Huerta de Garay. Un oasis en la ciudad que reclama protección por el vandalismo
En 200 metros cuadrados, un oasis aún resiste en el medio de la ciudad. La Huerta de Garay, que desde hace 20 años funciona en el parque frente al hospital Garrahan, sufrió destrozos y robos ocho veces en lo que va de la pandemia, con el temor latente a una posible usurpación. El último ataque fue la semana pasada.
"Necesitamos protección para el predio que está abierto a la comunidad desde hace dos décadas", dice Nélida Santamaría, fundadora de esta huerta orgánica sobre la avenida Juan de Garay al 2200, en el barrio de San Cristóbal.
En sus canteros, vigilados por espantapájaros, grupos de chicos desde el jardín de infantes, clubes de ciencia, centros de jubilados, vecinos y emprendedores aprenden los secretos de la agricultura urbana con el cultivo de hortalizas, aromáticas, árboles y flores en talleres con expertos del INTA y charlas con voluntarios.
En un espacio resguardado del sol, crecen en pequeñas macetas, ejemplares de árboles autóctonos porteños que en poco tiempo recuperará la ciudad. Nadie abandona el lugar sin un plantín para trasplantar e intentar lo aprendido en el balcón, o el patio de casa, o algo de los sembrado para cocinar. Ahí, también, los emprendedores retiran las semillas que proporciona el INTA.
La huerta, también, alivia algo de las angustias de los familiares de chicos que pasan semanas o meses internados en el hospital Garrahan. Ahí, según cuentan voluntarios, encuentran un espacio para reponer energía.
"Esto es un oasis en el centro de la ciudad", dice Domy Maidana, que visitó la huerta por primera vez cuando llevaba a su hija al hospital. "Vimos nacer este lugar, que ayuda a tantas personas", agrega.
De noche
Los ataques nocturnos destruyeron gran parte de los canteros y arruinaron cultivos.
El primero fue hace en julio: los intrusos se llevaron garrafas y todas las herramientas. Al mes siguiente, durante cinco noches seguidas provocaron destrozos en el baño y la cocina, robaron canillas, arrancaron cortinas y cortaron cables.
Hasta la semana pasada, ya eran ocho hechos. Ni los alambres de púas que instalaron hace poco pudieron frenar el vandalismo la semana pasada.
En el lugar, Nelly, como todos conocen a la fundadora de 78 años, mira con preocupación el alcance de la destrucción de ese remanso urbano que coordina con pasión desde hace dos décadas. Así se percibe al recorrer con ella los canteros, la casa de adobe o el invernadero. Todo, ahí, tiene su historia.
A comienzos de septiembre, pudieron formalizar las denuncia policial y ya intervinieron por lo menos dos fiscalías en lo Criminal y Correccional de la ciudad. Por las características de los hechos, sospechan que se trata de personas que conocen el lugar, van en grupo y quieren causar temor, según explicó la letrada que sigue de cerca el caso.
Al lado de la huerta, la Asociación Civil Arsenal de San Cristóbal tiene un campo para actividades deportivas infantiles, que también sufrió daños durante la noche.
Lo que solicitan en la huerta es ayuda para mejorar el alambrado para poder cercar de manera más segura el predio de 50 por 40 metros sobre la avenida Juan de Garay, a metros de la esquina con Pasco, sobre la Plaza Vuelta de Obligado. También necesitan reponer las herramientas. En pocos días, esperan poder retomar con protocolos y grupos reducidos algunas de las actividades (para solicitar más información, acá).
"¿Qué hay para hacer?", interrumpe, de pronto, Ignacio Pressas, de 19 años. Es uno de los últimos voluntarios que se incorporaron a la huerta. "Me gusta la naturaleza, las plantas, y quise aprender sobre los cultivos y ayudar. Es una terapia porque estoy casi todo el día con la computadora trabajando. Espero poder ingresar a la facultad para estudiar ingeniería informática", cuenta. Hacía una semana, había plantado sus primeras semillas de tomate, pimientos y albahaca.
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