Al Hospital Militar Central "Cirujano Mayor Dr. Cosme Argerich" se entra por el subsuelo. En la puerta de Luis María Campos 726, la coronel bioquímica Susana Hadad, jefa de Gestión de Calidad espera a LA NACION. Está dispuesta a hacer de guía por los 60.902 metros cuadrados cubiertos construidos en los doce pisos de un predio de 46.000. Pero cuando todavía no arrancó el recorrido, un hombre entra descompensado, arrastrado por su mujer y un par de vecinos. Lo sientan, lo suben a la guardia en minutos y esquivando gente. Eso da una idea de lo que pasa en este gigantesco hospital militar de máxima categoría.
El cuerpo D, que se construyó hace 63 años, nos da la bienvenida con un hall que repasa la historia del hospital con fotografías. Monumento Histórico Nacional desde enero del 2018, fue inaugurado en 1939 pero tiene su génesis en el primer hospital militar, de la calle Combate de los Pozos. Lleva el nombre del Dr. Cosme Argerich, que en los albores del siglo XIX formó y organizó a los primeros médicos de la Patria.
"Lo único que no hacemos es transplantes. Tenemos desde equinoterapia a cirugía máxilofacial y rehabilitación, pasando por todas las especialidades. Cerca de 7.000 personas por día pasan por el acá, entre internación, consultorios externos, diagnóstico… Tenemos diez quirófanos. Además, somos un hospital universitario. Aquí se forman y hacen la residencia muchos médicos", señala la Coronel Hadad, que se recibió el año de la guerra de Malvinas y por eso quiso hacer la carrera militar "para servir a la Patria". Además, cuenta que, más allá del paciente descompensado en la puerta, al hospital llegan afiliados de IOSFA, la obra social de las tres Fuerzas Armadas, que vienen de todo el país.
Entonces, mientras los pacientes y sus familiares hacen cola para subir por los ascensores, avanzamos por escaleras, entre pasillos con senderos que se bifurcan. "¡Buen día, mi coronel!", suena a cada rato, mientras caminamos con la doctora. Y el hospital se hace tan grande, que ella misma se pierde y tenemos que retomar la senda. "Estamos abarcados por todas las reglas del personal militar. Usos y costumbres. Cuestiones de forma y fondo. Tenemos un gran sentido de pertenencia", explica sobre el saludo que se repite en este centro categoría 9, el último escalón de derivación nacional.
Llegamos a la Guardia, en el sector B y la Mayor médica Karina Hugo, jefa de servicio, nos muestra un "shock room que es modelo, con cardiodesfibrilador y equipos de última generación". Además, hay un centro de monitoreo con pantallas que ponchan a los pacientes. Mientras que, entrando al sector A, el más antiguo del edificio, con 79 años, los mármoles de obra hablan de su historia. Y el B, al lado, tiene diez plantas, donde además de las habitaciones de internación está la capilla y la casa de las monjas. Por la puerta 3 pasamos al despacho de la Dirección General, a cargo de una mujer, la Coronel Mayor médica Alicia Filomia.
Entonces nos cruzamos con la suboficial mayor Silvia Herrera, enfermera, que es la encargada de la unidad. "Estoy atenta a las necesidades de las 2.300 almas que trabajan acá. Somos militares: tenemos destinos. Muchos vienen del Interior. Y necesitan que los ayudemos a arraigarse. Me las paso patrullando el hospital", apunta. Y agrega que pertenece a la primera camada de enfermeras formada bajo aquellas paredes. Hadad señala que hace un par de años el Hospital renovó las instalaciones eléctricas y que cuenta con dos grupos electrógenos nuevos.
En la Plaza de Armas, al centro del edificio, no hay ceremonias, pero se ve el edificio F –el más nuevo, con 36 años– dónde funcionan los consultorios externos. En el E, al lado, de 41 años, está el área de logística. Y cuando pasamos de vuelta al sector D, la doctora presenta al segundo jefe de Odontología, Coronel Edgardo Daniel Patri y le aclara: "Viene a ver cómo es que los militares damos salud". Juntos se enorgullecen de los tomógrafos y las radiografías panorámicas.
Lo mismo ocurre en el laboratorio de Bioquímica, dónde se hace biología molecular y todo está automatizado, a cargo de la coronel doctora Silvia Giménez, que ostenta tres soles en su chaqueta. O en el área de Hematología y Hemostasia Bioquímica, de altísima complejidad y de donde viene la doctora Hadad. Que apunta, además, que el hospital se maneja con un sistema de historia clínica informatizada y tienen un objetivo: "Papel cero".
