Es posible encontrar muchos puntos de partida para contar la historia de lo que hoy es el municipio de Pinamar, uno de ellos es a partir de sus hoteles. En algunos casos, como el del Viejo Hotel Ostende, el edificio es testigo de los vaivenes del agua y la arena desde que lo construyeron, en 1913. Este fue parte de un proyecto urbanístico e inmobiliario para hacer una villa veraniega que estuviera comunicada con Buenos Aires a través del tren. Otro ejemplo es el Playas Hotel, que fue la creación de Jorge Bunge, el arquitecto que levantó la edificación con el objetivo de alojar y poder mostrarle esta tierra arenosa y, en ese entonces, despojada de pinos, a posibles inversores que lo ayuden a materializar su sueño: construir una ciudad que mire hacia el Atlántico.
Desde entonces la fuerza irrefrenable del tiempo moldeó a Pinamar, Ostende, Cariló y Valeria del Mar, y hoy cada una de estas ciudades adquirió su impronta particular, hecha de aciertos y proyectos frustrados.
La zona de Ostende pertenecía a don Martín de Álzaga, casado con Felicitas Guerrero. Pero por la muerte de uno y otro, las tierras pasaron por las manos de distintos herederos. En 1908, el ferrocarril del Sud había habilitado una estación a unos 29 kilómetros del mar. Al contar con un medio de transporte cercano, una compañía belga quiso impulsar un proyecto para desarrollar una ciudad balnearia.
"El viejo Hotel Ostende se construyó en 1913. Iban a venir cerca de 500 familias belgas a vivir a esta ciudad, pero eso se frustró por la Primera Guerra Mundial y el proyecto fracasó. Mi padre, Abraham Salpeter, lo compró recién en 1970, cuando el hotel estaba en muy mal estado", dice Roxana Salpeter, su hija, quien actualmente está a cargo.
Abraham se iba a dedicar a la medicina y buscaba algún negocio que le diera una entrada de dinero que le permitiera seguir estudiando la carrera. Resulta que buscaba un pequeño hotel boutique, pero terminó embarcado en un proyecto que, al principio, parecía absurdo.
"Había llovido durante días y un amigo me ofreció llevarme en un jeep hasta el Hotel Ostende. Le dije que sí porque me entusiasmaba la idea de ir en jeep. Cuando entré le pregunté a mi compañero si él creía que ganaría algo de dinero si lo compraba y luego lo demolía, se lo dije en broma, pero el hotel estaba muy caído", cuenta Abraham.
Hoy el hotel tiene 57 habitaciones y cada una cuenta con su propia carpa en el balneario que pertenece al hotel. Adentro del edificio la historia late en los pisos, las paredes y los muebles. Hay baúles de 1913, que puestos de manera vertical se convierten en un ropero, grandes estanterías de madera que llegaron por barco desde Buenos Aires y un cuadro con la firma de Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El Principito, que estuvo alojado en el hotel. Además, muchos rincones fueron reconvertidos, como la vieja panadería, de la cual el hotel se autoabastecía de pan y hoy es el bar de la pileta.
Muchos otros personajes de la alta cultura visitaron el lugar. Adolfo Bioy Casares es otro de ellos. Se alojó en repetidas oportunidades durante la década del 40´ junto a Silvina Ocampo y escribieron Los que aman, odian, inspirados en la ambientación de la zona.
"Tenemos mucha gente ligada a la cultura o huéspedes que tienen sensibilidad para la historia o el arte. A todos los que viene acá les importa la historia, porque el hotel es austero, el acento está puesto en otras cosas, como en un jardín bello, muy buena comida, noches de cine en la playa, una biblioteca con 400 títulos. Acá la cosa no pasa por el tamaño del plasma, de hecho, en las habitaciones casi no hay televisión y no llega internet. Esta es la propuesta y por eso los huéspedes nos eligen", agrega Roxana.
El Playas Hotel, en Pinamar, se inauguró a fines de 1942. Según relata Elsa Shaw de Canale, nieta del arquitecto y urbanista Jorge Bunge, esta fue la primera construcción importante de Pinamar. Bunge era un profesional exitoso, había estudiado en Alemania y construyó casas, edificios y fábricas en muchos lugares del mundo. Pero su mayor ambición fue desarrollar esta ciudad balnearia. "Entonces levantó este hotel. Acá había trabajo para todos, venían de muchos lugares para construir. Cuando se inauguró, él trajo a su cocinero, a su ama de llaves y hasta compró un colectivo para traer a las personas que podían llegar a invertir", dice Shaw de Canale.
