad de Corrientes. Del otro lado, quienes se oponen a esa línea interminable de llamas son tres pobladores sin armas para esa pelea. Solo portan ramas verdes de Pichana, un arbusto que crece en esta zona cercana a los Esteros del Iberá, que azotan con bronca para apagar el suelo encendido. A la par, un grupo de peones tira baldazos de agua a la base de los postes de luz para evitar que las llamas corten los cables. Todo parece imposible, desigual y precario. El tendido eléctrico se desploma cinco minutos después. El fuego se mueve por Corrientes sin destino, como si fuera incorregible, frente a la libertad que le dejó el Estado, provincial y nacional, que demoró en la aplicación de un plan conjunto para enfrentar esta catástrofe ambiental.
“Esto es una batalla perdida”, admite José Núñez, un poblador de San Miguel, que participa de esa lucha desigual y casi solitaria, con su mujer y sus dos hijos, a pesar de que el peligro es latente y el calor insoportable. El viento quema. La postal se repite también en varios puntos de la ruta 5, que atraviesa parte del norte de esta provincia, como en la zona de Ituzaingó, donde hace unos días las llamas amenazaron el casco urbano. Un hotel tuvo que ser evacuado y un barrio quedó cercado por el fuego, que quedó a pocos metros de un parque industrial.
En San Miguel, zona ubicada en el borde de los Esteros del Iberá, el número de focos de fuego se reprodujo a una velocidad arrolladora en las últimas horas: el viernes se habían detectado 580 puntos de calor y en solo 24 horas el número ascendió a 1200.
La lucha desde el aire se libra con cinco aviones hidrantes que aportó el Ministerio de Ambiente de la Nación. En la Escuela Familiar Agrícola Ñandé Roga, cerca de la ruta 118, se montó una base de operaciones, que coordinan los funcionarios del Plan Nacional de Manejo del Fuego. También colabora el Ejército y la Fuerza Aérea, que aportan los helicópteros para sobrevolar la zona de los Esteros del Iberá, donde hay 102 “combatientes” como los llaman, que luchan contra el fuego.
Según datos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), hasta el 16 de febrero las llamas habían arrasado una superficie de 780.000 hectáreas. El director nacional de Manejo del Fuego de la cartera de Ambiente, Alberto Seufferheld, cree que durante los últimos dos días “el poder de las llamas se hizo incontenible con la aparición de fuegos simultáneos”. La cobertura vegetal más afectada son los esteros (y otros bañados), donde se duplicó el área dañada, que pasó de 124.000 hectáreas a más de 245.000, según el informe del INTA.
Corrientes tiene afectada una superficie superior al 10% de su territorio y solo la lluvia, pronosticada para el jueves, puede dar un respiro. Las críticas por la demora de la intervención del gobierno nacional aparecen en cada lugar donde los pobladores ayudan a enfrentar las llamas. “En noviembre empezaron los incendios y vinieron recién hace dos semanas, cuando todo se transformó en una locura”, afirmó Diego Vallejos, un brigadista correntino. La infraestructura de Corrientes para enfrentar los incendios también resulta débil, a pesar de los 40 destacamentos de bomberos que hay en la provincia. “Hay muchas voluntades, poca logística y mucha desorganización”, reconoce un brigadista.
A los gritos entre el fuego
A las 9.30 en la ruta 5, las llamas de más de tres metros altura oscilan con el viento del noroeste y no tienen ninguna barrera para cruzar el camino. Marta Ortiz, una suboficial de la policía, pide a los gritos que corran los autos de la banquina. A los 39°C de temperatura hay que sumarle varios más por el fuego y el suelo caliente. Los hombres y mujeres que trabajan con las ramas de Pichana para evitar que el fuego avance se dan por vencidos cerca de las 15. Están extenuados, con su ropa pegada al cuerpo por el sudor. Todo fue en vano. Desde la mañana las llamas avanzaron más de ocho kilómetros en Lomas de Vallejos y cruzaron todos los obstáculos posibles.
Al borde de los Esteros del Iberá, en la base montada en la Escuela Familar Agrícola Ñande Roga, están afincados los “combatientes” del fuego. Los brigadistas vuelven destrozados después de cada jornada. Zulema González, directora del hospital de San Miguel, reconoce que la situación sanitaria se está poniendo cada vez más complicada. “Pedimos tubos de oxígeno porque cada vez llega más gente con problemas respiratorios y síntomas de ahogo por el humo”, apunta. En ese hospital no hay sala de cuidados intensivos. Si un paciente se complica deben trasladarlo a Corrientes, a más de 200 kilómetros.
Además de la tardanza del gobierno nacional para intervenir -los primeros focos comenzaron en noviembre- todo parece jugar en contra en esta tierra correntina que arde. “Los fuertes vientos y la inestabilidad meteorológica son aliados perfectos del fuego”, explica Seufferheld. Los funcionarios parecen desconcertados. Se atacan los focos en una zona y reaparecen horas después en otra parte, con mayor violencia. La lluvia que podría llegar la semana que viene es lo único que puede dar una chance para que las falencias de los gobiernos provincial y nacional puedan ser disimuladas.
Ricardo Sinosiaín, de 72 años, mira con una conjugación de bronca e impotencia lo que dice ser: “El espectáculo de mi propia tragedia”. Su campo de 6000 hectáreas está en llamas frente a él. Su hijo Sebastián, de 33 años, está montado a un acoplado donde hay un tanque de 1000 litros de agua. El objetivo inicial era tratar de mojar los postes de algarrobo del extenso alambrado, que son flamantes, fueron cambiados el año pasado y cuestan “una fortuna”; según Sinosiaín, $600.000 por kilómetro. Las llamas tuestan los postes como si fueran fósforos. “Es imposible acercarse”, admite Sebastián. Y la resignación los envuelve a todos.
“El resto está todo perdido”
“Ya está. Hay que cuidar que el fuego no llegue a los galpones. El resto está todo perdido”, afirma Ricardo, en una tierra con historia. En ese potrero se disputó en 1847 la llamada batalla de Vences en 1847, cuando Justo José de Urquiza arrasó al ejército del gobernador correntino Joaquín Madariaga y apagó la llamada rebelión correntina. Allí se libra otra batalla contra el viento del noroeste que extiende las llamas. Fabián Chávez, un productor de la zona, señala al norte. Un remolino de cenizas aporta una postal apocalíptica. Es un espiral negro en el cielo que avanza hacia la ruta. “Los vientos se hicieron más fuertes y creemos que, por el calor del clima y por los incendios, se hacen estos remolinos, que ayudan a que el fuego se extienda”, dice.
Este sábado el gobernador de Corrientes, Gustavo Valdés, consideró que la sequía aportó las condiciones para los incendios se expandieran sin freno. “Tenemos zonas donde hace 60 días, y más, que no llueve, con bajantes de río, desaparición de arroyos, lagunas. Incluso los Esteros del Iberá retrocedieron, es desesperante. Si no llueve, no creo que haya una solución para este tipo de casos. Al contrario, vamos a estar profundizando”, agregó.
A unos cinco kilómetros de Caa Catí, sobre la ruta 5, un foco de incendio reapareció durante la tarde en una zona plagada de palmeras, cuya combustión es más rápida que los pastizales secos. Fernando Mierer, de 40 años, carga dos baldes de 15 litros. Arroja el agua que no provoca ninguna reacción en el infierno que tiene enfrente. Junto con un grupo de pobladores de la zona llenaron un camión con tambores y tachos. Las llamas carbonizan los cables de media tensión como si nada. “Estaremos sin luz por varios días”, afirma Mierer.
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