Son propuestas que tienen su correlato en una “nueva tercera edad”, en la que hombres y mujeres están activos física y mentalmente; con departamentos independientes, disponen de espacios comunes, servicios y cuidados a toda hora; la mirada de expertos y el testimonio de residentes
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La tercera edad podría ser la etapa más larga de nuestras vidas y, paradójicamente, es para la que menos nos preparamos. Cómo vamos a pasar esos años, con quiénes y dónde son preguntas necesarias ante un período que puede durar más de dos décadas. Las opciones se amplían en sintonía con la nueva realidad de los mayores: llegan con autonomía, conectados y activos a los 70, a los 80 y más.
A diferencia de las residencias geriátricas tradicionales, donde siempre acudieron personas con alto grado de dependencia, en estas viviendas es frecuente encontrarse con hombres y mujeres autosuficientes que eligieron mudarse tras la emigración o independencia de sus hijos o al no contar con compañía o actividad.
El geriátrico aún suele ser visto como la última opción, cuando se agotan las posibilidades. Se lo asocia a personas mayores agrupadas sin criterio y televisores encendidos el día entero en canales de aire. Alejandro Luis Bègue, psicoanalista, psiquiatra y psicogerontólogo, integrante del departamento de Adultos Mayores de APA, explica que muchas veces el concepto de residencia geriátrica se vincula a la pérdida de autonomía. ¿Para qué, si no, internarse?
Sin embargo, empiezan a surgir en el país modelos importados y alternativos para vivir entre pares y con toda la independencia que sea posible.
“Antes, los familiares mantenían a sus padres o abuelos en la casa, pero ahora la habitabilidad de nuestra comunidad se redujo. Vivimos en lugares más pequeños y cambiaron los circuitos de las familias: el índice laboral de la mujer es mucho mayor y no hay quien quede en la casa cuidando a un anciano”, explica Ricardo Corral, presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras.
A este fenómeno se suma que a los 60 o 70 años muchas personas están en plenitud funcional: “Trabajan, estudian, tienen un buen nivel intelectual y cognitivo. Quieren buena calidad de vida, confort y autonomía”, comenta el experto.
Cohousing, un sistema para vivir con pares
Una de las modalidades que ya existen en el país para prestar una solución habitacional a los adultos mayores es el cohousing. Se trata de un sistema originado en Dinamarca y Holanda para vivir en compañía de personas con intereses o edades similares. El primer objetivo es evitar el aislamiento y que se mantengan activos tanto física como mentalmente.
En la calle Vidal, en el barrio de Belgrano, se alza Vidalinda, un edificio de 15 pisos con una recepción que podría ser la de un hotel, donde 80 residentes tienen su propio departamento. Si quieren, y cuando quieren, se reúnen para compartir charlas, comidas, actividades y paseos.
Este cohousing surgió, en rigor, en 1967 a partir de un aviso en el diario de dos familias alemanas, Taussik y Caro, que convocaban a 30 interesados en comprar un terreno. A partir de las 70 respuestas que recibieron, se fundó la Asociación Mutual Israelita Vidalinda, una entidad sin fines de lucro dirigida por parientes de los mismos residentes.
Los departamentos no se compran ni se alquilan sino que se adquiere un derecho de uso de por vida por el que se abona antes de ingresar. Mensualmente, sale alrededor de $20.000 e incluye todas las prestaciones. “Es un edificio protegido de adultos mayores”, define Vera Feldmann, coordinadora institucional de Vidalinda. “Se les brinda servicios y una vida social y comunitaria. Las unidades tienen living comedor, dormitorio, baño y cocina, y las actividades comunes suceden en la planta baja y en el jardín. Se puede acceder a partir de los 60 años, siempre que la persona sea autoválida cognitivamente”, señala.
Los residentes cuentan con una pulsera antipánico para recibir primeros auxilios y el lugar tiene contratado un servicio de ambulancia. La seguridad, la tranquilidad y la compañía son los factores que los residentes más aprecian.
Adalberto Di Julio y María Luján Bustos, de 75 y 77 años, llegaron hace cuatro meses. Supieron de la existencia del lugar por la radio y decidieron vender su departamento en Almagro para instalarse allí. “Entramos y salimos como si fuera un departamento normal, con la diferencia de que tenemos vigilancia 24 horas y la seguridad de la pulsera antipánico. Me pasó que en la casa donde vivíamos me caí y me fracturé el peroné, y María Luján no estaba. Tuve que arrastrarme para buscar el celular y llamarla”, cuenta Adalberto.
