Con más de un siglo de historia, el Euskal Echea combina tradición y pertenencia en un predio de 14 hectáreas donde la cultura vasca sigue viva
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Con más de un siglo de historia, el Colegio Euskal Echea se extiende en un predio de 14 hectáreas sobre la avenida Antártida Argentina 1910, en Llavallol. Fundado en 1904 como un espacio educativo y comunitario, sigue preservando la cultura vasca, destacándose por su enfoque en la convivencia de alumnos, docentes y adultos mayores. Al ingresar por el arco de cemento que exhibe el escudo de la institución, la sensación es similar a la entrada a un mundo mágico, evocando la llegada de Harry Potter a Hogwarts. El largo pasillo arbolado lleva a un entorno que fusiona actividades pedagógicas, culturales y de integración intergeneracional, valores que definen al Euskal Echea.
La historia del colegio se remonta a fines del siglo XIX, cuando un grupo de inmigrantes vascos en Buenos Aires, liderados por Martín de Errecaborde, proyectó la creación de un espacio que integrara la educación de sus hijos y el cuidado de sus ancianos. Errecaborde donó terrenos en Llavallol, partido de Lomas de Zamora, y con la colaboración de María Jáuregui de Pradere, quien también aportó hectáreas para la construcción, lograron fundar Euskal Echea en aquel año. En sus inicios, el colegio funcionaba como un internado para niños y niñas, y al mismo tiempo como hogar de ancianos; abría sus puertas a la comunidad sin limitar el acceso únicamente a descendientes de vascos.
Con el tiempo, la institución creció y sumó niveles educativos. En la década de 1960, se incorporó el nivel inicial y el secundario fue ampliado para incluir cuatro modalidades: ciencias naturales, sociales, económicas, y comunicación y arte. Desde 2002, el colegio se volvió mixto, consolidando su carácter inclusivo y receptivo de todos los sectores de la sociedad. A lo largo de los años, el Euskal Echea se mantuvo destinado a preservar la identidad vasca en la Argentina y a ofrecer un espacio de encuentro para la comunidad. Mariana Iglesias, responsable de inscripciones, afirmó a LA NACION: “Este colegio fue pensado para la comunidad y mantuvo ese propósito. Aunque fue creado para la comunidad vasca, se abrió siempre a todos”.
Iglesias destacó la relevancia del predio en Llavallol, en comparación con la sede en la ciudad de Buenos Aires: “La sede en CABA que es muy amplia y con gran cantidad de alumnos, pero este predio en Llavallol es único. No está alejado ni es necesario hacer grandes desplazamientos para llegar. En un mismo lugar se realizan todas las actividades, desde las deportivas hasta las culturales”. Además, explicó cómo se articula la estructura educativa en los distintos niveles y destacó la importancia de los proyectos que los estudiantes desarrollan desde el nivel inicial. “La filosofía con la que trabajamos desde los primeros niveles apunta a fomentar la autonomía, el trabajo en grupo y la confianza de los chicos. Al llegar al secundario, todo esto permite que ellos se luzcan en los proyectos más complejos”, dijo.
Entre las actividades de participación colectiva que se organizan anualmente, la Fiesta Vasca ocupa un lugar especial. Según detalló Iglesias, esta celebración –realizada el 19 de octubre– es el evento en el que estudiantes, familiares y docentes muestran el resultado de su trabajo a lo largo del año. Este año coincidió con el aniversario del colegio, que celebró sus 120 años. Iglesias señaló a LA NACION que en esta última celebración, los estudiantes de sexto año fueron los encargados del catering y organizaron un almuerzo para la comunidad educativa. “Es una fiesta que representa un proyecto transversal, y los estudiantes lo perciben así. Todos colaboran y participan. No tenemos ausentismo en esos días; los chicos y las familias se involucran muchísimo”, expresó la directiva.
El teatro del colegio, con una capacidad de 990 personas, es otra de las instalaciones emblemáticas. En él se realizan obras teatrales y actos escolares. Iglesias destacó la importancia de este espacio, indicando que “es un lugar que los estudiantes aprenden a valorar desde pequeños, y para muchos es su primer contacto con un teatro de esta magnitud. Incluso suelen incluir estas experiencias en sus currículums cuando comienzan a buscar trabajo”. Este edificio es uno de los más antiguos y fue testigo de generaciones de alumnos y eventos especiales que reflejan la cultura y la identidad del Euskal Echea.
Otro hito es el hogar de ancianos, integrado en el mismo predio. Originalmente pensado para adultos mayores de origen vasco, hoy recibe a personas de diversas comunidades. La interacción entre los estudiantes y los residentes del hogar es una parte importante de la experiencia educativa. Durante el año, realizan actividades conjuntas que incluyen obras de teatro y manualidades, además de actos patrios y festivales. La interacción enriquece tanto a los estudiantes como a los adultos mayores: “Los chicos aprenden mucho de estos encuentros y la comunidad del hogar también se siente parte del colegio. Esta relación fomenta un sentido de pertenencia que es parte de la identidad del Euskal Echea”, apuntó Iglesias.
