"No fumar, no beber y llegar virgen al matrimonio": quiénes son y en qué creen los adventistas de hoy
Diego Carrizo habla solo y dice que no. Que no lo hace. Que habla con Dios. En su cuarto, en su living, de rodillas, en el tren, mientras camina, donde sea, charla en voz baja, para adentro, sin compañía, pero no. Dice que no. Que charla con Dios. Todos los días. Todas las mañanas. Para pedir. Para agradecer. Desde hace más de veinte años.
Es un hombre alto. Alto y flaco. Tiene la tez blanca, 42 años, el pelo castaño y corto, ojos al tono, dientes prolijos, apenas una sombra en el mentón de una barba que oculta y arrugas, muchas arrugas en la cara cada vez que sonríe. Si hace un chiste, si apenas siente incomodidad, Diego lanza una mueca suave y su piel se apila como una torre de naipes. Habla despacio. Es madrugador. De domingo a jueves, se levanta a oscuras y en silencio a las 4 de la mañana, se viste y se va al trabajo. Pero antes reza. Donde sea. Como puede. En el sillón, al borde de la cama, de rodillas, habla con Dios y pide que lo bendiga.
Diego es adventistadel Séptimo Día. Pasó su infancia y su adolescencia en el barrio de Los Polvorines, partido de Malvinas Argentinas, provincia de Buenos Aires, lejos de las religiones porque ninguna le había interesado hasta que conoció a su novia, hoy su esposa, madre de sus tres hijos, y por ella a los adventistas. "Iba a la Iglesia cuando era pequeña pero en un momento dejó de ir. En ese lapso nos conocimos y nos pusimos de novios. Después su madre murió y tuvo la necesidad de regresar a Dios. Volvió y yo con ella", cuenta en diálogo con LA NACION.
Entonces Diego dejó de creer en lo que creía, dejó de comer chancho, de hacer lo que casi siempre hacía, dejó de ir a boliches, y pasó a vivir como un adventista más: hace lo que dice la Biblia, la lee todos los días, trabaja para ser dadivoso, generoso, cree que Jesús regresará y salvará al mundo, que el sábado es día sagrado, que no hay que comer carne salvo que el animal del que provenga tenga pezuñas hendidas y rumee, que no hay que fumar, beber alcohol, café, drogarse. Y que las cosas pasan por algo: al enterarse de que su esposa tenía cáncer, Diego no se enojó. No. Dice que no. Que ocurrió porque el mundo está infectado de pecado. "Con mi señora lo tomamos con esperanza. Esto va a pasar con la ayuda de Dios. Es bueno saber que va a volver y que vamos a vivir en un lugar mejor".
Entre otras cosas Diego también piensa que no hay que tener sexo hasta el matrimonio y cita a la Biblia para explicarlo: "Dios dice en Gálatas 5:19 ‘manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia’. Llegar virgen al matrimonio hace a nuestra felicidad. Nos podemos evitar muchos problemas, como un embarazo no deseado. Además da sentido de pertenencia a la relación".
Todo aquello, su vida pasada, la dejó. Así. Como su pelo. Largo hasta la cintura. Es que para ingresar como miembro hay que ser aceptado por la comunidad del templo al que se quiere asistir y tener ciertos modos. Por eso Diego, a los 20, en 1996, dejó atrás las remeras de bandas como Guns N' Roses, Megadeth, AC/DC, los jeans rotos, los aros de calaveras y su melena. Se cortó el cabello, se puso una bermuda, desnudó su torso y se sumergió en una pileta para que luego un pastor lo levantara. Se bautizó. Para ser parte. Para pertenecer.
La Iglesia Adventista del Séptimo Día
Surgió en el siglo XIX, en medio de un despertar religioso. Entonces muchas personas, entre ellas una, una en el estado de Nueva York, William Miller, comenzó a estudiar la Biblia. Miller descubrió que, según su lectura, Jesús volvería a la Tierra y lo haría el 22 de octubre de 1844. Juntó gente, lo esperó, no llegó. Muchos se decepcionaron, otros lo olvidaron y un par siguieron esperanzados. Siguieron estudiando y se dieron cuenta de que la fecha era errónea. Que Jesús vendría pero sin decir cuándo. Así se expandió la creencia y se originó el adventismo. El nombre fue establecido años más tarde, en 1863. Y a partir de ese momento las iglesias comenzaron a levantarse. De Estados Unidos al mundo. Hoy, en el planeta, hay más de 80 mil y 20 millones de fieles. En América Latina, más de 3500 pastores, más de 20 mil templos. En la Argentina 118 mil seguidores, 1052 parroquias.
Todas creen en lo mismo: que la palabra santa es la de la Biblia, que Dios es uno solo, el creador, el justo, el clemente, que resucitó, que el séptimo día descansó, que el hombre muere porque fue desobediente, que Satanás existe, que las personas son mayordomos de Dios, que le deben el diezmo, que el matrimonio es entre mujer y hombre, que quien se divorcia es adúltero si vuelve a casarse, que los bebés no se bautizan, que el bautismo es un acto consciente, que hay comer sano, que hay que evitar las carnes, que hay que hacer actividad física, que las drogas son malas, que el alcohol es malo, que fumar es malo. Que Dios volverá. Literal. Que al hacerlo salvará al mundo.
