Idiomas: las academias ganaron alumnos y sus cursos llegaron al exterior
La mayoría no tenía experiencia en la virtualidad, pero después de un freno inicial invirtieron en capacitación, tecnología y multiplicaron su oferta; en el aula, el desafío es ahora el aprendizaje de una nueva lengua con barbijo de por medio
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Fernando Gómez vive en Rosario y es ingeniero. Después de haber vivido durante un año en Francia por trabajo, sin saber ni una palabra en ese idioma, quiso aprender francés, y a principios de este año se anotó en un curso virtual intensivo en la Alianza Francesa. “Cuando me puse a investigar para ver dónde podía hacer el curso me encontré con una oferta enorme. Institutos, profesores particulares, clases en grupos reducidos. Pero yo buscaba un respaldo institucional, y que fuera una experiencia que abarcara un poco más allá del idioma, que me metiera en el cine, la gastronomía y el arte, que sea más global. Me anoté en la Alianza Francesa y arranqué en enero con una modalidad semipresencial, y ahora volvimos totalmente a las clases virtuales”, cuenta Fernando, que tiene 56 años y piensa seguir con los cursos hasta llegar a un nivel avanzado.
No es el único que en tiempos de pandemia, y clases virtuales de por medio, tomó la decisión de anotarse en un curso de idioma. Según las instituciones consultadas por LA NACION, luego de un freno inicial que comenzó en marzo del año pasado, con bajas en la matrícula, desesperación por el escenario que se avecinaba, mucha incertidumbre y un trabajo de readaptación intenso, la mayoría de los centros especializados en la enseñanza de idiomas “resucitó” gracias al formato online, en el que casi no tenían experiencia. Incluso, hay institutos que cuentan que hoy tienen más alumnos que antes, y que multiplicaron la oferta de cursos porque las vacantes, dicen, “se agotan”.
Hasta marzo del año pasado, en las cinco sedes que la Asociación Argentina de Cultura Inglesa (AACI) tiene en la Capital y el conurbano, eran cien por ciento presenciales. “Habíamos tenido una experiencia con la virtualidad con una capacitaciones para Uruguay, pero nuestras clases siempre fueron en el aula. Cuando se decretó la cuarentena había mucha incertidumbre, pero nos pusimos a trabajar rápidamente. Capacitamos e invertimos, y se organizó muy bien. Tanto que las familias nos hacían llegar sus comentarios sobre la diferencia marcada que notaban entre el caos de la escuela y la contención del instituto. Valoraban que sus hijos tuvieran regularidad, porque eso los ayudaba a organizarse -cuenta Josefina Rouillet, directora ejecutiva de la AACI-. Cuando las clases comenzaron de manera presencial este año, nosotros decidimos seguir de manera virtual, a pesar de los pedidos de varias familias. Nos parecía prudente cuidar las burbujas que funcionaban en las escuelas y no mezclar a los chicos acá. Con el diario del lunes y la situación actual, podemos decir que fue un acierto. Pero después de las vacaciones de invierno vamos a evaluar volver al aula”.
Rouillet cuenta que la pandemia, en algunos casos, abrió una ventana de tiempo libre y mucha gente aprovechó para estudiar o reforzar su inglés, y que algunos cursos como el Sounds Perfect, de fonética y pronunciación, fueron un éxito rotundo; y a pedido de los alumnos se abrieron nuevas ediciones. “Las clases virtuales nos dieron la opción de llegar al interior, con cursos para los alumnos y también con capacitación docente”, señala.
Un instructor de mindfulness como guía espiritual
Cuando la Asociación Cultural Chino Argentina abrió sus puertas, en 2005, tenía tres alumnos. Antes de la pandemia, la matrícula llegaba a 1100. Ahora, son 1500. “Estamos bien gracias a las clases virtuales”, es lo primero que responde Ana Kuo, presidenta de la institución, cuando se le pregunta cuál es la situación actual luego de un 2020 con cierres generalizados y el inicio del año actual, con aperturas intermitentes.
“En épocas de prepandemia, nuestro alumnado era de la Ciudad de Buenos Aires. Ahora, un 55% vive en otras provincias, y también en otros países. Cuando se anunció la cuarentena fue un shock. Los primeros días, antes del cierre total, estuvimos comprando alcohol en gel a precios astronómicos, la señora que hace la limpieza venía todos los días y todo era una revolución. Cuando tuvimos que cerrar las puertas fue un golpe tremendo. Paramos totalmente por una semana para detenernos a observar, para bajar la ansiedad de la comunidad y enfocarnos en la reapertura virtual. A partir de ahí empezamos con las capacitaciones a todos los docentes, a readaptar los contenidos y los materiales y a comunicar a todos cuáles iban a ser los siguientes pasos. La apertura fue progresiva. No teníamos ni un solo curso online antes de la pandemia -dice Kuo-. Entrenamos a los profesores para que incorporen juegos, videos a las clases y nuevas herramientas tecnológicas. Tenemos 40 docentes y la capacitación fue uno a uno”. También, confiesa que contrataron a un instructor de mindfulness para fortalecer espiritualmente al equipo de empleados, porque llegó un momento donde “el plantel se atomizó”, grafica Kuo.