Esa se convirtió en su obsesión. Dejó atrás su vida de comodidades y se centró en el desarrollo de Pinamar. Icluso vendió propiedades para poder otorgarle facilidades a aquellos que compraban tierras para luego construir. "Hasta él mismo ponía fábricas y gente a trabajar. Cuando estas empezaban a funcionar las dejaba en manos de los que ahí trabajaban. Le puso alma, corazón y vida. Siempre decía que no podía creer que esta costa esté tan desaprovechada". El Playas Hotel es actualmente uno de los más exclusivos y cuenta con una extensa lista de esculturas de renombrados artistas, entre ellos, Marta Minujín.
En 1947 se construyó la primera hostería de Pinamar. Tenía solo cuatro habitaciones y creció hasta tener nueve, luego pasó a ser la residencia personal de los propietarios de Pinamar SA. Aunque el lugar también fue una casa de té y se usó como sala de exposiciones. Hoy, esa casa blanca de tejas terracota, es la Vieja Hostería, que en 2010 dejó de pertenecer a Pinamar SA y fue totalmente remodelada por la arquitecta Silvina Zubiarraín y un equipo conformado por ingenieros, artistas plásticos y diseñadores gráficos.
La Vieja Hostería es una obra de arte en sí misma. Al entrar, el piso de pinotea avanza hasta una abertura circular que entre el hierro y los vitró dejan un espacio libre para llegar el jardín. Una vez afuera, los huéspedes pasean entre rosas blancas y lavanda hasta la pileta sinfín que derrama agua a través de tres cascadas.
De nuevo en su interior, los muebles son del estilo Luis XV y Luis XVI, y todos fueron reciclados en el hotel. Los cuadros remiten a la historia de Pinamar, las habitaciones llevan el nombre de las primeras carpas y hay una innumerable cantidad de objetos exquisitos, como una bacha francesa de 1960 que se compraba por encargo. Una pieza artesanal, de un blanco perfecto con flores rosas pintadas a mano.
"Las construcciones que había en Pinamar no tenían para nada un aspecto aristocrático. Nosotros nos propusimos revalorizar el edificio, reciclar el interior y darle más categoría", explica Zubiarraín.
Según Zubiarraín, lo que busca la hostería es que los huéspedes se sientan tan cómodos que no quieran irse del lugar. De hecho, eso es lo que le pasa a Jorge Horst, de 56 años, y a Cintia Corvalán, de 39. Ellos son de Rosario y hace 14 días que se hospedan, según dicen, no extienden más la estadía porque el hotel ya no tiene habitaciones disponibles. "Nos vamos a ir a regañadientes", dice Horst entre risas.
Uno de los puntos más destacados es la cocina, dirigida por el chef Manuel Grinberg. La hostería cuenta con su propia huerta orgánica y además todo lo que sirven en el desayuno lo hacen dentro del hotel. La novedad: este año también incorporaron un horno de barro.
"Hacemos un cordero al malbec que lo cocinamos durante 16 horas en el horno de barro. Todo lo hacemos acá, las mermeladas, los yogures, los panes, las medialunas. Nos proveemos de productores locales y de nuestra huerta. Acá cortamos la planta minutos antes de servirla en el plato, lo que hace una diferencia enorme en el sabor y la calidad", argumenta Grinberg.
Rubén García tiene 68 años y hace 36 que trabaja en Hostería Din-Don. Esta fue la primera de Valeria del Mar. El lugar se construyó para fomentar el crecimiento de esa ciudad y recibió personalidades destacadas de la música y la literatura gracias a una familia adinerada que vivía frente a la hostería y los contrataba para dar conferencias. "Borges se hospedó, vino a dar unas charlas organizadas por esa familia, también lo hizo el flaco Spinetta. Luego Borges volvió un par de veces para descansar. La hostería tiene casi 60 años. Cuando abrió tenía nueve habitaciones y en ese entonces era un lujo. Abajo había una casa de té manejada por unos suizos. El logo de la hostería marca la una menos cinco, que fue la hora en la que llegó el primer huésped", dice García.
Por obra del destino o de su propia geografía, Pinamar, que creció en parte gracias a sus hoteles históricos. El sueño de Bunge y los belgas se concretó, las ciudades crecieron y estos edificios, que durante años caminaron por la cornisa y muy cerca de quedar afuera de los libros de historia, finalmente vencieron a los embates del tiempo.
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