Histórico: la Iglesia pide perdón por sus pecados
Juan Pablo II dará hoy uno de los pasos más trascendentes de su papado al admitir errores como la persecución a los hebreos, la Inquisición y la esclavitud
ROMA.- El papa polaco que derrotó al comunismo -y luego criticó al "capitalismo salvaje"-, el papa que más viajó, el papa que peregrina pese a estar enfermo, el papa que festeja el Año Santo como siempre soñó, volverá a dejar una marca en la historia. En una ceremonia inédita en dos mil años de cristianismo, Juan Pablo II dará hoy, primer domingo de Cuaresma, uno de los pasos quizá más osados e importantes de su pontificado: pedirá públicamente perdón por siete errores históricos de la Iglesia.
Será la "Jornada del Perdón", el momento culminante del mea culpa jubilar que el Pontífice casi octogenario viene predicando desde hace seis años.
"Como sucesor de Pedro, pido que este año de misericordia de la Iglesia, fuerte por la santidad que recibe de su Señor, se ponga de rodillas ante Dios e implore el perdón de los pecados pasados y presentes de sus hijos", escribió el innovador Santo Padre en 1998, en la Bula Incarnationis Mysterium.
En una celebración litúrgica sin precedente en la historia de la Iglesia, que tendrá lugar en la Basílica de San Pedro, serán siete los cardenales de la curia romana que leerán las siete imputaciones que el Papa quiso reconocer ante todo el mundo, con el objetivo de la reconciliación. El Pontífice confesará primero los pecados en general, para "purificar la memoria" y para comprometerse a un camino de conversión. Después hará la siguiente secuencia:
- Los pecados cometidos al servicio de la verdad, la intolerancia y la violencia en contra de los disidentes, guerras de religión, violencias y abusos en las Cruzadas, y métodos coactivos en la Inquisición.
- Las faltas que han afectado la unidad del Cuerpo de Cristo: excomuniones, persecuciones, divisiones.
- Los pecados cometidos en el ámbito de las relaciones con "el pueblo de la primera Alianza", Israel: desprecio, actos de hostilidad, silencios.
- Pecados en contra del amor, la paz, los derechos de los pueblos, el respeto de las culturas y de otras religiones, en concomitancia con la evangelización.
- Faltas en contra de la dignidad humana y la unidad del género humano: hacia las mujeres, las razas, las etnias.
- Pecados en el campo de los derechos fundamentales de las personas y en contra de la justicia social: los últimos, los pobres, los que están por nacer, injusticias económicas y sociales, marginación.
Acto penitencial inédito
Es una lista que años atrás nadie se hubiera imaginado, que abarca veinte siglos y que resume en grandes capítulos culpas de la Iglesia por las que Juan Pablo II ya había pedido perdón, pero que nunca había reconocido como hará hoy, de forma audaz y contundente, en este inédito acto penitencial, "en la conciencia de que la Iglesia es un sujeto único en la historia, una persona mística".
Algunos dicen que, así como en la Nochebuena última abrió la Puerta Santa, símbolo del ingreso de la Iglesia en el tercer milenio, con su pedido de perdón por siete errores históricos, el Papa cerrará hoy, también simbólicamente, la puerta del pasado.
Se trata de un acto de coraje, como destacaron muchos vaticanistas, porque Juan Pablo II pedirá perdón pese a que, entre teólogos, cardenales y colaboradores, hubo muchas reservas y opiniones contrarias: no pocos temen que su valiente actitud corra el riesgo de ser mal aprovechada por los "enemigos" de la Iglesia Católica y de ser mal interpretada por los mismos fieles, que pueden no entenderla.
El Papa, pese a todo, logró imponerse, y hoy llevará a cabo su tan querido "acto primacial" (es decir, que cumple a raíz de su "primado"). Un acto que, aseguran aquí, es más importante que el documento "Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado", elaborado por la Comisión Teológica Internacional presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, que justamente reflexiona sobre el gesto del Papa, y responde a las objeciones que el proyecto del "mea culpa" había despertado.
Así como en el Antiguo Testamento el pueblo de Dios confesó el pecado del ternero de oro y lo recordó -señaló el otro día monseñor Piero Marini, maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias-, y como la iglesia naciente del Nuevo Testamento confiesa y recuerda la negación de Pedro, así la Iglesia de hoy, a través del sucesor de Pedro, nombra, dice y confiesa los errores de los cristianos de todos los tiempos.
El histórico pedido de perdón del Papa, de todos modos, no pretende juzgar a los hijos de la Iglesia que cometieron tantos pecados: "El juicio sólo corresponde a Dios y será manifestado el último día". Por esto, en la confesión de los pecados de hoy se indicarán de forma clara algunas faltas históricas, pero no se nombrará a los responsables.
