Hospital Fernández: una joven pudo ser madre pese a una enfermedad que ponía en riesgo su vida
Théo cumplió un mes el domingo pasado y Gimena lo alza a cada rato. "Se la pasa durmiendo, lo miro y no lo quiero molestar; pero después pienso que lo puedo levantar para tenerlo conmigo", cuenta. Lo hace tras repasar cómo un equipo de 17 profesionales del Hospital Fernández la acompañaron en la decisión de desafiar una enfermedad que debilitó su corazón: la hipertensión pulmonar. En las mujeres con esta patología, el embarazo está contraindicado porque pone en riesgo la vida materna y fetal.
Théo nació por cesárea con 2980 gramos y buen estado de salud. Fue el 25 de octubre pasado, tres semanas antes de las 40 que dura un embarazo a término. Gimena Obreque, de 24 años, llegó al quirófano casi sin poder moverse. En las dos semanas previas que pasó en una habitación separada del resto de los pacientes de la Unidad Coronaria del Fernández, le colocaron tres catéteres, una sonda y una bomba de infusión para administrarle los medicamentos que la ayudarían a superar el parto.
El equipo de especialistas de seis servicios del hospital del barrio de Palermo trabajaron desde marzo pasado, cuando los médicos del Grupo de Hipertensión Pulmonar que trataban a la joven se enteraron de que estaba esperando un bebé y, también, de que Gimena y Facundo deseaban ampliar la familia a pesar de los riesgos.
"De acuerdo con las guías internacionales, el embarazo está desaconsejado. Y, si ocurre, se indica el aborto terapéutico por la elevada mortalidad materna (del 35-50%) y fetal (del 10-20%)", explica Nicolás Atamañuk, líder del grupo, en diálogo con LA NACION. "Mientras que en los últimos años mejoró la sobrevida de estas pacientes, la realidad es que la expectativa de vida puede ser muy limitada", agrega Diego Litewka, neumonólogo e integrante del mismo equipo, junto con Eliana Calegari.
Con ellos trabajaron otros 14 especialistas de las áreas de Obstetricia, Unidad Coronaria, Hematología, Neonatología y Ecografía, además del Comité de Ética del hospital, que es centro de referencia en la atención de la hipertensión pulmonar. El grupo que dirige Atamañuk tiene más de 120 pacientes en seguimiento desde hace 11 años.
Gimena recibió el diagnóstico a los 13 años también en el Fernández. Desde los 5 iba al especialista para el tratamiento del asma. Pero, con el tiempo, empezó a empeorar: no podía correr porque se agitaba demasiado, sentía dolor en el pecho, mareos, y se desmayaba con cualquier esfuerzo. En la hipertensión pulmonar, la presión sanguínea de las arterias de los pulmones aumenta por la alteración de los vasos que transportan la sangre desde el corazón. Esto va sobrecargando el ventrículo derecho, a cargo de bombear la sangre, y empieza a debilitarlo.
Con el diagnóstico, llegaron los cuidados y las precauciones, como evitar los esfuerzos. Y, también, quedar embarazada. Por eso, cuando con Facundo se enteraron de que estaban esperando un bebé, la alegría se mezcló con lágrimas y preocupación. "Fue rara la reacción cuando nos enteramos –recuerda ella a un mes del parto–. No sabíamos si llorar o estar contentos. Fue difícil, pero pensamos que si había pasado era porque todo saldría bien. Lo complicado fue decirle a mi mamá, porque ella me había acompañado desde chica. También, decírselo a los médicos porque sabía lo que me iban a decir."
Análisis y opciones
En el hospital, analizaron los riesgos y las opciones que podían ofrecerle a la paciente. Se hicieron consultas con el Servicio de Obstetricia e intervino el Comité de Ética. Al estar en riesgo la vida y la salud materna, se le ofreció la interrupción legal del embarazo (ILE). "Cuando el médico charló conmigo, le dije que quería seguir adelante, que sabía que todo iba a estar bien –recuerda Gimena–. Y sentí que todo el hospital me cuidó."
Había, entonces, que coordinar cómo avanzar. "La responsabilidad puesta en nuestras manos era enorme", dice Litewka. De a poco, se fueron sumando profesionales de seis servicios del Fernández hasta organizar un equipo con el resto de las especialidades.
Hubo que adecuar los fármacos maternos y ajustar las dosis para no dañar al bebé, controlar su crecimiento y planificar el parto. Se decidió que sería por cesárea y en la 37a. semana de gestación: "El feto debía llegar lo más maduro posible, pero sin que ella ingresara en emergencia", coinciden Atamañuk y Litewka.
Quince días antes, Gimena quedó internada en la Unidad Coronaria para el preparto. Ahí, con cuidado, se le fue reemplazando un medicamento por otro para tener un mejor respaldo de la función cardíaca, se controló varias veces la respuesta hemodinámica y se monitoreó la salud del bebé. Afuera, la familia esperaba noticias y se turnaba para dormir en el hospital.
El día del parto, según recuerdan los profesionales, la única que sonreía era Gimena. "Estaba acostada con mis vías por todos lados y veía cómo corrían muy preocupados. Los que no les tocaba trabajar ese día, llamaban para saber cómo estaba", detalla ella.
Ese nivel de estrés continuó durante la cesárea. Los monitores mostraban cómo los valores de presión subían y bajaban. De manera artesanal, se iban administrando los fármacos para equilibrarlos. "Pude ver cómo el doctor estaba atento al corazón y trabajaba para que todo estuviese bien. Así que pude ver a Théo apenas nació. Lo escuché llorar", recuerda Gimena de los 35 minutos que estuvo en el quirófano.
Mientras que el bebé estaba listo para ir a casa al día siguiente, después de pasar por la terapia intensiva de Neonatología por precaución, la paciente regresó a la Unidad Coronaria. Había que repetir los pasos previos, pero a la inversa para evitar cualquier complicación. Recién a la semana, Gimena pudo ver a su bebé.
Ignacio Previgliano, director del Fernández, elogió el compromiso del equipo multidisciplinario con la paciente y el respeto de su autonomía. "Se le planteó la interrupción del embarazo por el alto riesgo de muerte para ambas vidas, la paciente decidió continuarlo y el equipo se abocó a hacerlo. Y para alegría de todos fue posible por el trabajo en equipo –comenta–. Esto nos demuestra que toda crisis es una oportunidad y que los dogmas son religiosos y no médicos."
Para los profesionales, es un logro que vivieron con una altísima dosis de preocupación y estrés con un camino por recorrer en la atención de las pacientes con formas avanzadas o graves de esta enfermedad. "Haber llevado casi a término un embarazo con estas características es un hito en el manejo de la hipertensión pulmonar. Y sucedió en un hospital público", destaca Litewka. Y Atamañuk anticipa: "Pienso que lo podemos reproducir en futuras pacientes".