El poeta Oliverio Girondo escribió alguna vez: “Las chicas de Flores tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la confitería Del Molino”. Cliente leal, fue su homenaje al mundo especial que se vivía dentro del magnífico edificio Art Nouveau de Callao y Rivadavia. Alguien lo bautizó “Un pedacito de París en Buenos Aires”.
Pero Del Molino fue mucho más que un edificio varias veces premiado, un interior vestido de las más exclusivas artesanías italianas, una gastronomía exquisita, única, artesanal, que extendía sus fanáticos a todo el país.Frente al Congreso (y sin el anexo que nació mucho después) era el ámbito de discusión política, de polémicas económicas, de reuniones de intelectuales, poetas, escritores, grandes artistas nacionales e internacionales, de encuentros amorosos.
Aquí los legisladores tenían cuenta corriente, y su dueño, el visionario italiano Cayetano Brenna (que la abrió en 1917), atendía personalmente las mesas vestido con levita.
Aquí Carlos Gardel, uno de sus más fieles clientes, le encargó al dueño una torta en homenaje a su amigo Irineo Leguisamo. Así nació el famosísimo postre Leguisamo, una mezcla tremenda de hojaldre, merengue, marrón glacé y crema imperial con almendras.
En 1917, cuando en Rusia depusieron a los Romanoff, el dueño lo celebró creando el popular postre Imperial ruso (conocido en Europa como “el postre argentino”) que venía con una advertencia: “Córtelo con un cuchillo caliente para que no se desmorone”.
Por aquí pasaba todos los días el socialista Alfredo Palacios a tomarse su copita de cognac. O Roberto Arlt delineaba algunas de sus “Aguafuertes porteñas” (en una de ellas se burló del francotirador que se refugió en Del Molino durante la revolución de 1930, que derrocó a Hipólito Irigoyen). O José Ingenieros discutía acaloradamente con el poeta Amado Nervo, que era entonces el embajador de México en la Argentina.
En 1996 (un año antes de que la cerraran), Madonna –en un día libre de la filmación de Evita– grabó el video “Love don´t live here anymore”.
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Aquí el compositor José María Contursi ahogaba con whisky sus penas de amor, mientras no dejaba de pensar en Grisel. Hasta que un día de 1962 –dicen testigos– Grisel, su amada, apareció en la confitería y le dio un happy end a la historia, que quedó plasmada en el tango.
En los lujosos salones del primer piso –con una escalera imperial– se festejaban casi todos los casamientos de la alta burguesía porteña, o el cumpleaños número 80 de Vicente Solano Lima, las 300 representaciones de El diluvio que viene y, más acá en el tiempo, en la confitería, se reunieron dirigentes de la Alianza como Graciela Fernández Meijide, Jesús Rodríguez y Chacho Álvarez con líderes del PJ como Antonio Cafiero y Carlos Ruckauf para filmar una de las primeras publicidades del Gran Dt. Mirá el video aquí
Declarada Monumento Histórico Nacional en 1997, Patrimonio Histórico del Art Nouveau y la vanguardia de la Belle Époque por la UNESCO en el año 2000, integrar el área de preservación histórica no la salvó de la decadencia, el abandono y la muerte.
El 23 de febrero de 1997 cerró definitivamente sus puertas. Pasaron casi 21 años. Adentro quedaron otros fantasmas entrañables: Lisandro de la Torre, Libertad Lamarque, Niní Marshall, Marcelo T. de Alvear, Agustín P. Justo, Juan Domingo Perón, la infanta Isabel de Borbón y el Príncipe de Gales.
Pero afuera, todo es desolación, desidia, indiferencia. Las mediasombras y las vallas intentan detener el derrumbe. El hormigón está ennegrecido, los hierros oxidados, las lujosas cerámicas cuarteadas, los magníficos vitraux hechos añicos. Las aspas del molino hace tiempo que no se mueven.
Los turistas hoy se acercan con curiosidad, sacan fotos y hasta preguntan ¿Cuándo fue incendiada? Hasta que algún porteño les cuenta que las paredes no están negras por el fuego sino por suciedad.
Algunos opinan que Del Molino empezó a languidecer cuando tuvo que competir con la proliferación, a su alrededor, de lugares baratos de comida rápida. Y se preguntan: “¿Es todo igual? ¿Todo tiene el mismo valor?”.
Ahora, nuevos vientos soplarán en el edificio de la confitería Del Molino. Después de la expropiación en 2014, pasó a ser propiedad del Congreso Nacional. Según se publicó en el Boletín Oficial, luego de la reparación y puesta en valor, allí funcionarán una confitería, un museo y un centro cultural.
Con el esplendor de la Belle Epoque
Dos reposteros italianos, Constantino Rossi y Cayetano Brenna, compraron en 1904 la esquina de Callao y Rivadavia.
Siete años después adquirieron las casas vecinas de Callao 32 y Rivadavia 1815. Fueron dos visionarios: mientras en Europa amenazaba el fantasma de la Primera Guerra Mundial, ellos levantaban uno de los edificios más altos de la ciudad, de 5000 m2. Le pusieron Del Molino, porque enfrente, en la Plaza del Congreso, funcionaba el primer molino harinero de Buenos Aires, el llamado molino a vapor de Lorea.
No escatimaron gastos ni esfuerzos: hasta el último material fue traído de Italia. Y le encargaron la obra al más famoso arquitecto de entonces: Franceso Gianotti, italiano (autor, también, de la Galería Güemes, en la calle Florida).
Así, los ornamentos de bronce cincelados artesanalmente, los 170 m2 de vitraux, el mármol de Carrara, las majestuosas arañas florentinas, las columnas estucadas, los mosaicos opalinos, las cerámicas de oro en la mansarda, las puertas, las ventanas con vidrios cuadrados, la fachada recubierta con piedra París, la cristalería, la porcelana y la mantelería fueron armando como en un rompecabezas este ícono del lujo del siglo XIX.
La estructura definitiva quedó distribuida así: en la planta baja la confitería. Debajo, tres subsuelos donde funcionaban la fábrica de hielo, la cocina donde elaboraban sus productos, la bodega, los depósitos y el taller mecánico. Para arriba de la confitería, dos pisos de salón de fiestas y otros tres para vivienda y oficinas. Estos tres pisos siempre se alquilaron (generalmente a profesionales de clase media alta), nunca tuvieron dueños particulares. Sobre Rivadavia, eran semipisos. Sobre Callao, eran pisos enormes que constaban de cuatro dormitorios, sala de estar, living, escritorio, comedor y dependencias de servicio con dos habitaciones cada una.
En 1930, durante el golpe de Estado que derrocó a Hipólito Irigoyen, la confitería fue incendiada. La reconstruyeron un año después. La muerte en 1938 de Cayetano Brenna marcó el final de la Belle Époque. Pasó por distintas manos, hasta que sucumbió a la quiebra.