Hay que aumentar más los testeos
Vivimos tiempos críticos. Se tomaron medidas drásticas y socialmente duras para detener la epidemia. La humanidad está ante un experimento social a gran escala en donde todos somos "conejillos de indias". Este escenario es inédito e inquietante. Las medidas de supresión y "cierre" fueron correctas y oportunas y con mayor anticipación que en la mayoría de los países europeos o Estados Unidos. Hoy podemos decir que la curva parece haberse aplanado. La progresión de casos es aritmética y no geométrica, las camas hospitalarias y de terapia intensiva no están desbordadas y, más allá de dificultades para el cumplimiento en barrios carenciados, incumplimientos puntuales, o falta de planificación en la apertura de los bancos para los jubilados, nuestra sociedad sigue tolerando estoicamente estas restricciones.
Aunque hasta hoy se confirmaron 2142 casos y 90 muertes, no estamos viendo todos los casos ni probablemente tampoco todas las muertes. A diferencia de otros países de la región, esto se debe en gran medida a la imprevisión y la compra tardía de reactivos como consecuencia de las vacilaciones iniciales de las autoridades respecto a la magnitud de la epidemia. Por cada caso detectado hoy hay probablemente entre cinco y diez no diagnosticados. Por eso, hay que aumentar más los testeos ya que seguimos muy abajo en relación con casi todos los países de la región. Chile testea diez veces más que nosotros, y solo estamos un poco mejor que Brasil y México, países que han subestimado la epidemia.
El único dato objetivo que conocemos es el de las muertes. Si estimamos la letalidad por COVID-19 en 0,8-1%, podemos inferir cerca de 10.000 casos reales, cuatro de cinco aún no confirmados. Considerando que casi 70% de los casos son asintomáticos o leves, que si bien menos, también contagian, podremos entender el riesgo que presenta relajar las medidas si no diagnosticamos oportunamente los casos, al menos en los sintomáticos y en los grupos de riesgo que viven en geriátricos, villas, asentamientos o cárceles, donde la contagiosidad del virus es mucho mayor.
Ahora bien, ¿qué pasaría si no hubiéramos hecho nada? Todos los virus tienen un número (R0) que mide su "contagiosidad". En SARS-CoV2 este coeficiente es en promedio 2,5. Esto quiere decir que por cada persona infectada, pueden contagiarse entre dos y tres personas. Este número puede aumentar mucho en condiciones de hacinamiento o mucha densidad poblacional o disminuir un poco en condiciones de calor y humedad. Si no se actúa, la progresión es exponencial. O sea, los casos se van duplicando cada 3-4 días. ¡Si hoy tenemos 2000 casos, en un mes podríamos tener medio millón y a fin de mayo, ocho millones!
Pensemos que si ocho millones se infectan, más de un millón necesitarán internación y casi medio millón terapia intensiva. Con aproximadamente 160.000 camas en hospitales y clínicas en el país, la mayoría concentradas en las grandes ciudades, aproximadamente 8500 camas de terapia intensiva y un número mucho menor de respiradores, déficit de profesionales intensivistas y de equipos de protección personal, aun agregando recursos, el sistema de salud colapsaría como en Italia, España y Nueva York. Viviríamos una tragedia socialmente intolerable.
Cómo salir de la cuarentena
La pregunta entonces es: ¿cómo salir de la cuarentena? Por un lado, ya sabemos que todas las medidas de prevención y distanciamiento social van a quedarse por algunos meses más. Hoy la mejor opción mientras intentamos aumentar dramáticamente la cantidad de personas testeadas es intentar "suprimir" la circulación viral. Esto es bajar el R0 de 2,4 a 1 para que no se propague la epidemia.
¿Por cuánto tiempo? Seguro algunas semanas más, pero realmente no lo sabemos. Con estas medidas lo que intentamos es "aplastar" más que aplanar la curva y ganar tiempo crítico para permitir que el sistema de salud no se quiebre.Y acá aparece el dilema: ¿seguimos aplastando la curva epidemiológica, pero aplastando también la economía real, sabiendo que esto nos afecta a todos pero particularmente a los más pobres que viven en la informalidad, a los cuentapropistas y a los profesionales independientes?
Consideremos algunas alternativas exploradas en algunos países. Una sería el "cierre" total hasta fin de año. Con esta estrategia no erradicaremos el virus, pero lo controlaremos hasta que esté disponible una vacuna o algún tratamiento específico. Esto bajaría probablemente el R 1 pero a expensas de una caída de hasta 30% de la economía. En un país en recesión, que hace diez años que no crece y sin financiamiento para hacer un shock keynesiano, esto no sería políticamente viable.
¿Tal vez relajar gradualmente el cierre?. Esto reactivaría parcialmente la economía, pero el R no bajaría tanto y por lo tanto el costo sanitario y social sería intolerable. ¿Y testeos masivos para detectar anticuerpos en sangre? Permitiría saber cómo la población se va progresivamente inmunizando contra el virus y conocer quienes ya han sido infectados (la mayoría no lo saben), para que retornen a sus actividades habituales. Pero probablemente solo una minoría adquiriría la enfermedad en pocos meses y sería políticamente insostenible permitir que solo algunos puedan trabajar.
Que se pueda controlar la epidemia depende de la transmisión del virus antes de que aparezcan los síntomas, la proporción de contactos identificados, y el tiempo entre el comienzo de los síntomas y el aislamiento. En este sentido, Singapur y Corea del Sur, con un despliegue tecnológico impresionante, están comenzando a testear masivamente. Otra opción es salir del cierre total con una segmentación geográfica, relajando las medidas en las zonas con menor circulación viral, y demográfica, aislando a los mayores de 65 años, que hoy suman 90% de las muertes, y permitir que regresen al trabajo primero las personas en edad productiva.
Esquema valvular intermitente
Probablemente en el caso argentino, donde aún estamos muy lejos de poder testear masivamente y aplicar tecnología sofisticada a nivel poblacional, tengamos que apelar a un esquema "valvular intermitente" de cierre y apertura de las medidas de aislamiento y distanciamiento social todo este año, hasta que aparezca la vacuna.
Por supuesto, no testear masivamente no significa que no tengamos que testear mucho más. Y para esto se necesita aumentar la capacidad diagnóstica hasta al menos 10.000 test por millón (hoy estamos en 437/millón), lo que en nuestro país implica conseguir al menos 500.000 reactivos en pocas semanas y que hoy escasean dada la gran demanda global.
Un indicador para regular la válvula podría ser la ocupación de camas en terapia intensiva o las muertes, que actuarían como umbral para "sacar" o "poner" las medidas. Esto podría minimizar el impacto sanitario que tendría salir del cierre de una vez y por otro lado reactivar parcialmente la economía mientras la población se va progresivamente inmunizando y llega la tan ansiada vacuna.
La crisis del coronavirus nos pone a prueba a todos. La pandemia no debe servir de excusa a los gobiernos para que se tomen medidas autoritarias, se gobierne por decreto, o se suspendan las actividades del congreso. Citando a Yuval Harari, pensador israelí y autor de Sapiens, enfrentamos hoy dos elecciones clave: la primera es entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano, la segunda es entre aislamiento nacionalista o solidaridad global. Tengamos mucho cuidado con las falsas disyuntivas entre libertades individuales y protección de la salud pública.
El autor fue Ministro de Salud de la Nación
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