“Hace unos meses me llamó Francisco”: quién es el hombre que vivió gracias al milagro de Mama Antula, primera santa argentina
Claudio Perusini tiene 66 años, es profesor de filosofía jubilado y laico; hace seis años tuvo un ACV y los médicos le dieron apenas 24 horas de sobrevida
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Claudio Perusini tiene 66 años, es profesor de filosofía, fue director de un colegio secundario en Santa Cruz y ahora suma a su currículum vitae haber sido beneficiado con un milagro de la primera santa argentina, Mama Antula. Claudio se enteró esta mañana de una forma particular. Aunque sabía que su sorprendente recuperación después de haber quedado 28 días en estado vegetativo tras sufrir un accidente cerebrovascular (ACV) estaba siendo analizada con cien lupas por los médicos y los expertos del Vaticano, pensó que ese mensaje nunca iba a llegar.
Pero recibió dos mensajes en su celular. El primero era de un obispo, que le reenviaba un comunicado del Vaticano… en latín. Aunque lo entiende, creyó que no era esa confirmación que tantos fieles estaban esperando. Y lo dejó allí, sin terminar de leer, para darle prioridad otro que le mandó su sobrina, que vive en Canadá. Ella le reenviaba una publicación en la que, en inglés, se contaba que el papa Francisco había aprobado el milagro que hacía seis años le había devuelto la vista, el habla y la movilidad de sus miembros.
Claudio y María Laura, su esposa. se abrazaron. “Sentimos emoción, agradecimiento, pero sobre todo, no nos sentimos protagonistas, sino los primeros beneficiarios de este milagro que va a bendecir a muchas personas más. Porque fue Dios quien lo sanó y concedió el milagro, después de que intercedimos y se lo pedimos a través de Mama Antula”, cuenta la mujer.
Para matizar la emoción, Claudio decidió pasar el resto de la mañana y de la tarde trabajando en la carpintería que armó en el fondo de su casa desde que se jubiló. “Lo que más me preocupa es poder encolar este mueble”, comenta, mientras ajusta detalles de un sostén para un piano eléctrico que él mismo va a tocar. María Laura le acerca el teléfono, allí en esta segunda casa que tienen en la ciudad de Santa Fe. En unos días van a volver a Lago Posadas, al noroeste de la provincia de Santa Cruz, donde se instalaron en 2007 cuando Claudio concursó para abrir y ser el director de un colegio secundario en el pueblo. Viven allí los meses más cálidos y después vuelven a Santa Fe para el invierno. En Lago Posadas, Claudio trabajó hasta 2017, cuando se jubiló. Viajaron entonces a Santa Fe para visitar a sus hijos Juan Francisco (hoy tiene 32 años) e Ignacio (30 años).
El 25 de julio de ese año, a las 5, Claudio se levantó para ir al baño y, cuando volvió a la cama, tuvo un ACV. No se enteró de nada. Los sonidos guturales alertaron a María Laura, que enseguida pidió ayuda y llamó a la ambulancia. En el Hospital Cullen el panorama era desolador. A la esposa le dijeron primero que le quedaban 48 horas y luego que eran apenas 24. Tenían que despedirse. Claudio ya no estaba presente.
Así fue cuando llegó un amigo de la familia, el sacerdote Ernesto Giovando, que rezó por él y le dejó una estampa de Mama Antula en el monitor al que estaba conectado. Le indicó a María Laura que le rezaran, que recientemente había sido considerada beata y que seguramente concedería milagros.
La madre de Claudio estaba desolada. Le habían dicho que era cuestión de horas. Por eso no quiso atender cuando la llamaban por teléfono. Hasta que alguien le aclaró: “No es del hospital, es el papa Francisco”. Lo atendió y hablaron por media hora. Ocurre que Claudio lo había conocido, como Jorge Bergoglio, cuando asistía al Colegio Inmaculada de Santa Fe. Después, había estado en contacto con él en distintos momentos, durante su formación en la Compañía de Jesús.
Claudio le había comentado que quería ser sacerdote, pero Bergoglio le había dicho que no le veía vocación, que se casara, que él le iba a bautizar a los hijos. Finalmente, Perusini siguió adelante con su vocación religiosa, pero como laico. Y en distintos momentos, tanto en Córdoba como en Buenos Aires, en el Colegio del Salvador, volvió a coincidir con Bergoglio.
Claudio relata la anécdota de una vez que viajó junto a un grupo de profesores al Colegio Máximo de San Miguel y, cuando iban a emprender el viaje, Bergoglio, que era entonces el provincial de los jesuitas, les dijo que no se podían ir sin cenar. “Abrió la heladera, sacó un maple completo, batió los 30 huevos, les agregó cebolla y papa, y nos hizo una enorme tortilla que comimos con pan”, recuerda.
A pasos agigantados
Fue por esa relación que, cuando Francisco supo que Claudio estaba internado, decidió llamarla a la madre. Mientras toda la familia le rezaba a Mama Antula, ocurrió lo que nadie pensaba. A esa altura, el diagnóstico terminal se había evaporado sin ocurrir y el nuevo panorama decía que Claudio seguiría sus días en estado vegetativo. Sin poder hablar, ni caminar, ni moverse, ni comunicarse.
El milagro no ocurrió de un día para el otro. Como los médicos notaron que Claudio respondía a algunas órdenes, como apretar la mano de su interlocutor o pestañar, le indicaron que iniciara una rehabilitación. La expectativa era que las mejoras fueran mínimas, pero suficientes como para tener una vida más digna. Sin embargo, cuando empezó la rehabilitación, la recuperación empezó a darse a pasos agigantados. Poco tiempo después, afirma María Laura, ya estaba hablando, moviéndose, caminando solo. Al principio con más dificultad, la que después fue desapareciendo hasta permitirle lograr autonomía. Si bien todavía subsisten algunos pequeños obstáculos, no le impiden poder tener una vida plena y fluida, junto a su familia.
Cuando apenas podía hablar, un día le dijeron que esa tarde iba a llamar Francisco. Entonces él anunció que él mismo quería atender. Y así lo hizo. Las mejoras fueron consistentes. No solo los cambios se vieron en lo que podía o no hacer: los médicos se sorprendieron de lo que mostraban las imágenes de las tomografías, resonancias y otros estudios, que revelaban cómo la lesión cerebral se había revertido.
Fue por eso que el sacerdote Giovando les propuso presentar las pruebas al Vaticano para que los especialistas constataran si efectivamente se trataba de un milagro.
La respuesta llegó esta mañana, primero en latín, después en inglés, y finalmente en castellano. “Hace algunos meses me llamó Francisco. Quería verificar en persona cómo me había recuperado. Le dije: ‘No me hagas ir a Roma. ¿Por qué no venís a canonizar a Mama Antula a la Argentina?’ Vamos a ver, pero me dijeron que él prefiere hacer las canonizaciones allá. Bueno, por ahí puede venir después con esta hermosa noticia”, se ilusiona.
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