Guido Carlotto: las alas del futuro
El cantautor repone la emoción y el alivio que vivió el país cuando en agosto pasado fue restituida la identidad del nieto de estela de carlotto
Como todos los sueños de amor, Guido Carlotto fue soñado día y noche para que suceda, para que se corporice. Entre cientos de angustiosos sueños provenientes de aquella época que marcó a fuego a los argentinos, Guido –músico cercano, para colmo– fue ese sueño sin rostro ni identidad cierta que se hizo realidad un día para confirmar que la esperanza es posible, que su fuerza generadora puede vencer las imposiciones del tiempo y germinar en abrazos.
"Que nos den la esperanza de saber que es posible que el jardín se ilumine con la risa y el canto, de los que amamos tanto". Así describí en "Todavía cantamos" la esperanza que transmitía mi madre, esa que involucraba a mi hermana Cristina, a su marido, Nicolás, y a su bebé nacido en cautiverio.
Ella, al igual que Estela, todavía hoy, a sus 90 años, nunca dejó de esperar, nunca dejó de pedir, nunca dejó de soñar con la posibilidad de que un día su nieto apareciera, que tuviera los ojos de Cristina, la sonrisa de Nico.
Hablamos miles de veces en estos años con Estela de Carlotto sobre la manera subjetiva en que cada madre, cada abuela, enfrentó el calvario de la espera. Unas desde las rondas en la plaza; otras desde el reclamo encendido, inflamado con la fuerza de la protesta; las restantes transformando centros clandestinos en escuelas o centros culturales, sembrando flores donde antes hubo muerte; las más tímidas criando en sus hogares a los nietos que aquellas garras vergonzantes no pudieron arrancar del seno familiar, cumpliendo con el rol de madres sustitutas que el destino les impuso a la fuerza. "Cada una hace lo que puede y desde donde puede", dice Estela siempre que tocamos el tema. Y en ese hacer reside la fuerza del futuro, del país que pensamos entre todos, porque ninguna de ellas, ni madres ni abuelas de la Plaza de Mayo, dejó que la oscuridad ganara espacio. En su lugar pusieron luces de ternura, de consuelo. Luces que alumbraron como ningún discurso el camino democrático que emprendimos en 1983. Sin odio, sin revanchismo, en la más estricta búsqueda de la verdad y la justicia. Sin esas amorosas consignas esta democracia no sería tal, no sería la que permitió que Guido, al abrazar a Estela, nos abrazara a todos.
Esta convicción de ver en cada nieto recuperado al nuestro es lo que nos une, lo que nos emparienta. Nos aprieta y amalgama con la fuerza de la sangre que intentaron tergiversar los dictadores, la que quisieron ocultar y apareció victoriosa para hundirlos todavía más en su propio fango. Pienso que Guido representa como nadie la esperanza de los soñadores. Representa la esperanza de mi propia madre porque abre alas al futuro, extiende las posibilidades de una lucha amorosa cuyo intento más fidedigno es recuperar los brotes de cientos de actos de amor sucedidos a las puertas de uno de los infiernos políticos y sociales más tristes de nuestro país.
Guido, al igual que los otros nietos recuperados, es parte de una verdad que reivindica la memoria, inapelable sentencia del Nunca Más.
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Víctor Heredia
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