TORNQUIST.- "Sé de gente que han echado por no hablar alemán", afirma Tomas Meyer, a cargo de la Estancia Hogar Funke, un inexpugnable paraíso de 13.000 hectáreas, oculto tras una centenaria barrera de árboles y rodeado de los picos más elevados de la provincia de Buenos Aires, en el Partido de Tornquist, cerca de Sierra de la Ventana.
Es un lugar estratégico al que sólo se llega con conocimiento del terreno serrano. Allí funciona una Fundación pro germana que hospeda a alemanes, descendientes y aquellas personas que hablen el idioma de este país. Un Consejo Curatorial evalúa quién entra. "Si alguien no tiene dinero, le invitamos la estadía", sugiere Meyer. El mentor de la Fundación Funke fue Rodolfo Funke, un alemán que llegó a nuestro país en 1877, con dinero, recomendaciones y muchos contactos, era ingeniero agrónomo. Nació en Dingelbe en 1852. Tuvo vínculos con Ernesto Tornquist, dueño de una de las fortunas más importantes del país en aquellos años. Apodado "el rey de los banqueros", rápidamente vio en Funke una mente brillante. Le cedió 10.000 hectáreas y en pocos años el alemán tuvo un imperio de 23.000 hectáreas.
Funke hizo mucho dinero con la lana. Fue filántropo y tuvo un sueño: ayudar a los alemanes que habían luchado en la Primera Guerra Mundial y hacer un centro de rehabilitación y un refugio para inmigrantes llegados de aquel país. Fue íntimo amigo de Roca y de Uriburu, quien hablaba perfectamente el alemán, por haber estado en aquel país perfeccionándose en estrategia y entrenamiento militares.
Innovador y aventurero
Con un sistema de riego novedoso para la época, transformó y modificó un ambiente árido en un vergel. Ocultó su estancia Napostá Grande (luego llamada Hogar Funke) con un bosque que volvió casi inaccesible su acceso. Apostó al ganado ovino. La demanda de lanas en Europa antes de la primera guerra era ilimitada. Llegó a tener 40.000 cabezas.
Aventurero y dinámico, a su estancia la visitaron científicos y militares alemanes, políticos y banqueros. Al término del conflicto bélico, todo alemán que llegaba a Buenos Aires consiguió refugio y trabajo en las tierras de Funke.
"Alemancito, apúrese que vienen los indios", le envió un mensaje El Mayor Lorenzo Winter cuando Funke hizo una cabalgata en solitario por las sierras antes que fueran suyas. La presencia del indio no lo intimidó. Quería conocer el territorio donde germinaría su riqueza. Su amistad con la familia Tornquist y con empresarios ligados a Alemania que operaban en el país agrandó su presencia en el sudoeste bonaerense.
En 1918 creó su Fundación para canalizar su fortuna en un proyecto que lo trascendiera. Hasta la actualidad, su pensamiento e ideales viven en el Hogar Funke. Murió en 1938.
"Aquí vienen huéspedes que quieren paz y tranquilidad, salir de la rutina, pero tenemos reglas estrictas que todos tienen que cumplir", anticipa Meyer. Orden y disciplina son valores que se exigen. A las citadas condiciones germánicas, cualquier familia que desee entrar y tener una estadía de quince días en el refugio (un miembro debe hablar alemán) tiene que escribir una carta a la Fundación con una declaración de sus ingresos. "Si no tiene recursos y su aplicación es aprobada, viene gratis", afirma Meyer. "Pero hay obligaciones", advierte.
El Consejo Curatorial, que determina quiénes pueden entrar al Hogar, y también lo administran, tiene profunda vinculación con Alemania. El Directorio tiene cinco miembros. El Presidente tiene el aval del Banco Alemán, luego hay otro miembro que pone la embajada, otro representante del Club Alemán, otro de la Sociedad de Beneficencia Alemana y el último, representa a los huéspedes.
El dato de color: cada embajador alemán en nuestro país debe plantar un árbol en el parque. El más grande es el del polémico embajador que designó Hitler en Argentina, Edmund Von Thermann. "Venía con el uniforme de la SS al Hogar", afirma Tomas abriendo la puerta para un pasado escabroso que une a la Fundación de Funke con el nazismo.