Aurore Jarlang es la directora de la sede de la Alianza Francesa rosarina, una de las 54 que hay repartidas en toda la Argentina, y en coincidencia con sus colegas señala que la pandemia la obligó a mudar el sistema de presencialidad por completo. “Nuestros 300 alumnos venían al instituto para sus clases. Hoy son 400, y si bien la virtualidad nos posibilitó salir adelante, no reemplaza la experiencia que se vive en el aula, ni las charlas en el café o el encuentro en una muestra de arte”, opina Jarlang, que se hizo cargo de la dirección del centro a finales de 2019. “Llevo toda la gestión en pandemia -se ríe-. Pero apenas comenzó el confinamiento sabíamos que teníamos dos opciones: o chocar de frente contra la pared, o saltarla. Cambiamos las metodologías de las clases, tratamos que sean divertidas y didácticas al mismo tiempo. Y funcionó. Cuando se pudo volver parcialmente a las aulas, hubo quienes dijeron ´no, yo quiero seguir 100% virtual’; y también están los que después de haber vuelto al instituto ya no querían saber nada más con las pantallas. Sobre todo los adultos. Tenemos muchos jubilados que no se llevan tan bien con la tecnología, y además para muchos el aprendizaje de un idioma los vuelve a conectar con la parte social”.
Un escenario similar refleja desde Mar del Plata Marcelo Liberati, a cargo del Instituto Lingua Italiana Dante Alighieri. “La matrícula no solo se mantuvo, sino que creció, en parte también a que mantuvimos precios bajos en los cursos. La gente ya estaba bastante desmotivada. Sumamos alumnos del interior del país y del exterior, a los que les conviene por una cuestión de costos tomar un curso en la Argentina en lugar de otro país de Europa. Pero el aspecto negativo es que perdimos la parte social. Acá en la Dante organizamos eventos que siempre le dieron mucha vida al instituto. Eso se extraña -coincide Liberati-. Este año volvimos algunas semanas con una semipresencialidad, con todos los protocolos. Pero duró poco. Por supuesto que vamos a seguir trabajando de las dos formas, las clases online tienen muchas ventajas. Pero acá tenemos grupos de alumnos de más de 70 años que ya están cansados de los Zoom y quieren volver”.
Obstáculo
En ese paso de la virtualidad al encuentro cara a cara, que duró apenas algunas semanas entre marzo y abril pasados, las academias tenían que cumplir con las mismas condiciones que las escuelas, y dentro del protocolo está el estricto uso del barbijo. ¿Se puede aprender un idioma con un tapabocas de por medio? Para Jarlang es difícil. “Pensé en que los docentes podían usar esa máscara transparente, para que los alumnos pudieran ver sus gestos, la posición de los labios. Pero las autoridades del municipio me dijeron que, además de la máscara, los docentes tenían que llevar tapabocas. Pero el barbijo es un gran impedimento para la comprensión”, afirma Jarlang, que entonces se puso a investigar qué tipo de tapabocas utilizaban los hipoacúsicos. “Encontré en Mercado Libre tapabocas transparentes y funcionaron muy bien, por suerte. Estamos ansiosos por volver a abrir las aulas”, asegura la directora.
En todos los casos, según cuentan los equipos directivos, la pandemia hizo que se multiplicaran los canales de comunicación, vía WhatsApp, y por las redes sociales. Hay un ida y vuelta constante, permanente. “Instagram es nuestro gran aliado”, dice Jarlang. Para Kuo, la virtualidad impone un doble esfuerzo, pero tiene más beneficios. “Hay que dar respuestas ágiles. Es como en la radio, si uno escucha silencio del otro lado cree que se cortó la conexión. No puede haber baches. Pero, al mismo tiempo, todo es más fluido. Ya no es necesario esperar hasta la clase siguiente para resolver alguna duda. Muchas de esas cuestiones se resuelven por chat. Y otro beneficio notable de las clases online fue el crecimiento exponencial de habilidades tecnológicas, en nuestro caso se notó con el uso del teclado chino. Antes, esto recién se realizaba en el nivel 5; ahora desde la primera clase hay que estar tipeando. Antes, cuando en el nivel 3 se comenzaba recién con algunos caracteres, hoy tenemos grupos que nos sorprenden tipeando oraciones completas en chino. Y preguntan si pueden instalar el teclado en los celulares. Se sienten confiados y orgullosos”, remata Kuo.
Luego del freno inicial y el desconcierto, la virtualidad respondió mejor de lo que muchos esperaban. Hoy los alumnos pueden aprender desde la comodidad de la casa; y los docentes, además, pueden en algunos casos multiplicar sus horas de trabajo. Pero el aula, dice María Laura Araneo, directora de la Cultural Inglesa de Villa Ortúzar, es el aula. “Si tengo que pensar en lo bueno, rescato que se ahorra mucho tiempo. Después de haber trabajado todo el día, quizá es mejor ir a casa a tomar la clase que al instituto. Pero las casas no son aulas. Hay un trasfondo, una vida familiar que se deja ver por la pantalla y todo está expuesto detrás de la cámara. Hay interrupciones, ruidos, se escuchan ladridos de las mascotas, bebés y electrodomésticos. A veces, eso distrae o avergüenza a los actores de la clase, pero hay que aprender a no juzgar, a tomarlo con humor. Es tendencia, y hay que capitalizar los cambios”.
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