Hay un árbol por cada uno de los 649 caídos en Malvinas
Nuevo parque: fue habilitado por De la Rúa en Villa Lugano y está dedicado a recordar a los muertos en el Atlántico Sur.
El joven Pablo estaba parado frente al pequeño ciprés. Y de la placa que lleva el nombre de su padre, Bolzan Damilo, piloto muerto en combate en Puerto Argentino el 8 de julio de 1982.
Con una mano acariciaba las letras del cartel de acrílico y con la otra secaba las lágrimas, que caían sin autorización. "Lo conocí por fotos", balbuceó con acento cordobés.
La escena ocurrió ayer, a las 10.15, minutos después de que el jefe del Gobierno de la Ciudad, Fernando de la Rúa, inaugurara el Paseo de las Malvinas, en el que se evoca con un árbol en su honor a cada uno de los 649 caídos en la guerra del Atlántico Sur.
Tal como anticipó La Nación , el recordatorio fue habilitado en el Parque Indoamericano, de 130 hectáreas, situado entre las avenidas Escalada, Castañares, Lacarra y las vías del ferrocarril General Belgrano, en Villa Lugano.
Además de autoridades porteñas, al acto inaugural asistieron representantes de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas, de la Federación Veteranos de Guerra y delegaciones de las Fuerzas Armadas y de las fuerzas de seguridad.
También asistieron alumnos de escuelas municipales y privadas de la ciudad, que en distintos grupos rodearon a cada uno de los 649 árboles que representaban a los caídos en la guerra del Atlántico Sur.
Causa nacional
En su discurso, De la Rúa destacó que "Malvinas es una causa nacional y la cuestión de su soberanía es un principio irrenunciable que ningún argentino debe declinar".
Ponderó luego la importancia de "no vulnerar los principios de paz y de colaboración entre los pueblos que hoy animan la escena internacional" y dijo estar "convencido de que el patriotismo no es una palabra vana".
La idea del paseo de diez hectáreas, en el que se plantaron 649 cipreses por cada uno de los caídos en la Guerra de las Malvinas, fue del ex concejal y actual director de Autopistas Urbanas SA (AUSA) Carlos Louzán, quien no ocultó su alegría por la realización "de un sueño para rendir homenaje a nuestros caídos".
Según dijo a La Nación , el ex funcionario le encargó el proyecto a María Sosa y María Novelli, estudiantes de arquitectura "que no cobraron por el proyecto como homenaje a los muertos en combate".
El proyecto fue llevado a cabo por la empresa AUSA, del gobierno porteño.
Escenas de emoción
El diseño del paseo -cercado y con un único acceso- agrupa en torno de una plaza central tres focos de atención: el mástil de 28 metros de alto, la llama eterna y un sencillo oratorio para actos religiosos.
Abrazos emocionados, llantos contenidos y pechos adornados con medallas se vieron mientras la banda Tacuarí del Regimiento Patricios interpretaba el Himno Nacional, primero, y luego Aurora.
En ese momento, una cuadrilla de aviones EG-6 voló sobre el parque.
"Este es un buen gesto. Hay que mantener viva la llama en memoria de quienes, como mi hermano, dieron la vida en la guerra", dijo Carlos, mientras abrazaba a su madre, que comenzaba a llorar. "Siempre se pone así en estos días", explicó el joven, mientras apoyaba a su madre.
"Quiero creer que lo hacen porque lo merecemos y no porque están en campaña electoral, porque siempre se acuerdan de nosotros cuando se aproximan estas fechas", dijo Luis Iscovich, un veterano que se desempeñaba en la Escuela de Ingenieros 601 de Campo de Mayo y que -dijo- "ponía minas en las costas para frenar el avance inglés", cerca de Fitz Roy".
"Ahora trabajo en la Municipalidad, como auxiliar de portería en una escuela. Pero el trabajo me lo consiguió mi suegra, como ex combatiente no conseguí nada", dijo Iscovich, mientras trataba de acercarse al jefe de Gobierno para hacerle un petitorio de efectivización en el empleo, en el que está bajo contrato.
"Tuve suerte, puedo estar en este acto de inauguración junto a mi hijo, que peleó en la isla Soledad", dijo emocionada Rita, del brazo de otro ex combatiente.
"Ojalá que cuiden este paseo, porque es muy lindo. No tengo familiares muertos en la guerra, pero mi mejor amigo murió en combate, en la isla Soledad", dijo Rubén, sentado en uno de los bancos, junto a sus dos hijos.
El acto concluyó entre los comentarios de la gente, que se acercaba a los atriles ubicados frente a cada ciprés y las expresiones de quienes imaginaban cómo será el lugar cuando los pequeños árboles crezcan.
Eran cerca de las 11.30. Sentado sobre el banco cercano al ciprés que evoca a su padre, Pablo Bolzan, de 18 años, aún se tomaba la cabeza con las manos. En silencio.
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