Después de nueve semanas de extenuante competencia, el chef Michael Wray enfrentaba la prueba final. El tímido pero talentoso cocinero había alcanzado la final en la primera temporada en Estados Unidos del programa Hell’s Kitchen ("Cocina del infierno", o "Pesadilla en la cocina"), presentada por el famoso chef británico Gordon Ramsay.
Su desafío final era administrar su propia cocina frente a las cámaras de televisión y a la mirada atenta de uno de los más temidos chefs del mundo. Fue una prueba que Michael, quien tenía entonces 27 años, superó con éxito.
Las imágenes del alto y muy tatuado joven chef abrazando a Ramsay después de ganar el show de cocina se vieron en millones de hogares de todo el mundo en 2005.
"Por primera vez siento que tengo el control de mi propio futuro", declaró Michael en el programa. "Me he reivindicado y eso es importante".
Oportunidad única
En un principio, el joven chef pensó que solo había ganado el premio de US$250.000 en efectivo para abrir su propio restaurante.
"Cuando Michael estaba celebrando el premio me di cuenta de que era una persona con talento. No quería dejarlo ir", dijo sin embargo Ramsay al narrar el episodio.
Así que le hizo una oferta para que trabajara junto con él en Londres.
Nervioso y después de pensarlo durante unos minutos, el estupefacto Michael aceptó. El recinto estalló en aplausos.
Sin embargo, más adelante cambiaría de opinión.
"Fue la decisión más difícil que jamás tuve que tomar. Siempre lamentaré haberla tomado", le cuenta a la BBC.
"Fui a 'La cocina del infierno' teniendo un problema con las drogas. Me aterrorizaba ir a Londres con esa adicción".
Inicios en la gastronomía
Criado en una zona rural de Colorado, en Estados Unidos, Michael mostró interés por la gastronomía desde una edad temprana y solía ayudar a su padre a cocinar.
Dice que era una manera de expresarse más allá de la escuela, donde sufrió por el déficit de atención.
Pronto abandonó el colegio y empezó a trabajar en una cocina.
En 1999 comenzó en Londres un curso de gastronomía que duraría dos años.
Fue en aquella época cuando supo de Ramsay, un chef cuyo temperamento temían muchos y que se perfilaba como uno de los mejores del mundo.
"Tenía fama de ser intenso, alguien con el que nadie quería meterse", recuerda Michael.
"Intenté por un año trabajar con él gratis, pero nadie conseguía acceder a ello, era totalmente exclusivo".
Cuando supo que había audiciones para Hell's Kitchen a través de sus suegros, quienes trabajaban en la industria, Michael decidió que esa sería su mejor oportunidad para acercarse a Ramsey.
Se postuló, y tras someterse a un riguroso proceso de entrevistas y pruebas, le anunciaron que había quedado entre los 12 finalistas.
En cámara las 24 horas del día
Michael vio el programa como una oportunidad de demostrar su talento e inspirarse en la experiencia de Ramsay.
Pero apenas empezaron a grabar, se dio cuenta de que iba a ser más difícil de lo pensado.
Les contaron que el público seguiría el programa y que al final de cada episodio uno de los concursantes quedaría eliminado.
Las cámaras grabarían las 24 horas del día, durante los siete días de la semana, inclusive mientras dormían.
"Ingresé pensando en que iba a aprender todas estas cosas maravillosas para trabajar como chef junto a Gordon Ramsay y terminé dándome cuenta de que tendría que hacer todo lo que estuviera en mis manos para seguir en el programa y ganar", cuenta.
"No quería salir en cadena nacional y perder".
A pesar de que en el primer episodio Ramsay le dijo que tenía el "paladar como el trasero de una vaca", Michael pronto se posicionó como el favorito.
Mientras que los concursantes fueron sometidos a la famosa cólera de Ramsay, Michael generalmente lograba esquivar los ataques verbales.
Ganaba cada reto y seguía adelante con su equipo, interviniendo con frecuencia para ayudar a los que estaban quedando atrás.