Purificación de la memoria
"La confesión tiene lugar dentro de la solidaridad de los pecadores: los bautizados de hoy, en efecto, se sienten vinculados a los bautizados de ayer. No se juzga a los cristianos del pasado, ni se excluyen circunstancias atenuantes, pero se lamenta y confiesa el mal perpetrado, para hacernos cargo de las faltas cometidas por quienes nos precedieron."
El objetivo de este gesto de grandeza de Juan Pablo II es la "purificación de la memoria, la reconciliación entre los cristianos, entre la Iglesia y la humanidad". Una ocasión para que cambien no sólo la mentalidad, sino también la perspectiva de ciertas actitudes eclesiales, y para que surja una enseñanza para el futuro, teniendo en cuenta que "los pecados del pasado permanecen como tentaciones en el presente".
"Esta liturgia es un servicio a la verdad: la Iglesia no tiene miedo de medirse con las culpas de los cristianos, cuando se da cuenta de sus errores", destacó Marini. "Es un servicio a la fe: el reconocimiento de la confesión de los pecados abre la vía a una renovada adhesión al Señor. Es un servicio a la caridad, un testimonio de amor en la humildad de quien pide perdón. La Iglesia es maestra también cuando pide al Señor el perdón, la remisión de los pecados."
Una cadena de gestos
Esas manos que en gesto ecuménico, al abrir la Puerta Santa en la basílica de San Pablo Extramuros, iniciaron la Semana de Oración por la Unidad de los cristianos. Esa peregrinación conmovedora al monte Sinaí, el mismo del que bajó Moisés con las Tablas de la Ley. O esa otra por iniciarse en estos días que llevará al Papa a la misma tierra sobre la que caminó Jesús.
Parte esencial de esa peculiar cadena será la Jornada del Perdón que Juan Pablo II presidirá hoy en Roma para subrayar con una actitud penitencial sin precedente en la historia de la Iglesia Católica el sentido de conversión de la Cuaresma del 2000.
El mayúsculo gesto lleva el sello inconfundible del Papa polaco. Como toda la celebración del Gran Jubileo, presente en sus dichos y en sus hechos desde su llegada al Vaticano, hace 22 años.
Difícil será volver a hablar del inmovilismo del pontificado. La pertinaz convicción con la que encaró ese emprendimiento, la audacia y valentía de sus gestos -el de hoy en la basílica de San Pedro será su mejor emblema-, cobran mayor fuerza testimonial, otorgan el hondo sentido que tiene desde la fe la misión del Vicario de Cristo, al ser expresados por un cuerpo enfermo y envejecido, manos temblorosas y una voz quebrada.
Aleccionador, el pedido de perdón de la Iglesia por las faltas del pasado y del presente alumbra ahora pero se vino gestando paso a paso en gestos y decisiones acuñados por el Papa a lo largo de su pontificado. Ahí están el reconocimiento en sonados casos como el de Galileo o el arrepentimiento volcado en el documento sobre la Shoah. Su intuición pastoral quedó articulada en el memorable texto que escribió para invitar a la celebración de los 2000 años del nacimiento de Jesús. Aquella conmovedora convocatoria que sacudió a la Iglesia a la que Juan Pablo II llamó expresamente a asumir con una "conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo, de su evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo".
Esa prédica, esa invitación, no dejó de suscitar críticas y resistencias. Ya no se trataba sólo de pedir perdón a Dios, del mea culpa que es parte esencial de la dinámica espiritual cristiana. También de pedir perdón a los hombres. Y no todos se mostraron bien dispuestos. Hubo, y hay, reticencias y resistencias.
En algún sentido, la actitud y los gestos de Juan Pablo II parecieron descolocar a la teología católica. Pero, sobre todo, ha ayudado a profundizarla en un punto esencial: el de la solidaridad en el bien y en el mal. Con la lúcida sencillez de un teólogo, lo ha explicado en estos días el arzobispo de Resistencia, monseñor Carmelo Giaquinta. "Por su experiencia de vida en Polonia, Dios capacitó al Papa de manera excepcional para percibir el dramatismo de hechos que avergüenzan a la humanidad: el nazismo, el Holocausto, la Segunda Guerra Mundial... Y luego, sus viajes apostólicos por todo el mundo le abrieron los ojos a los grandes males ocasionados por el colonialismo occidental: la esclavitud de los negros de Africa, la explotación de los indígenas de América... Mal que nos pese, éstos son hechos colectivos, en los que las naciones y los mismos cristianos tienen una gran cuota de responsabilidad."
En ese sentido, el histórico pronunciamiento que se conoció en estos días es el adecuado preludio para el gran gesto con el cual el Papa conmoverá hoy al mundo.
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