Harrods, el regreso de un ícono porteño
LA NACION recorrió sus pisos, que se mantienen inalterables; sillas de peluquería, barras y ascensores parecen esperar la vuelta de los clientes
La distinguida tienda Harrods, que tras largos años dorados lleva más de una década con sus persianas bajas, volverá a iluminar el microcentro porteño, en una versión que combinará la tradición del famoso local británico con la renovación tecnológica actual. Con el proyecto arquitectónico aprobado, y el anuncio del comienzo de las licitaciones, este Titanic de nueve plantas, que todavía esconde lujosos tesoros, reabrirá sus puertas al público en 2013.
Más de una vez distintos grupos de inversores quisieron imponer su emprendimiento en el estratégico lugar, en la manzana delimitada por Córdoba, Florida, San Martín y Paraguay. Esta vez se superaron los dos principales escollos para reflotar el "barco": tener el permiso municipal y conseguir el dinero para la inversión, que, según informó Rodolfo Miani, del estudio de arquitectos BMA, a cargo de la obra, demandará más de 40 millones de dólares.
El actual proyecto está a cargo del grupo suizo CBC-Interconfinanz, actuales dueños del edificio y de la marca local. Según informaron a LA NACION desde sus oficinas centrales, la inversión será realizada por los accionistas y también participará el grupo italiano Besk Net.
El nuevo Harrods conservará el modelo de tienda por departamentos, pero incorporará la infraestructura acorde a los centros comerciales del siglo XXI. Las grandes marcas tendrán su lugar, aunque deberán integrarse al gran paraguas estético de la tienda, con locales cerrados o semiabiertos. "Todos van a poder salir con su bolsa Harrods", aseguró Miani.
Según los planos que el arquitecto mostró a LA NACION, el salón de ventas estará desplegado en cinco plantas, mientras que en los últimos cuatro pisos compartirá el espacio con complementos de hotelería y oficinas. Volverá a abrirse el distinguido salón de té y se mantendrán los tradicionales ascensores con capacidad para 20 clientes cada uno. La superficie total del edificio es de 58.000 m2.
Una escena congelada
Quienes alguna vez se cortaron el pelo en la peluquería de niños, podrán volver a hacerlo aunque, claro, deberán pasar al salón de adultos, ubicado en el subsuelo. Allí, la escena quedó como congelada: los sillones blancos y negros siguen reclinados y están a medio abrir los cajoncitos individuales donde ciertos clientes guardaban sus útiles personales de corte y afeite. "El último barbero un día vino a preguntar por sus compañeros y le tuve que decir que estaban jubilados y que algunos ya habían fallecido", relata el encargado del edificio, quien durante estos doce años recibió a antiguos clientes que le pidieron pasar "un ratito nada más".
Los pisos y los techos serán mantenidos en muchos sectores y se conservarán los mármoles, vidrios biselados y el revestimiento de las imponentes columnas. A su vez, se incorporarán nuevos espacios de servicios, así como el caballito de batalla de los grandes shoppings: las escaleras mecánicas.
"Todo lo que se pueda restaurar lo vamos a mantener adaptándonos a las exigencias técnicas y de seguridad", explicó Miani. De esa manera esperan cumplir con el proyecto que les aprobó el gobierno porteño, tras dos años de arduas negociaciones.
Es que, además de los requisitos técnicos, el edificio fue declarado patrimonio histórico de la ciudad. Por eso, las fachadas deberán conservar el estilo ecléctico que caracterizaba a la época, aunque, según adelantó el arquitecto, también implicará un cambio urbano importante cuando se construyan nuevos accesos desde la calle San Martín.
En sus años de oro, un hombre de baja estatura y otro de gigantes proporciones recibían a los clientes con paraguas para entrar sin mojarse en los días lluviosos. Hoy, sólo se puede ingresar por el subsuelo. Cuando el encargado baja la palanca con precisión, el ascensor de hierro forjado frena en el segundo piso. "En su momento lo hacía el ascensorista, era el mismo que se disfrazaba de Papá Noel", cuenta para desilusión de los adultos de hoy que todavía conservan la foto con el gordo de barba que se presentaba cada año en la antigua tienda.
Con vista a San Martín quedan los rastros de la peluquería de niños donde sobrevive la calesita, que ahora parece tan pequeña a los ojos adultos y, más allá, el salón de belleza para damas. Un piso más arriba, un lujoso cartel de bronce marca la entrada al salón de té, donde las arañas, las columnas revestidas y la barra permiten transportarse a las citas que se celebraban en compañía de masas finas y chocolates con menta.
"Prohibido circular en cualquier vehículo con ruedas, incluidos biciclópedos", dice un cartel cubierto por el polvo que junta basura junto a retazos de papel de regalo verde inglés. En las que eran las oficinas de los directivos, todavía quedaron libros e innumerables fotos donde puede verse a las personalidades distinguidas de la época.
"A partir de ahora tenemos que hacer las licitaciones y esperamos en ocho meses comenzar la obra, que llevará dos años. Si no hay imprevistos económicos en el país, en 2013 será la reinaguración", estima Miani.
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