En el aspecto educativo, el colegio ofrece orientación en humanidades, ciencias naturales, ciencias sociales y economía en el nivel secundario, todas apoyadas en un enfoque práctico y participativo. Iglesias comentó a LA NACION que los proyectos de los estudiantes en los últimos años del secundario son el resultado de un trabajo sostenido desde el nivel inicial: “Lo que hacemos desde el jardín y la primaria se refleja en el secundario. Nuestros alumnos se destacan en estos proyectos por el nivel de autonomía que desarrollan desde chicos, y eso se nota especialmente en el último ciclo”.
Uno de los espacios más simbólicos del colegio es el “árbol de Guernica”, un retoño de un roble que sobrevivió al bombardeo de Guernica en 1937. “Este árbol es un pedacito del País Vasco en el colegio. Para nosotros representa la resiliencia y la fortaleza del pueblo vasco. Lo cuidamos y es un lugar especial para todos los que formamos parte del Euskal Echea”, dijo la directiva.
El colegio también incorporó actividades deportivas y recreativas en sus instalaciones. El campus incluye canchas de rugby, fútbol y hockey, y los estudiantes participan en múltiples disciplinas, como la gimnasia rítmica y deportiva, el voley y el hockey. Iglesias detalló que los espacios deportivos están a disposición no solo para actividades de educación física, sino también para momentos de recreación supervisados, permitiendo a los estudiantes disfrutar al aire libre. “Es un entorno muy generoso en instalaciones. Nos permite ofrecer una variedad de experiencias a los chicos, quienes aprenden a valorar y a cuidar este lugar”, expresó Iglesias.
Durante la pandemia, el colegio enfrentó desafíos, pero su amplio predio permitió realizar actividades de manera anticipada respecto de otros establecimientos. Iglesias recordó que, en noviembre de 2020, los estudiantes pudieron retomar encuentros presenciales, al aire libre y con los protocolos necesarios: “A partir de marzo de 2021, convertimos casi todo el colegio en aulas separadas en burbujas. Eso permitió que los alumnos volvieran de manera segura y que las familias retomaran su rutina. Fue un esfuerzo enorme, pero nos dio la posibilidad de ofrecer una experiencia educativa presencial en un contexto tan difícil”. Este regreso temprano fue valorado por las familias y atrajo nuevas inscripciones.
El sentido de comunidad se extiende también a los exalumnos, quienes mantienen una conexión activa con la institución. Muchos, señaló Iglesias, regresan para dar charlas vocacionales y orientativas a los estudiantes de quinto y sexto año. Además, hay algunos exalumnos destacados, como el pintor Manuel Paz, que en 2022 donó un mural para el jardín, contribuyendo al legado cultural del Euskal Echea.
A lo largo de su historia, el colegio conservó su carácter de asociación abierta y comunitaria, inicialmente fundada con el propósito de ofrecer educación y un hogar para adultos mayores de origen vasco. Según Iglesias, esta apertura fue clave para su crecimiento y permanencia en el tiempo.
No obstante, los estudiantes cuentan desde el primer grado con una materia especial de cultura vasca, que abarca desde la danza y las festividades hasta las costumbres y la historia del País Vasco. Esta asignatura busca conectar a los alumnos con los orígenes del colegio y fomentar el respeto por otras culturas. Si bien la mayoría de los chicos no tiene ascendencia vasca, encuentran en esta materia un medio para acercarse a una historia que, aunque ajena a muchos, se convierte en parte de su vida escolar: “Es una manera de transmitir valores de respeto y de pertenencia, y los chicos lo incorporan como algo propio, hasta el punto de enviar fotos de sus viajes al País Vasco para compartirlo con sus compañeros y docentes”.
El colegio tiene también una biblioteca tradicional que alberga volúmenes antiguos en francés y español, donados en sus primeros años por congregaciones religiosas vascas. Los alumnos visitan semanalmente este espacio para realizar actividades y tomar libros en préstamo. Iglesias destacó que esta rutina fomenta en los estudiantes un hábito de lectura que trasciende su vida escolar: “Aprenden a cuidar los libros y a respetar el espacio, algo que en muchos otros lugares ya no es común”.
Euskal Echea sigue siendo un referente en la zona sur, reconocido no solo por su oferta académica, sino también por sus vínculos con la comunidad. Con más de 1600 alumnos en la sede de Llavallol y alrededor de 1200 en la Capital, el colegio mantiene su esencia.
Fotos: Gonzalo Colini
Edición Fotográfica: Fernanda Corbani
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