“Hay que pensar en el otro: somos muchos argentinos desparramados en el mundo”
No me pude despedir ni nada, tendría que haberlo pensado, pero no tenía idea de que no me dejarían entrar al hospital. Lo último que me dijo cuando estábamos en la ambulancia fue ‘dame el abrigo porque tengo frío’. Tres días después murió, solo. Me enteré por teléfono". La voz de Isabel Ribotta, de 78 años, una de los cerca de 800 argentinos varados en Italia, se quiebra cuando habla de su marido, Arturo Padula, de 77, quien murió el 26 de marzo en el abrupto final de un viaje soñado, que habían iniciado el 3 de marzo en el crucero Costa Pacífica. "A él le encantaba viajar y estaba contento... No sé, el destino, Dios, quiso que se quedara acá", reflexiona, sin contener las lágrimas, en diálogo con LA NACION.
Oriunda de Río Cuarto, Isabel se encuentra en un apart hotel de la ciudad portuaria de Civitavecchia, a unos 70 kilómetros de Roma, desde el último día que vio con vida a Arturo, padre de sus tres hijos y abuelo de ocho nietos. "Mi marido no tenía coronavirus, pero tenía problemas respiratorios, una bronquitis fuerte y otros antecedentes serios, así que no nos quisieron bajar en Génova, desde donde volvieron en vuelos chárter otros argentinos varados en el crucero. Él estaba en el hospital del barco, que siguió navegando hasta Civitavecchia, donde bajamos y en una ambulancia nos llevaron al hospital, donde a mí no me dejaron entrar", cuenta.
Isabel nunca olvidará esa noche. "Había un viento fuertísimo, me quedé en un rinconcito frente al hospital y a la media hora apareció un camillero que me llevó a una carpa donde me tomaron la fiebre y otra señora que hablaba español me ayudó a ponerme en contacto con la embajada argentina en Italia y con la empresa Costa", relata. "Pasada la medianoche me pasaron a buscar y me llevaron al hotel donde estoy ahora", agrega, insistiendo una y otra vez en que tanto las autoridades diplomáticas argentinas en Italia como los funcionarios de Costa se portaron bien con ella.
A la mañana siguiente tuvo noticias de su marido cuando un médico le dijo por teléfono que estaba bien, pero que le daba trabajo porque se quería sacar la máscara de oxígeno. Pero al otro día la llamaron para decirle que el cuadro se había agravado y lo habían trasladado al Hospital Gemelli de Roma. "Y el 26 me llamó mi hijo Pablo para decirme que mi marido había tenido un paro cardíaco. Mis hijos me están ayudando desde la Argentina, han hablado con una funeraria que se ocupará de la incineración, que se ha atrasado porque son muchos los muertos", dice.
Su sueño es cuanto antes poder volver a su casa de Río Cuarto junto a la urna con los restos de su esposo. "No sé qué va a pasar conmigo, no sé si se habrán olvidado de mí. Pero creo que tenemos que pensar en el resto también, en los muchísimos argentinos que hay desparramados en tantos lugares que no pueden volver y no sé qué van a hacer, algunos están sin dinero", subraya.
Isabel pasa el tiempo gracias a llamados de sus hijos, familiares y conocidos y los de "un ángel de luz" que se le apareció la fatídica noche del 23 de marzo: un camillero del hospital de Civitavecchia que la vio muerta de frío y le acercó una frazada. "Se llama Rino, hasta me trajo ropa de su mujer porque me quedé sin ropa, ya que nuestras maletas partieron con los vuelos que regresaron desde Génova a los varados del crucero... Aunque Rino no sabe español me llama todo el tiempo para saber cómo estoy".
LEJOS DE CASA
- Esquema de vuelos. El Gobierno decidió definir esquemas semanales de vuelos para repatriar a los argentinos varados, que la Cancillería estima que son unos 15.000.
- Ingresos por Ezeiza. Si bien hay un límite de 700 ingresos por día permitidos en Ezeiza, el promedio real de los pasajeros que ingresan es de entre 300 y 400.
- En números. Según la Cancillería, desde que se cerraron las fronteras y hasta el 31 de marzo se repatriaron por vía aérea 70.000 residentes argentinos.
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