Honrar la vida
En uno de sus más inspirados poemas, Eladia Blázquez dice "no es lo mismo que vivir, honrar la vida."
De pocas personas, de poquísimas personas, puede decirse con tanta justicia, como de Amalia Lacroze de Fortabat, que han "honrado la vida".
Muchos años atrás, en un rapto de osadía que todavía me sorprende, me atreví a llamarla, sin conocerla personalmente, y después de testimoniarle mi admiración, la invité a que fuese la "madrina de bautismo" de uno de mis barcos, el Sylvia Ana, por ese entonces a punto de culminar su construcción en un astillero de Cádiz (España), y ser botado al mar.
Con su proverbial fineza, me agradeció la invitación pero no concretó si la aceptaba o la declinaba.
Quiso el destino que, unas semanas después, coincidiéramos en el mismo hotel de Miami (Florida) en ocasión de la Primera Cumbre Panamericana convocada por el presidente Clinton, a la que ella había concurrido en su carácter de embajadora honoraria itinerante de la República Argentina.
Una tarde recibí un mensaje de su parte solicitándome que nos reuniéramos en el lobby.
Fue directamente al grano. -Cuéntame tu vida -me pidió con aquél modo suyo tan cordial como inapelable al que, por cierto, era imposible negarse.
Así lo hice y ella me escuchó con toda atención.
Cuando finalicé me dijo: "Ahora te conozco y sé que eres un hombre de trabajo." Y agregó: "Acepto gustosa ser la madrina de tu nuevo buque."
Unos días después volé a San Fernando, en Cádiz, donde iba a ser botado el Sylvia Ana; me dirigí al mejor hotel y reservé la mejor suite para ella, en la fecha prevista para la botadura.
El gerente del hotel revisó sus listados y me dijo: "Disculpe usted, pero la señora Lacroze de Fortabat no sólo tiene reservada esa suite para esa fecha, sino que ha cancelado la cuenta hace más de un mes."
Así era Amalia Lacroze de Fortabat. Estaba en todos los detalles, se hacía cargo de todo y… ¡siempre llegaba antes!
Me concedió, en esa ocasión, el honor de ser la madrina de este precioso buque que sigue navegando con gallardía por las aguas del Río de la Plata, que ella tanto amaba.
Más de una vez me honró con la posibilidad de asociarse conmigo en alguno de mis emprendimientos. Siempre me negué. Me abrumaba la responsabilidad. No eran tiempos fáciles y le respondí lo siguiente: "Amalia: ¡muchísimas gracias por su confianza! Pero yo jamás me perdonaría perder dinero suyo."
Ella sonrió con aquella señorial belleza que llamó la atención hasta artistas como Andy Warhol. -Nunca nadie se había negado a asociarse conmigo -me dijo -con un argumento tan sincero.
Hoy, otra vez, estoy a punto de botar un nuevo barco, el más ecológico de la historia, el de impacto ambiental cero, pero Amalia Lacroze de Fortabat ya no está entre nosotros.
Estoy seguro que no bien el casco de este portentoso buque toque por primera vez el agua, la gran dama sonreirá en el cielo, y la proa abrirá en el mar un surco de espuma tan diáfana y franca como su sonrisa.
Dicen que la única muerte definitiva es el olvido.
Amalia Lacroze de Fortabat por su calidad humana, por su don de gentes, por su sagacidad de empresaria, por su espíritu filantrópico, por sus obras de auténtica caridad cristiana, por su amor a las artes, por su responsabilidad social, por su belleza deslumbrante, por su exquisita fineza, no corre riesgo alguno. Es absolutamente inolvidable.
Porque como decía Eladia, "honró la vida."
Juan Carlos López Mena
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