Hagamos de adultos, los adolescentes nos necesitan
Claudia entra a la escuela de su hija con un tupper en el que le lleva la cena. Se lo da y se le parte el corazón al escuchar su voz afónica. La adolescente le pide que se apure, que le da vergüenza que el resto de los chicos la vean. La madre le llega a dar ropa limpia para que se cambie, se lleva la sucia y escapa.
Claudia dice que no está de acuerdo con la toma de escuelas, pero le cuesta enfrentar a su hija, obligarla a irse a su casa y buscar otro modo de protesta.
Los medios critican a los alumnos. Los juzgan por sus prácticas de choque, su inflexibilidad y su dificultad para entender razones. Cuestionan que no van a las escuelas para no participar de las tomas, que no se animan o que no quieren ir a las asambleas y prefieren quedarse en sus hogares.
Es una sociedad adulta que no sabe qué hacer con sus chicos, no puede darles pautas claras, ordenarles la vida e, incluso, regular sus espacios de demanda. En esa confusión, los chicos hacen lo que pueden. Algunos toman la escuela. Otros, no y se pelean entre ellos. Sin embargo, no logran estructurar un planteo ordenado.
Algunos dirigentes políticos los usan para estimular conflictos. Las autoridades no ubican un rol para pararlos. La ministra de Educación porteña, Soledad Acuña, los recibe, habla con ellos y todo continúa.
Estamos ante un default adulto en materia de autoridad. Sabemos que perdemos en la escuela a la mitad de los chicos y que los que la terminan, en su mayoría, no aprenden lo que deberían, pero nos cuesta mucho actuar.
Sentimos que los chicos necesitan que los abracemos, los abriguemos y los hagamos sentar a estudiar, pero no podemos. El momento demanda una escuela más contenedora y con mayor capacidad de enseñar.
¿Cómo hacemos que los adultos hagamos de adultos, los padres de padres, los funcionarios de funcionarios y los políticos de políticos? ¿Cómo hacemos para aconsejarles lo mejor y no lo que nos conviene a nosotros o lo que nos animamos a decirles para que no se enojen?
Los adolescentes se pelean con unos adultos a los que consideran malos por lo que les dicen, y a lo largo de la vida se darán cuenta que no son tan malos ni ellos tan buenos.
Ellos y el país necesitan que aprendan a trabajar y ser mejores ciudadanos. Podemos ayudarlos en ese camino o podemos seguir diciéndoles cosas correctas, agradables, que no los ayudan a construir un futuro mejor.
Vamos a abrazarlos, ordenarlos y, aunque se enojen, llevarlos por un camino mejor.
El autor es director de la Escuela de Educación de Eseade
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