Diversos factores provocan que se eleve la temperatura y se acelere el aumento del nivel de las aguas; la advertencia de los expertos en cambio climático ante un panorama crítico
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¿Hasta dónde podría subir el mar? Esta pregunta inquieta a oceanógrafos, biólogos y científicos del cambio climático pero, sobre todo, a los vecinos de zonas costeras. Allí, el sonido de las olas se ha convertido en la aldaba de sus casas anunciando la llegada del mar.
El océano es el hogar de especies marinas biodiversas, muchas de ellas que aún se desconocen. En la orilla están las costas conformadas por biota variada, compuesta de marismas, manglares, dunas con vegetación y playas de arena. Tanto el océano como las zonas costeras brindan un servicio ecosistémico para mantener el equilibrio natural. Mientras que las costas proporcionan barreras climáticas protectoras, el océano almacena el calor que intercambia de la atmósfera.
Como un juego de dominó, las actividades humanas, entre ellas la quema de combustibles fósiles, la deforestación, la producción ganadera, la fertilización, la gestión de desechos y los procesos industriales, incrementan la concentración de gases que absorben y emiten radiación infrarroja a la atmósfera, es decir gases de efecto invernadero (GEI). El 90% de estos gases fueron absorbidos en las últimas décadas por el océano. Esto, sumado a otros factores, eleva la temperatura y acelera el aumento del nivel del mar.
Desde la última Cumbre Internacional sobre el Cambio Climático, COP 27 del año 2022, se informó que el calentamiento del planeta está en 1,1 grados y que el objetivo era no sobrepasar los 1,5 grados. Se estima que, aunque se cumplan las promesas globales, igualmente el calentamiento llegará a 2,5 grados. En resumen, se avanza pero no lo suficiente ni a la velocidad que se requiere.
Hoy, las palabras “resiliencia” y “adaptabilidad” son los nuevos hashtags que marcarán tendencia en el tablero universal. Gracias al trabajo de los científicos, como los expertos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, por sus siglas IPCC, se sabe que los gases de efecto invernadero que generó el humano afectarán hasta el año 2050. Después de esa fecha pueden variar según cómo se actúe en el presente. Para finales de siglo, el escenario es incierto.
Temperatura en aumento
Todos los organismos vivos, incluido el ser humano, viven dentro de un rango de temperatura. Si la temperatura aumenta o disminuye se genera estrés. Da crédito de esto Rodrigo García, biólogo y director de Medio Ambiente y Cambio Climático del gobierno del departamento de Rocha, Uruguay: “Han sucedido cosas interesantes: por ejemplo, en el 2014, tuvimos el primer registro de una ballena tropical en pleno diciembre. Es una de las pocas ballenas que no migran hacia los polos y cuando estaban aquí, había alimentos inusuales de la zona como fitoplancton y zooplancton. Las ballenas sufren, ya que si se desplazan en función de estas corrientes terminan muriendo porque no es su ambiente”.
Específicamente el desplazamiento de los trópicos hacia abajo, aclara García, es un fenómeno que no es nuevo, ocurre aproximadamente hace 20 años. “Ahora ya es muy evidente”, indica.
En comparación con lo que se viene observando desde 1970, para finales de siglo se espera que el océano se caliente de cinco a siete veces más en zonas de altas emisiones y se incremente de dos a cuatro veces en zonas de bajas emisiones de carbono, según el Quinto Informe de Evaluación del IPCC.
El mar crece a una tasa anual de 3,4 mm desde el año 2021, de acuerdo a registros de la NASA, en comparación con los 1,5 mm observados hasta el año 2018. Es decir, en el período comparado la tasa de crecimiento fue más del doble. El océano aumentará alrededor de 1,18 metros para finales del siglo XXI, aunque no se descarta una elevación de dos o más metros. Esto varía en las zonas costeras regionales según el flujo de variados factores del lugar como la erosión. Por ejemplo, en Mar del Tuyú, en el Partido de la Costa, hace dos años se evidenció cómo una casa de la calle 66 y la costa fue alcanzada por el mar.
