“Hoy entendemos que no está bien”: el triste final de una leona exhibe el drama de los zoológicos abandonados en el país
Tras una vida de cautiverio y enfermedad en Daireaux, pudieron trasladarla a un ecoparque; pero su estado de salud era más precario de lo que se había pensado
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En el pueblo de Daireaux, en el centro de la provincia de Buenos Aires, en un predio abandonado que alguna vez fue zoológico, una leona y cinco pumas fueron dejados prácticamente a su suerte.
“Siempre estuvimos ligados a los animales. En Salazar mi abuelo, don Calo, tuvo un zoológico, incluso cuando Daireaux no existía. Había fotos de él con un puma durmiendo en la cama. Si bien uno entiende que hoy está mal visto y sabemos que no hay que hacerlo, imaginate el cariño que él les tenía a los animales que dormía con un puma macho”, cuenta Federico Mogni, su nieto.
“Tenía todo tipo de aves y animalitos de aquí de la zona. Y cuando aparecía un animal herido, se curaba, y se quedaba ahí. Yo no tendría más de 12 o 13 años cuando él ya era muy viejito y no pudo sostener más los animales. No sé qué pasó. Imagino habrán ido a algún otro zoológico. Pero no lo sé”, dice.
Esta es una historia que se repite en muchos pueblos del país y es, al mismo tiempo, única, como cada historia de vida, animal o humana.
Así empezó la saga de Angie –rebautizada Casandra, la leona solitaria y enferma que en tiempos del abuelo de Federico aún no había nacido– y Simba, su padre y tío (Simba se cruzó con su hermana y nació Angie), que fue criado por los médicos del pueblo hasta que tuvo tres años.
“Aproximadamente en 1995 –recuerda el nieto de aquel hombre que dormía con su puma– mi padre compró un terreno para ir a comer asados con la familia. Lo limpiamos. Y mi padre cerró una parte y llevó los animales de granja allí, e hizo una fuente con agua. En una oportunidad llegó un muchacho que le había sacado los charitos a un ñandú y se le estaban muriendo. Mi papá los crio y sobrevivieron como once. Otro día fue un carancho con un tiro en el ala; otro, un peludo, un zorro.... Con cada uno que llegaba, hacíamos un recinto nuevo. Luego llegó la primera pareja de leones y nos habilitaron como zoológico”.
Federico continúa: “Mi papá le puso “El Calito”, en memoria de mi abuelo que quería a los animales y dormía con el puma. Y se hizo todo muy grande… Nos llamaban de los tambos, que se había quebrado una vaca, y había que ir a las 5 de la mañana cuando la sacrificaban para despostarla. Así pasamos nuestra adolescencia”.
Un día, Marta Robertazzi, la obstetra del pueblo, se llevó del zoológico para criar en su casa a un leoncito, que su madre había rechazado y se estaba por morir. “Se llamó Simba. A los tres años, cuando fue adulto, lo tuvieron que poner en un recinto en el zoo que ya no era nuestro, porque era peligroso tenerlo en su casa. Allí , se reencontró y se cruzó con su hermana. Nacieron Angie y su hermano, ambos con un problema en la cadera debido a la consanguinidad. Llegó un momento después en que no podíamos más económicamente y mi padre tuvo que vender el predio. Entonces se formó una comisión municipal, en la que estaban Marta y su marido, Heraldo Bragagnolo. Ellos tenían a Simba en el zoológico y el municipio les cedió otro predio”, describe.
“Hoy entendemos que no está bien, que los animales no la pasan bien, pero a mí me duele que a veces se juzguen las acciones del pasado con la mentalidad de hoy. Nos pasó a todos los de nuestra generación y las generaciones anteriores. De nuestro lado, intentamos darles las mejores condiciones dentro de las posibilidades que teníamos a los animales que nos tocó albergar. De todas maneras, entiendo que no se puede hablar de calidad de vida cuando viven en cautiverio”, afirma.
Al inicio de la pandemia, ese zoológico fue desarmado. Allí quedaron Angie, su hermano y cuatro pumas. A los leones nadie quiso llevarlos debido a su problema en la cadera. El resto de los animales fueron enviados a distintos zoológicos. Tiempo después, desde la Dirección de Fauna de la provincia de Buenos Aires dejaron otro puma más, que también sigue allí esperando que alguien lo busque para darle un destino mejor.
Hace dos meses, Leandra Luna, empleada municipal y dedicada a salvar animales en su tiempo libre, hizo llegar un mensaje a la Fundación Zorba acerca de la historia del exzoológico y los animales casi a la deriva. Angie, la leona vieja y enferma, y los cinco pumas; el hermano de Angie ya había fallecido. Casandra, como fue rebautizada la leona, hija de aquel león criado en una casa –y víctima, como otros miles, de la ignorancia que la mayoría tuvimos–, fue trasladada al Ecoparque de América, también en la provincia de Buenos Aires.
Allí se construyó un recinto especialmente para ella, para intentar que pasara su vida bien alimentada y medicada, en compañía de una joven leona. Pero a los pocos días de llegar, se descubrió que Casandra estaba tomada por tumores, probablemente malignos. Veinte años de mala vida fueron demasiado para una leona enferma desde su nacimiento. No fue posible comprobar el diagnóstico exacto, ya que una anestesia probablemente hubiera terminado con su vida.
Pasaron los días y los tumores se agrandaron. Dejó de comer, aunque seguía tomando agua. Cuando ya no bebió más, se la hidrató, pero nada más se pudo hacer. Antes del cierre de esta nota, Casandra murió. Solamente queda el consuelo de saberla abrigada, bien alimentada, y sin dolor. Digna.
El sueño de que viviera con pares en un gran espacio verde y mullido quedó trunco. En el espacio que se construyó especialmente para ella, fue enterrada. Su recinto quedará ahora para otro animal necesitado, o para mejorar la vida de algún animal del Ecoparque de América, que cuenta con medios limitados para la transformación que empezó hace tiempo.
Los zoológicos ya no atraen a nadie, ni continúan siendo negocio. Hoy, para ver a un animal y gozar de su compañía, la prioridad es que no sufra y tenga una vida como la que tendría en la naturaleza, o lo más parecida posible. Todavía quedan muchos zoológicos por desarmar. Y en Daireaux, cinco pumas aún esperan.
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