Por la puerta 6 pasamos al Centro de Diagnóstico Integral de la Mujer, donde la Coronel doctora Mónica Ávila lidera el Departamento de Tocoginecología y Pediatría. Antes de ser médica fue enfermera en el Ejército y vivió en Tartagal. "Estaba recién casada y era la única entre 900 hombres. Corriendo ocho kilómetros a las siete de la mañana como parte del entrenamiento. El jefe me decía: "Si usted no quiere, no corra". Yo le contestaba: "Este grado me lo gané. Voy a correr a la par de todos". Las mujeres tenemos voluntad y amor propio. Por eso podemos llegar alto", relata sobre la fibra femenina al servicio de la milicia.
DE LAS INVASIONES INGLESAS AL G20
De vuelta en el sector B y para terminar, después de pasar por decenas de placas que conmemoran héroes de Malvinas, oficiales caídos y actos heroicos, llegamos a la oficina del Coronel Carlos Víctor Iglesias, director médico. "¿Ves esa camilla? Acá dormí las 72 horas que duró el G20 del año pasado. Así como cirujanos, anestesistas, varios médicos y granaderos organizados por turnos por si pasaba algo. Todo coordinado con el Estado Mayor Conjunto. No es una cuestión política, sino patriótica. Éramos el primer escalón de evacuación. Estamos muy cerca de Costa Salguero. Tenemos un helipuerto en la playa de estacionamiento. Teníamos 350 unidades de sangre ya listas. Y, además, sangre fresca caliente, un concepto que aprendimos de la Guerra de Irak: se extrae y se analiza en minutos", relata.
–Doctor, ¿quiénes hicieron a la historia de la medicina militar argentina?
–Salvador Mazza (1886-1946) fue ejemplar en su combate contra el Mal Chagas. Así como Francisco Javier Muñiz (1795-1871) que con 70 años se fue con su valijita a la Guerra del Paraguay para atender heridos y vio morir a su hijo en Curupaití. Aquella guerra fue el primer hito para nuestra medicina, que siguió con los desafíos que planteó la fiebre amarilla. En ese entonces se creó el comando de sanidad de la calle Combate de los Pozos en 1870, que dio origen a este Hospital. Claro que antes, con las Invasiones Inglesas, se había creado la primera estructura médica: el protomedicato, en 1780. Pero además tuvimos al doctor Juan Madera, a Diego Paroissier y a Juan Isidro Zapata en el Ejercito de los Andes. O a Claudio Mamerto Cuenca, que lo ultimaron atendiendo a sus pacientes, en la batalla de Caseros. Pero hay médicos militares célebres en el mundo, desde el Barón Larrey, el cirujano de Napoleón que inventó el transporte por ambulancia, hasta el inglés Rick Jolly, condecorado por los dos Gobiernos por las vidas que salvó en Malvinas.
–¿Y formados aquí?
–Grandes como los doctores Ramón Vertiz, Enrique Ceballos, Félix Cantarovich y Alejandro Steverlynck, que es uno de los mejores cirujanos de columna vertebral que tiene nuestro país. O el doctor Ramón Carrillo, que no era militar pero estuvo muchos años acá. También tuvimos pacientes célebres, como el General Perón, en 1945. Sin contar presidentes de facto, como Onganía. Además de senadores, gobernadores y agregados militares.
–¿Cómo los marcó la Guerra de Malvinas?
–Yo entré al hospital en 1984; llegué a ver la cola de la guerra. Fue el conflicto bélico más importante que tuvo la Argentina. Los heridos se atendían primero en Puerto Argentino, de ahí iban a Comodoro Rivadavia o a Buenos Aires, dónde estábamos nosotros y el Hospital de Campo de Mayo. Malvinas nos enseño a lidiar con las secuelas bélicas y a hacer cirugía de alta complejidad. Pero sobre todo, aprendimos muchísimo sobre hipotermia y pie de trinchera, ese mal que por la humedad anestesia la zona, compromete nervios, venas y arterias y puede terminar en gangrena.
–¿Qué los enorgullece como médicos militares?
–Cumplir con nuestro deber. El Ejército hizo mucho por nuestro país. Su historia no puede quedar limitada a un espacio de tiempo... Son un total de 200 años. El Ejército llegó a todo el país y educó. Tiene mucho más que ver con eso que con cuestiones de soberanía. La sanidad es una pata fundamental de cualquier ejército. De hecho, está demostrado que la presencia del médico en combate le da seguridad al soldado. Nosotros tenemos que ser ese médico para la sociedad.
Fotos: Diego Spivacow / AFV / LA NACION
Edición fotográfica: Fernanda Corbani