En tanto, en Uruguay, Pablo Sciena, primer capataz de playa del municipio de La Paloma y surfista, cuenta que los moradores que viven desde hace más de 80 años en el balneario Costa Azul, antes debían caminar de dos a cuatro cuadras hasta llegar al mar, y hoy lo tienen a 50 metros o menos.
Con mirada rioplatense, García dice: “En los últimos 10 años, el agua del océano subió alrededor de 1,7 metros de lo que normalmente era la línea intermareal [promedio de baja y alta marea].”
Otros factores que afectan al aumento del nivel del mar y que varían según las diferentes regiones son la pérdida de hielo terrestre, la disminución de la salinidad del océano -densidad del agua de mar-, los cambios y fuerza de las corrientes oceánicas, la flotabilidad y la presión atmosférica.
En las zonas costeras de la Argentina y Uruguay, la infraestructura urbana bloquea en muchos casos el flujo natural de las corrientes de los cuerpos de agua como los arroyos o las marismas. Esto se ve acrecentado por las aguas fluviales, pluviales y residuales que desgastan y contraen las playas. Las ramblas de Mar del Plata, Piriápolis o Montevideo enfrentan problemas de erosión, por lo que se deben realizar proyectos de drenaje y protección periódicamente.
La estabilización de las costas se pierde progresivamente. Avenidas, calles costeras y construcciones de viviendas son algunos ejemplos de infraestructuras sobre la primera línea del mar que, al invadir el espacio de la biota costera, provocan daño que a veces es irreversible. En la Argentina, se hace visible desde San Clemente del Tuyú hasta Mar del Plata, ya que en la década del 40 la ordenanza permitía eliminar médanos para levantar viviendas o construir sobre ellas.
Las barreras protectoras naturales y el diseño urbanístico sustentable son importantes para evitar catástrofes, ya que podrían minimizar los impactos de eventos extremos, cada vez más frecuentes como lo dejó registrado la inundación de la ciudad de La Plata, en 2013. Allí se acumularon 400 mm en solo cuatro horas, llevando además de cuantiosos daños, la vida de 89 personas.
En la Argentina, a la lista de zonas en riesgo por inundaciones extremas se agregan la Bahía de Samborombón, el Delta, las costas de Quilmes, Playa Unión, Río Gallegos y Río Grande. Las tormentas ciclónicas hacen que las olas penetren cada vez más hacia el interior generando daños catastróficos. De hecho, la tasa de pérdida de tierra por erosión puede llegar a ser 100 veces más que el propio aumento del nivel del mar.
Liliana Delfino, ingeniera agrónoma, investigadora de la flora nativa y voluntaria en protección de las zonas costeras, dice que en Montevideo hay zonas de playas que se han podido recuperar para siempre desde el punto de vista de la erosión de la arena y recuperación de flora, pero también afirma a LA NACION que lo que no se va a poder evitar es “que suba el agua”.
Así lo recuerdan los vecinos del barrio Malvín: el 17 de enero del 2021 cayeron en dos horas 100 milímetros de agua, lo que suele ser el registro de lluvia de un mes entero. La ingeniera Delfino relata que, en el momento de construir la rambla, se había aconsejado respetar la línea de vegetación de la duna. Allí existía un bosque psamófilo. La recomendación no se aplicó.
Además de la erosión se suma la contaminación. En las costas de Península Valdés, en Chubut, hay 8 kilómetros de residuos industriales pesqueros. Esto constituye al menos un 80% de las playas de Puerto Pirámides.
Barreras vivas que protegen
Entre Puerto Madero y el Río de la Plata se encuentra una barrera de protección con vegetación de 350 hectáreas conformada por lagunas, bañados, bosque de alisos y cortaderales. Es la Reserva Ecológica, un área natural protegida.
Las dunas, en tanto, se suman a la lista de barreras vivas. Son sistemas en movimiento, ya que por el efecto del viento cambian de forma y ubicación de manera constante. Cuando el ser humano genera alteraciones, la arena que naturalmente regresaba a su lugar ya no regresa más, disminuyendo su capacidad de contención.