A pesar de la aterradora personalidad de Ramsay en la cocina, Michael asegura que fuera de ella era todo lo contrario. Incluso justifica sus arrebatos y dice que solía tener motivos para enfadarse.
"No sabía si sería o no capaz de deshacerse del personaje una vez se quitara el uniforme, pero lo conseguía. Fuera de ese entorno dejaba de ser el chef Ramsay y se mostraba alegre y dicharachero", dice.
Sin embargo, "cuando él deja el restaurante su personalidad queda en ella como un fantasma. Es por eso que, cuando él se va, la gente sigue esforzándose en preparar cada plato de forma perfecta".
Después de eliminar a todos los demás concursantes, Michael se enfrentó a Ralph Pagano en la final.
Ambos chefs tenían que crear su propio menú, con los exconcursantes regresando para ayudarles a manejar sus cocinas.
Una puerta que se abre
Aunque Ramsay manifestó dudas de que Michael pudiera ser lo suficientemente desenvuelto para manejar su propia cocina, sus habilidades y altos estándares gastronómicos salieron a relucir.
Después de terminar el servicio, Michael y Ralph tuvieron que pararse frente a dos puertas. La puerta del ganador se abriría y la del perdedor permanecería cerrada.
Michael dio un paso adelante, giró el picaporte y accedió a un recinto en el que los aplausoslo envolverían.
"Mi mente se quedó en blanco", recuerda.
"¿Qué pasará ahora con mi vida? Se me abría un mundo de oportunidades".
Pero la oferta de Ramsay de trabajar con él en Londres inmediatamente puso a Michael cara a cara con un problema que se estaba gestando desde hacía algún tiempo.
Un par de años antes de participar en Hell's Kitchen, Michael había sido sometido a una operación de escoliosis, tras lo cual le recetaron unos opiáceos fuertes para controlar el dolor durante la recuperación.
Al poco tiempo se convirtió en un adicto.
Para el rodaje, les entregó las pastillas recetadas a los productores, aunque no todas. Y después le pidió a su médico que le recetara más.
"Estaba usando la mitad de mi energía mental sólo para controlar mi adicción y poder trabajar y llevar una vida normal", confiesa.
El costo de rechazar a Gordon Ramsay
Michael voló a Londres y durante cinco días pudo experimentar una muestra de lo que parecía depararle el futuro.
Sin embargo, el temor a no tener acceso a sus medicamentos hizo que finalmente rechazara la oferta de un traslado definitivo.
"Gordon quería que me mudara allí. Seguramente quedó un poco decepcionado de que no me fuera a vivir a Londres", comenta.
"Le estaba ofreciendo a este joven chef la oportunidad de ir a Londres para enseñarle, para mostrarle cómo es que se hace todo esto, y se encontró con que rehusé su oferta", recuerda.
Lo que Ramsay sintió en ese momento no lo sabemos, pues sus representantes no respondieron a la solicitud de entrevista.
Sea como sea, aunque Michael dejó de lado la propuesta de uno de los mejores chefs del mundo, en Estados Unidos le esperaba una serie de oportunidades.
Estaba preparando la apertura de su propio restaurante en Los Ángeles, tenía dinero en el banco y estaba esperando su primera hija con su esposa Lola.
Fue entonces cuando lo golpeó la tragedia.
"A pocas semanas de abrir el restaurante mi hija murió", cuenta Michael. "Fue un parto con complicaciones, durante el cual dejó de respirar por siete u ocho minutos. En ese tiempo no le llegó oxígeno al cerebro, por lo que murió".
"Caída libre"
Como consecuencia, Michael no pudo evitar que su adicción tomara el control de su vida.
"Los años que siguieron fueron en caída libre", admite. "Todo empezó a desmoronarse a mi alrededor".
Tras la muerte de su hija, siguió trabajando en el restaurante durante seis semanas antes de dejarlo todo atrás.
Su matrimonio pronto se rompió y empezó a vivir en su camión.
Por aquel entonces aún conseguía trabajos como cocinero, lo que le permitió financiar su drogadicción.