Los coordinadores del edificio tienen un grupo de WhatsApp con los hijos de los residentes y, ante una emergencia, les avisan de inmediato, además de llamar a la asistencia médica. “Es una ventaja porque uno de nuestros hijos vive en Lobos y el otro en Paternal”, agrega Adalberto. “No podés hipotecarle la vida a tus hijos. Cuando uno de nosotros no esté, ellos tienen que poder seguir haciendo su vida”, opina.
“Las personas mayores tienden a cerrarse, acá tratan de impedirlo. Te preguntan cómo estás, por qué no viniste a tal actividad”, señala María Luján. Ella participa del taller de teatro y de cuentos. “Estamos cómodos, tenemos amigos. Nos sentimos como si estuviéramos de vacaciones. Como cuando estás en un hotel y después subís a tu habitación”, destaca.
“No hablamos de tercera edad ni de vejez sino de un envejecimiento activo, saludable y social. Es una etapa en la que todavía tenés mucho para hacer, dar y compartir. Envejecer activamente hace que tu vida se alargue, que sea más feliz. El encierro causa que te deteriores mucho más rápido. A todos aquí les pasan cosas similares, entonces te prestan el oído”, asevera Feldmann.
En el interior del país también empiezan a asomarse proyectos similares. En Esquel, por ejemplo, existe Punta Canas, una comunidad de personas mayores de 60 años. Distinto es el caso de Misiones, donde varios matrimonios compraron un terreno y construyeron casas y áreas comunes para la vida luego de la jubilación, a 30 kilómetros de Posadas. En Juana Koslay, San Luis, en un entorno tranquilo y con vista a las sierras, avanza la creación de 32 viviendas destinadas a adultos mayores. Mendoza también tiene una propuesta: Ananda Green Village es un barrio privado con 22 unidades de una planta pensadas para compartir la vejez entre pares.
Senior living: residencias premium
El sistema de Senior Living cobró impulso en la década del 90 en Estados Unidos. Consiste en complejos habitacionales especiales para personas mayores, donde puedan contar con un espacio personal o vivienda individual, pero a la vez se les brindan servicios generales.
“Son el punto intermedio para que una persona pueda continuar viviendo en un departamento de forma independiente, pero con apoyos y un anclaje social y de desarrollo, donde pueda sostener la vida que tenía o encontrar alternativas cuando sus amigos fallecen o los hijos se mudan afuera”, explica Romina Karin Rubin, médica especialista en gerontología y geriatría, vicepresidenta de la Sociedad Argentina de Gerontología y Geriatría.
Rubin es también directora médica de LeDor VaDor, residencia que abrió sus puertas en la ciudad de Buenos Aires en 2007, con la misión de garantizar una buena calidad de vida a personas mayores de la comunidad judía. Cuenta con más de nueve sectores con distintos niveles de apoyo para conservar la autonomía de cada persona lo máximo posible.
En algunas viviendas hay lista de espera para ingresar. Es el caso de Bait, un complejo de 18 unidades asistidas. “Uno vive como en su casa, pero además tiene una red y un equipo que acompaña con propuestas de actividades y contención”, describe la médica.
El concepto cambió y los especialistas alientan esta nueva modalidad. “Es importante desmitificar a las residencias para que dejen de ser lugares donde solo se recibe asistencia. Que uno pueda elegir vivir en una residencia para no ocuparse más de la administración de una casa, de la comida… donde sea posible elegir qué hacer y que no”, enfatiza.
“Volví a nacer”
La mirada es que la vejez también es una etapa para disfrutar. Esta filosofía está en el ADN de The Senior Home, residencia premium creada por uno de los fundadores de LeDor VaDor. Es mitad hotel, mitad sanatorio: se ven médicos con guardapolvos y barbijos en los ascensores, y hay una oficina de enfermería en cada piso, pero el edificio luce como un lugar de vacaciones.
En la planta baja, el lobby, el bar y el amplio jardín promueven encuentros entre los residentes y con sus familiares. Norma Sodiro, de 83 años, bebe un café con espuma dibujada por el barista y afirma: “Yo me siento en un shopping: bajo y tengo la peluquería, la manicura y la pedicura”. Llegó desde Córdoba para recuperarse tras un cuadro de Covid-19 que la tuvo 35 días internada en terapia intensiva. “Mi hija que vive en Buenos Aires encontró este lugar donde podía rehabilitarme y vivir. Y aquí volví a nacer”, asegura.
The Senior Home tiene siete pisos separados según el estado cognitivo de los residentes y cada uno cuenta con su propio comedor. Las habitaciones tienen baño privado y los habitantes pueden llevar sus propios muebles o accesorios. El cine, la biblioteca, el área de computación y el salón de usos múltiples son algunos de los lugares de encuentro. Actualmente, viven en el lugar 105 personas y hay lista de espera para ingresar. La edad mínima son 65 años y el nivel de exclusividad se traduce en los valores que las familias abonan mes a mes.