En Pinamar, su intendente, Martín Yeza, cuenta a LA NACION que desde 2016 se vienen recuperando 1,2 km lineales de playa pública, 110.000 metros nuevos de playa y se han quitado 40.000 m² de construcción en la playa con la consecuente recuperación del ancho de costa. Como iniciativa para dejar espacio a las costas, los balnearios fueron desplazados 80 metros para atrás sacrificando estacionamientos de autos. “Demolimos también 55.000 m² de hormigón, que eran las estructuras de balnearios que ya tenían varias décadas y fueron reemplazados por estructuras de madera”, explica Yeza.
“Cuando construyes arriba de una duna -dice Sciena-, sabés que estás construyendo en un lugar que no deberías. Tenemos un caso en Punta Rubia, Uruguay, en donde hay una casa que está literalmente debajo de una duna.”
Otro factor, añade García, es la forestación exótica como pinos y acacias. “Los vientos opuestos que devuelven esa arena ya no lo devuelven más porque nosotros quebramos ese equilibrio afirma. En Cabo Polonio, se quebró esa dinámica. También los médanos del balneario Valizas ahora son por lo menos la tercera parte de lo que eran antes”, describe.
Para regenerar las dunas se aplican soluciones basadas en la naturaleza con materiales orgánicos como hojas de palmeras o ramas de acacias, que activan también la vegetación nativa. Gracias a esta técnica, en Uruguay, se están recuperando en el balneario de La Paloma alrededor de 2500 metros de médanos. El alcalde de La Paloma, Sergio Muniz, cuenta a LA NACION: “Desde el municipio estamos realizando la conservación consciente de la primera línea de la playa con la reconstrucción de dunas”.
Se están recuperando alrededor de 2500 metros de médanos. “Otro trabajo que hacemos son estudios para amortiguar la salida del agua de las napas a la playa, aunque estas no son soluciones a largo plazo. Para dar una solución integral se requieren ejecutar políticas y financiamiento a nivel nacional”, afirma.
Desde Punta del Este, el alcalde Javier Carvallal explica que se ocupan desde hace seis años y que se pueden ver los trabajos, por ejemplo, en las paradas uno, dos, tres y diez del municipio. Lo más emblemático es ver la “Mano”: la duna se incrementó un 60% también gracias a una estructura de madera realizada para evitar pisar la vegetación y estabilizar la arena. “Las plantas son la piel de la duna”, ilustra la ingeniera Delfino al responder sobre qué protege los médanos.
- La Mano, antes y después la estructura
Otro recurso para evitar derrumbes en las viviendas por la embestida de la subida del mar, en el balneario Costa Azul del departamento de Rocha, es la construcción de geotubos, que son barreras protectoras de terraplenes de tierra y granito extendidas a lo largo de 800 metros.
Desafío conjunto
El desafío más importante expresado por las Naciones Unidas en los Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) es llevar a cabo una gobernanza global. Esto es desde lo público a lo privado y desde lo social a lo individual. “Hay una mirada aguda en el ecosistema rioplatense que se comparte con Uruguay a través de estrategias conjuntas”, dice el viceministro del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Argentina, Sergio Federovisky. Las acciones actuales se están focalizando en “políticas de descontaminación, defensa de las zonas costeras y reducción de la vulnerabilidad de esas poblaciones”, según indica a LA NACION.
En la Argentina, desde el Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) se aportan análisis continuos sobre los riesgos del calentamiento global en las costas. En Uruguay se hace a través del Plan de Adaptación a la zona costera, NAP Costas.
Como advertencia, desde la COP 27 se observa que el obstáculo principal de la gobernanza según resultados, es la velocidad con la que se toman las decisiones.
“Las mejores herramientas para convivir en un entorno natural y disfrutarlo es cuidándolo”, opina García. “Es un tema de la cultura de la humanidad”, apunta Delfino, al hablar sobre cómo actúan los hombres con la naturaleza. Expresa que el límite del ser humano va más allá de él y contempla a la naturaleza ya que necesita aire puro para respirar.
La acción individual radical y voluntaria puede ser el impulso que faltaba para superar la visión antropocéntrica, restaurar el equilibrio natural, regenerar la convivencia sana entre especies y crear la equidad intergeneracional. Tal vez el comodín con que cada ser humano cuenta.
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