Diego se sintió salvado. Al menos tres veces. Luego de terminar la primaria le dijo a su padre que no quería estudiar más, que quería ayudarlo en su taller de chapa y pintura. Lo hizo por años. Muchos. Hasta que a los 18 se enteró que buscaban gente en Peugeot y fue hacia la planta de Villa Bosch y vio que había una fila de una cuadra. Se quedó y le hicieron la entrevista y le dijeron "vení mañana" y comenzó a trabajar. Esa fue la primera vez. La segunda ocurrió apenas meses después, cuando en Peugeot le avisaron que tenía que comenzar a ir los sábados y él se opuso porque ese es el día de la iglesia y entonces renunció. Estuvo solo una semana sin empleo. Días después entró a otra empresa. "La vida te lleva a tener necesidades espirituales, a buscar a un ser superior. Siempre que quedé desocupado le pedí ayuda a Dios. Sé que él estuvo ahí. Sé que sigue ahí". Hubo una tercera. Sucedió cuando una vez más le pidieron trabajar un sábado y él lo rechazó. Al día siguiente ni siquiera se presentó, sino que fue a la puerta de su trabajo actual, a buscar su nuevo milagro: "Le pedí a Dios que me guíe. Hice una oración. Esperé a que llegara personal del lugar, me presenté, me recibieron, les expliqué lo que me pasaba y me dieron trabajo a la semana. Fue la voluntad de Dios".
Pero no todo es fe. La Asociación Adventistas del Séptimo Día busca bajar la esperanza a la realidad a través de una serie de entidades, conectadas pero privadas. La Iglesia (que se sustenta por el aporte de los miembros, de los simpatizantes que no asisten pero la quieren y de las instituciones que lidera) tiene en los 215 países en que está hospitales, centros de salud, escuelas, universidades, editoriales, programas de televisión, de radio. Incluso, una ONG, ADRA. Quienes trabajan allí, quienes atienden, quienes estudian no están obligados a ser adventistas. La Iglesia es abierta. Dice que no obliga. Que propone. También tiene plantas productoras de alimentos. Como Granix.
La empresa
Granix hace galletitas, cereales, barritas, bizcochos, rebozadores y aceite. Fue fundada en Entre Ríos en 1932. Allí se construyó la primera fábrica, un sistema casero por medio del cual se hacían copos de trigo y maíz que se vendían en Paraná. Un emprendimiento inspirado en algún punto por los hermanos Kellogg de EE.UU., también adventistas.
El objetivo de la firma es "producir y distribuir alimentos naturales y saludables, generando trabajo y recursos económicos para cumplir con la misión cristiana", según anuncian en su sitio web. Allí también aseguran que siguen ocho principios generales: alimentarse de forma adecuada, ingerir agua regularmente, practicar ejercicio físico, hacer reposo, exponerse a la luz solar, respirar aire puro, ejercer la temperancia y confiar en Dios.
En el país, en total, la empresa tiene diez sucursales y tres plantas de producción. Además realiza shows en escuelas en los que habla del respeto y de la importancia de comer sano. Todos los años producen cerca de 40 mil toneladas de productos. Exporta a Uruguay, Brasil, Paraguay, Ecuador, Bolivia, Chile, Colombia, Panamá, Costa Rica, Estados Unidos y Canadá.
Y dona mucho de lo que hace. Además de su tiempo, además de apoyar con productos a grupos de corredores y de maratonistas, en 2019 entregaron a distintas instituciones 419 toneladas de galletitas dulce, 205 de crackers y 24 de cereales. Pero lo bueno no les quita lo polémico. En más de una oportunidad la empresa fue denunciada por ser ante todo un gran negocio de la fe por evadir impuestos. Ellos lo desmienten. "Somos un ente que desarrolla como actividad principal la religiosa, coadyuvando con ella la educacional, médico-asistencial, producción de alimentos y otras que permiten sustantivar su prédica. Somos una asociación civil sin fines de lucro. Nominada en AFIP Gran Contribuyente Nacional, estamos inscriptos en los impuestos correspondientes, contando con la exención de impuestos a las ganancias, como toda asociación civil, y actuando como agente de retención y percepción de impuestos nacionales".
Granix tiene más de mil empleados. Diego es uno de ellos. De domingo a jueves llega antes de las 6 de la mañana, ficha, desayuna, se pone su uniforme azul y comienza a trabajar. Tiene dos tareas: es uno de los que maneja el autoelevador para trasladar cajas y fracciona con sus manos los insumos para hacer las barritas de cereal.
Sábado , el día de Dios
El sol entibia las tejas del lugar que tiene forma de casa pero que es templo. En Los Polvorines el cielo está apenas manchado con tres nubes y unos cuarenta adventistas caminan por calle de tierra hasta llegar a esta iglesia de techo caliente, ladrillos gastados, cruz metálica y paredes remachadas.
Es sábado. El séptimo día. Y Diego está allí. Cuando no trabaja, cuando no va a buscar a sus hijos al colegio, cuando no estudia con ellos la Biblia por media hora todas las tardes, cuando no disfruta del tiempo con su mujer, con sus amigos, cuando no reparte folletos de la Iglesia, cuando no lleva ropa a quienes precisan, comida a aquellos que carecen, Diego está en este espacio pequeño que tiene un estrado, un jarrón con flores, bancos de madera y un cuadro alargado que dice: "Viva con esperanza. Jesús pronto volverá".
Hoy tiene el pelo ordenado con gel, la espalda recta, la cara limpia, una camisa clara, corbata morada y un traje oscuro sin marcas. Parece un soldado. Pero no. No lleva armas. No tiene la intención. El lugar huele a piel. Diego se arrodilla al frente. Todos cantan. Modulan. Dicen, alto, con fuerza: "Padre amado te agradezco por tus planes, grandes sueños tienes para mí. Tú me guías por las sendas de esta vida, a tu lado nada faltará. Yo te amo, más que a todos. Si estoy débil, tu eres fuerte y a mi lado estás. Te agradezco, padre amado, porque unes nuestras vidas a tu corazón".
Fotos: Ignacio Sánchez
Edición fotográfica: Fernanda Corbani
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