El Hogar Funke tiene pabellones con habitaciones. 62 camas. Amplias, cómodas. Un predio de 40 hectáreas, arbolado, con el arroyo Napostá que serpentea un parque soñado, concentra las actividades y el territorio destinado a la recreación. Los cerros que rodean el Hogar, completan la postal alpina. Se destaca el Tres Picos, de 1239 metros, el más alto de la provincia.
"A las 8.15 tocamos una campaña, se desayuna 8.30, no 8.29 ni 8.31", afirma Tomas. Media hora después, los elegidos de permanecer dos semanas aquí, deben trabajar. "Las mujeres pelan papas y cebollas, y los hombres hacen tareas en el parque", especifica Tomas.
Cronograma estricto
El almuerzo y la cena, también se marcan con el reloj. La gastronomía alemana está presente en el menú. "goulasch con spaetzle, apfelstrudel y wickelkloese son algunos de los platos", describe. "Los miércoles hacemos asado", afirma Meyer para recordar que estamos en suelo argentino.
Luego del trabajo hay espacio para la recreación. En los grandes salones de la estancia hay una biblioteca de 1500 ejemplares (todos en alemán), sala de música, de juego y una para mirar películas. "Nuestros huéspedes llegan sabiendo la referencia alemana del lugar", confirma.
El paisaje es de alto impacto. Muy bello. Es un rincón europeo en tierra bonaerense. "Los huéspedes pueden hacer excursiones en los cerros", afirma Tomas. Dentro del Hogar, viven Daiana López Castillo y Gonzalo Rodriguez Negri, montañistas y encargados de Funke Turismo.
En pabellones separados, tienen su base los que llegan para escalar. Las opciones son varias, pero el Tres Picos es el cerro más deseado. La ascensión demanda un día completo, pero también es posible hacer noche en la propia montaña y amanecer a pocos metros de la cumbre, el techo de Buenos Aires.
"Amanecer en la montaña te conecta con vos mismo, con todo lo natural", afirma Gonzalo. "Arriba disfrutas de los simple: la vista, el silencio y la soledad", agrega. No cualquiera puede hacer el ascenso. Se exige una preparación y un equipo especial para la actividad. "Tiene una cuota de desafío y mucho de disfrute", sostiene.
El casco
La sólida construcción del casco de la estancia, sus senderos que se pierden en el espeso bosque, sus amplios salones, la recoleta ubicación elegida esconde secretos. ¿Estuvo Hitler en el Hogar Funke? El líder nazi se suicidó en su bunker en 1945, en Berlín, pero los mitos lo sobrevivieron. "Mi hipótesis de trabajo, dice que no", afirma Abel Basti, uno de los más respetados investigadores de la conexión nazi en el cono sur. Escribió nueve libros sobre este tema.
"A medida que Hitler suma poder, los integrantes del directorio del Hogar se nazifican", relata Basti. En ese marco debe entenderse el Hogar Funke. "Hay actividades de espionaje que se hacen allí que trascienden", apunta. Un suceso será crucial. El 14 de noviembre de 1942, por pedido de la Comisión de Actividades Antiargentinas, se allana el lugar. "El material secuestrado es abundante", sostiene el autor de La Segunda vida de Hitler.
Dos informes comprometen al Hogar. "Llegan contingentes de jóvenes llamados Estudiantes Alemanes a los efectos de adiestrarse en el manejo de armas largas", dice uno. Otro asegura que "el Hogar es un foco de elementos nazis". El matrimonio que la administraba, Richard y Rosa Obletón, tenía vínculos directos con el partido, ella era ex secretaria del dirigente nazi Heinrich Vollberg, expulsado del país por actividades de espionaje.
"El Hogar no es un lugar aislado", asegura Blasti. A poca distancia está el Club Hotel de Villa Ventana y la Hostería La Península, donde estuvieron más de 300 marineros del acorazado Graff Spee (en el Hogar existe un cuadro con la firma de sus tripulantes). La cercanía del mar, y la logística que existía, habrían ayudado al desembarco de jerarcas nazis. Basti entrevistó al sobrino nieto del comandante Hans Ruppel. "Aseguró que acompañó a Hitler al Hogar Funke", concluye.
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