"Hombres Tejedores" se reúnen para romper con los estereotipos de género
Organizan encuentros en parques de Buenos Aires para practicar crochet en grupo y a partir de este año brindarán talleres; son doce hombres y convocan a quienes les interese la causa a sumarse
Debajo de una palmera de la plaza de Barrancas de Belgrano, resguardados del sol, se encuentran sentados sobre el pasto Pablo, Winelvi y Fernando. En lonas tendidas cerca de ellos, algunas de sus creaciones: una funda para celular, un estuche para libros, una canasta, una bufanda a medio hacer, un termo envuelto en lana verde y una bolsa de lona con un logo que recrea la cara de un hombre con bigotes y barba y dos agujas atravesadas con la inscripción "Hombres Tejedores". En sus remeras, un pin diminuto con el mismo dibujo.
Un año atrás, un video que fue compartido más de 70.000 veces en Facebook fue el puntapié inicial para que estos hombres que se reunían a tejer en grupo se dieran cuenta de que había una cuestión de fondo que excedía su interés por la práctica. Se los puede ver sentados alrededor de una mesa con agujas, lana y té concentrados en su trabajo sin interactuar durante 32 segundos. Esas imágenes dieron la vuelta al mundo y ellos decidieron, casi de inmediato, darle una estructura y ligarlo a un objetivo: "tejer" nuevas masculinidades. El resultado, un año después, es Hombres Tejedores, una iniciativa que arrancó en Chile y que hace un mes desembarcó en la Argentina.
Winelvi toma la palabra. Es un venezolano de 31 años, politólogo, que vive en el país hace dos años y medio y es el encargado de las redes sociales. Hombres Tejedores nuclea a varones de entre 30 y 45 años con un hobby en común: el tejido. Crochet, macramé, telar, dos agujas: las técnicas varían y las motivaciones que los llevaron a formar parte de este movimiento también. “Buscamos tumbar los prejuicios relacionados a los roles de género, generar espacios en los que se normalice y que ver a un hombre tejiendo no signifique un choque cultural”, dice Winelvi, mientras entrelaza sus agujas en lana verde.
“Si nos ponemos a hablar entre nosotros de cómo empezamos a tejer aparecen historias similares: de pronto apareció el deseo de tejer y, del otro lado, la negativa como reacción”, señala Fernando, de 44 años, que es docente de química y cuenta que “su mamá le enseñó lo básico a regañadientes y luego siguió con tutoriales de YouTube”. Él se enteró de la iniciativa a través de un amigo que le mostró la página hace menos de un mes y se acercó al primer encuentro convocado a través de las redes sociales en el Parque Centenario a fines de noviembre. “Fui a sacar algunas fotos y me terminé sumando”, dice.
Pablo es de Entre Ríos. Años atrás se dedicó a la artesanía y tejía macramé para ganarse la vida. “Si vos sos artesano, tejer está bien y yo hasta doy con la pinta. Hoy tengo otro trabajo, lo sigo haciendo y, sin embargo, cuando voy a comprar el hilo me auguran una 'muy buena venta'. Es natural que vayan artesanos a comprar hilo porque laburan con eso”, explica. Y agrega Winelvi: “Ahí aparece de nuevo el rol del hombre proveedor y eso es normal”.
A diferencia de sus compañeros de tejido, Pablo cuenta que su familia le enseñó desde chico y que nunca le dijeron nada. Él se considera “absolutamente feminista” y destaca que trabaja en una investigación que combina el arte y la política. Para él tejer “excede el concepto mismo de arte": "Lo que hacemos es tejer nuevas masculinidades, cuando uno puede pensar que esta nueva masculinidad, por ejemplo, se puede permitir cobijar”.
Cuando dice eso, sus compañeros lo miran con aprobación y entonces él se explaya sobre este concepto: “El tejido cultural e históricamente ha tenido que ver con el cuidado. Nuestra sociedad no enseñó a los varones a pensar ni a sentir eso. Nos enseñan que tenemos que ser fuertes, proveedores, que no podemos llorar, pero no nos enseñan que podemos cobijar, cuidar, armar el nido”, explica Pablo. Winelvi añade: “Todo el tiempo pensamos cómo desidentificar estas prácticas, sacarlas de una ligazón directa con una identidad o con un peligro”.
El peligro, según ellos, es una constante para aquel que se atreva a tejer en soledad a la vista de todos. Fernando escucha la palabra y comparte una anécdota. La semana pasada, a modo de experimento, se sentó en un banco de Parque Chacabuco a tejer una bufanda de lana. Era domingo y había poca gente. “En el parque, cuando estás tejiendo, mirás mucho para abajo. Me generó miedo, no podía estar haciendo eso solo. Si todavía nos sentimos así, es re necesario que exista un movimiento que visibilice que eso no se puede hacer”, afirma. Winelvi asiente y cuenta que en Buenos Aires es mucho más “distendido” que en su país de origen, Venezuela, e incluso en Salta, donde vivió algunos meses y trabajó de artesano.
“Yo tejo en el colectivo y una chica me tomaba fotos a escondidas y lo publicaba en su Instagram con la leyenda: 'Es hombre y teje más rápido que yo'. Hace poco me reconoció por las redes y me mandó las fotos que me había sacado -dice-. Ahora tejo en público con mi bolsito de Hombres Tejedores y lo hago con otra actitud. Es una protesta activa para reivindicar escenarios donde normalmente no se podría hacer”.
El futuro es feminista
Para visibilizar su “protesta”, organizan encuentros mensuales en distintos parques o plazas de la ciudad y convocan a sus seguidores a través de Facebook e Instagram. Las juntadas en el Parque Centenario y en el Planetario fueron un éxito y ya son doce los que se sumaron al movimiento. “Hay gente que quiere tejer y no está pensando tanto en la dimensión política o de género, simplemente le calza, está acorde a sus intereses y se suma”, comenta Fernando para explicar la heterogeneidad del grupo. Winelvi es ambicioso y apunta alto: “La idea es generar un colectivo. Que no se quede meramente en un lugar en el que nos sentamos a tejer. Queremos ir más allá para todo lo que representa esta nueva ola de crear nuevas masculinidades y romper con las etiquetas”.
Para concretar sus planes, los más experimentados brindarán talleres de tejido para hombres a partir de este año y se basarán en las experiencias de Chile para generar un impacto aún mayor. El año pasado, a modo de ejemplo, los trasandinos se instalaron en el centro financiero de Santiago vestidos como “hombres de negocios” y tejieron con lana fucsia. Antes de que esta cronista se despida, Winelvi le regala un llavero de lana multicolor en forma de corazón que tejió allí mismo sin que lo notara. Así se comprueba la teoría de la chica del colectivo: es veloz.
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