Hernan Fainzaig, director de The Senior Home, plantea que un factor fundamental es la sociabilización: “Entre un 20 y 25% de los contactos desde que abrimos hace ocho años son de personas que consultan para sí mismas porque se sienten solas porque sus amigos fallecieron o sus hijos viven afuera”. Comenta que, a medida que los adultos mayores tienen complicaciones, “empiezan a aislarse”, y que la idea es promover exactamente lo contrario.
A los 76 años, Beatriz Guaraglia llegó a la residencia junto con su esposo, Dante, de 81. La decisión se produjo luego de la segunda caída de su marido. “Ya no podíamos estar solos. Necesitábamos un lugar donde estar protegidos y cuidados”, relata.
Su compañera en la mesa, Ida Burdman, de 86 años, reconoce que “los geriátricos tienen muy mala fama”, pero asegura que “no es como todos piensan”. Y agrega: “Disfrutamos de todo: hay actividades muy buenas, psicólogos, gente que hace terapia ocupacional y musicoterapia. Tuve que venir porque me encontraron tirada en la cocina. Mis hijos pensaron que era lo último. Ahora, cuando me ven venir y caminar, no pueden creerlo. Yo envejecía en mi casa, pero aquí rejuvenecí”, afirma.
El Edificio Manantial, en Núñez, es otro ejemplo de este sistema en Buenos Aires. Ofrece departamentos diseñados especialmente para personas mayores con supervisión, asistencia integral y enfermería, además de actividades como yoga, taichí, caminatas y conciertos.
We Care maneja el mismo concepto y funciona en un edificio con cómodas habitaciones, incluso algunas cuentan con un living para recibir a las visitas. Entre las prestaciones comunes, se destaca el espacio de estimulación sensorial, clave para el área cognitiva. En el caso de los matrimonios, la segunda persona abona el 80% del valor mensual, cercano a $1.000.000.
No hay un menú general, ni horarios comunes a todos. “Cada ser humano es único y los cuidados están centrados en la preferencia de la persona, con libertad para elegir las actividades que le interesan, comer lo que le gusta o decidir cuándo recibir a su familia y amigos”, detalla el CEO, Diego Petracchi.
Un dato interesante: el director médico de We Care, José Ricardo Jauregui, es además el presidente de la Asociación Internacional de Geriatría y Gerontología (IAGG). Se trata del primer argentino en ocupar esa posición.
La tendencia promete seguir expandiéndose a todos los segmentos socioeconómicos. De hecho, el Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat -junto con el PAMI- lanzó en 2021 el programa Casa Activa, que construirá en distintos puntos del país complejos de viviendas integrados a espacios comunes donde personas de más de 60 años podrán llevar adelante distintas actividades en un contexto de cuidado y seguridad.
Contra la epidemia de soledad
En el mundo ya se habla de una “epidemia de soledad”, incluso antes de la pandemia. El grave efecto de este sentimiento se ha comparado con fumar 15 cigarrillos por día, según una investigación de la Universidad Brigham Young publicada en 2015. El cerebro humano percibe a la soledad como una amenaza: sube el estrés, la presión arterial y el azúcar en la sangre.
Ante este problema, Osvaldo Bodni, excoordinador del departamento de Adultos Mayores de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), aporta que “la posibilidad de vivir con un grupo con identidades en común ayuda mucho más a soportar las ausencias de la vejez”.
Por otra parte, las actividades que suelen proponer las nuevas residencias apuntan a mantener el cuerpo y la mente en movimiento. “Seguir leyendo o estudiando, hacer actividad física, aprender idiomas, llevar una buena alimentación y sociabilizar, así como todo lo que mejore la calidad de vida, son factores protectores contra el deterioro cognitivo”, detalla Corral.
Bègue agrega el enorme valor de preservar la independencia, la autonomía y la intimidad. “Tiene que ser una decisión muy a medida”, enfatiza.
“No hay un modelo que sirva para todas las personas. Hay que probar, visitar los lugares y ver dónde nos sentimos a gusto”, indica la arquitecta Paulina Wajngort, desarrollista de un cohousing en Colonia del Sacramento y CEO de la consultora Amazing Senior Resorts Argentina.
Su mirada es que los geriátricos, en general, están evolucionando: poco a poco va quedando atrás el prejuicio de las residencias de larga estadía. “En buena hora aparecen posibilidades concretas de dar asistencia y vivienda a los adultos mayores”, celebra.
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