También cuando perdió el camión y tuvo que empezar a vivir bajo un puente, cerca de la avenida Hollywood Boulevard.
Durante el día daba clases de gastronomía en uno de los locales de Sur la Table, una cadena de artículos de cocina, y por la noche se drogaba.
"Me volví un completo ermitaño", dice.
"Me inyectaba, y no quería que nadie lo viera. Escuchaba la radio y me dormía. Era como si no viviera, solo existiera", añade.
Como gastaba todo el dinero en drogas, tenía que acudir a los refugios para los sin techo para poder comer. Allí, con frecuencia terminaba cocinando para los otros.
Los efectos de la abstinencia
Después de años de hacerlo, su médico de Nuevo México, a donde se había trasladado, se negó a seguir recetándole analgésicos.
Como consecuencia, pronto empezó a sentir los efectos de la abstinencia. Y entró en pánico.
En ello estaba cuando recordó que la farmacia a la que acudía no solía retirar los medicamentos de los estantes durante la noche.
Cuando anocheció, agarró un hacha, irrumpió en ella y se robó los fármacos.
No dejó de conducir hasta que llegó a la mitad del desierto.
Su intención era aprovechar que estaba allí para ir dejando las drogas, pero las cosas fueron de mal en peor.
"Lo que terminó sucediendo es que pasé casi 30 días sin comer. No tenía casi ni agua", cuenta.
"Estaba literalmente muriéndome en esta choza de adobe, viendo el sol salir, atravesar el cielo, ponerse, ver la luna salir, atravesar el firmamento. Había dos crías de culebra cascabel viviendo conmigo en los primeros dos o tres día"".
Después de casi un mes, Michael empezó a alucinar, pensando que tenía fantasmas atrapados en su cuerpo.
Intentó suicidarse, pero un camionero que pasaba lo encontró medio inconsciente, gateando junto a la carretera.
"No quería morir y necesitaba llegar a un sitio donde alguien me viera y me ayudara", dice.
Rehabilitación
Michael despertó en un hospital, 48 horas después, y decidió que ya era hora de desintoxicarse.
Después de 10 días en recuperación en el centro de salud, se enroló en un programa de rehabilitación en junio de 2012.
No es sorpresa que la cocina jugó un papel importante en su recuperación.
"Los días se me fueron cocinando tres comidas para siete u ocho personas mientras batallaba contra la drogadicción. Fue un momento muy gratificante de mi vida", afirma.
Fue durante la rehabilitación que Michael conoció a su actual esposa, Sharlene.
"Tuve una sonrisa en la cara durante los primeros dos o tres años. No podía creer lo buena que era la vida", dice.
Cuando Michael completó su rehabilitación, se entregó a la policía por el robo en la farmacia. Terminó pagando casi un mes de cárcel, donde le permitieron ayudar en la cocina.
"Sentí que debía pagar por el crimen y hacer lo correcto", expresa.
Una vez afuera, supo que ya era hora de retornar a lo que amaba.
Pero sintió que debía ganarse el derecho de llamarse chef otra vez. Empezó a trabajar unos turnos en una cafetería en la que ofrecían desayunos.
"Pasé unos tres o cuatro años simplemente recuperando mis habilidades para volver a considerarme chef", dice. "Volví a empezar de cero".
En años recientes, Michael ha trabajado como chef principal en numerosos restaurantes y también ha servido de consultor para otros en la preparación de sus menús.
Su sueño es poder tener su propio camión de comida. "A mí, como chef, me parece que es la máxima expresión de nuestro arte: poder ir a cualquier sitio y cocinar cualquier cosa", manifiesta.
Michael también ha visitado Filipinas, donde tiene programados varios eventos de cocina este año y que espera no se vean afectados por la pandemia. Espera establecer un restaurante allí.
Ha tratado de comunicarse con Hell’s Kitchen un par de veces pero no ha obtenido respuesta.
"Creo que debido al giro que dio mi vida después de Hell’s Kitchen, están más interesados en historias de éxito", sostiene.
Él, superada esa época, está feliz de estar vivo y seguir cocinando.
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