Héctor, el geógrafo que a sus 79 años se divide entre las investigaciones y el tenis
Llegó a la geografía por casualidad y nunca imaginó que la vocación lo abrazaría durante toda su vida
Su despertador dejó de sonar todas las mañanas desde hace un tiempo. Él creyó que ya era hora de tener una vida más relajada, lejos de las agendas y de las rutinas ajustadas. Era el momento para comenzar a dedicarse a aquellas tareas que por su profesión habían quedado pendientes. Pero algo en su interior seguía latente: su vocación. Y tal vez fue esto mismo lo que lo llevó (aún con el destierro de su despertador a cuestas) a seguir amaneciendo a la misma hora de siempre.
En el barrio de Villa Adelina, Partido de San Isidro lo llaman “El profesor de geografía”, otros que conocen más en profundidad su historia lo definen como “El catedrático” o “El investigador”. Es que cuando uno bucea por el interminable currículum de Héctor Pena puede toparse con numerosos premios y distinciones pero, quizás, lo más valioso de su historia no esté escrito en esa carta de presentación.
Con casi 80 años y más de 50 de oficio, Héctor se niega a “colgar los guantes”. Actualmente es uno de los número uno de la Academia Nacional de Geografía, y es Presidente Honorario del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH). Además, todos los años publica libros de textos para la enseñanza media e investigaciones sobre Medio Ambiente, desarrollando posibles reacciones frente a catástrofes como inundaciones, incendios forestales y tsunamis.
“No imagino estar alejado de esta profesión. Por eso, de tanto en tanto me doy una vuelta por las aulas para transmitir mis conocimientos. Siento que mi vasta experiencia puede aportarle a los estudiantes otro puntos de vista”, dice Héctor. “Soy un apasionado de la lectura, la escritura y la investigación, y desde ese lugar quiero seguir en ejercicio porque siento que la palabra ´jubilado´, más allá de mi edad, no representa mi espíritu”.
Una vocación inesperada
Cuando vuelve atrás en el tiempo, no recuerda una infancia signada por accidentes ni confines terrestres. “No sabía que la geografía me acompañaría por el resto de mi vida”, se emociona. Héctor encontró su vocación por casualidad. A los 14 años, entró a trabajar al Instituto Geográfico Militar (hoy, Instituto Geográfico Nacional –IGN-) como cadete. “Mi papá, panadero de oficio, se enfermó y en casa empezó a faltar la comida. Había que llevar el mango y me pareció una buena manera de salir adelante”, recuerda.
Así fue como el IGN pasó a ser su segunda casa. Aprendió de los más grandes maestros, los mismos que 50 años después lo condecoraron con la mayor jerarquía como personal civil superior. Con tantos reconocimientos y experiencias en su haber, Héctor sigue viajando por el mundo ofreciendo simposios y charlas. “Mi deseo es que las fronteras dejen de ser esa línea imaginaria que marca un principio y un fin. Sueño con que las fronteras se transformen en verdaderos lugares de unión”.
Pero en la vida de este geógrafo no sólo hay libros e investigaciones. Además de tener una huerta y árboles frutales en el fondo de su casa, el tenis, su otra pasión, siempre está presente. “Me reúno con mis amigos del club a jugar tres veces por semana. Armamos campeonatos de dobles y aunque soy el más grande del grupo, me la banco bastante bien”, asegura entre risas.
Para Héctor no existe el letargo. Sus padres trabajaron hasta el final de sus días y esa es la imagen con la que él se crió. “Mientras el cuerpo y la mente den, voy a seguir en carrera”, dice el hombre que continúa persiguiendo sus objetivos. “Yo podría quedarme en el banco de la plaza mirando el atardecer, pero prefiero admirarlo mientras sigo en movimiento. Es una manera de mantenerme joven, a pesar de lo que diga mi documento”, finaliza.
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