Los Guardaparques Nacionales son los guardianes de la naturaleza argentina. Ellos son los responsables de la conservación del patrimonio natural y cultural de nuestro país y tienen a cargo el control y la vigilancia del Sistema Nacional de Áreas Protegidas . Hoy el Cuerpo de Guardaparques Nacionales está compuesto por 234 profesionales destinados a proteger las extraordinarias riquezas de flora y fauna que habitan en el gran mosaico ambiental de la Argentina.
Sus tareas son variadas e incontables. Desde la atención a los visitantes, apoyo a investigaciones científicas, educación ambiental, hasta el monitoreo de especies y el combate de incendios. Los perfiles de cada guardaparque son variados, el promedio de edad es de 39 años, pero la mayoría tiene entre 31 y 40 años y tan solo 15 son mayores de 50. A su vez, solo el 27% son mujeres y hay 171 hombres.
El Parque Nacional con mayor cantidad de guardaparques es Nahuel Huapi (33), seguido del Lanín (24) y Los Alerces (21). Esto no depende sólo de la superficie de cada área protegida sino de las complejidades que presenta cada una.
El origen de esta profesión remonta a los pioneros patagónicas, gauchos salteños y mensús del Alto Paraná que conocían los terrenos y estaban acostumbrados a lidiar con las inclemencias del clima. Pero la categoría de guardaparque tomó rango oficial en 1928, cuando por primera vez se designaron a siete personas especializadas para custodiar el Parque Nacional del Sur, hoy conocido como Nahuel Huapi.
La única institución de formación y preparación para esta profesión se desarrolla en las instalaciones de la Coordinación de Capacitación ubicada en Embalse, Córdoba. Los cursos se abren de acuerdo a la necesidad de Parques Nacionales y no hay un cupo fijo establecido por ley. Durante el anterior gobierno, solo se realizaron dos llamados en 2011 y 2012 para ocupar 50 y 70 posiciones, respectivamente. En cambio, desde 2015 se concursaron 231 cargos distribuidos en cinco promociones.
Juan Garro, el custodio del continente blanco
Cuando a Juan Garro le comunicaron su siguiente destino, sintió una profunda sensación de realización personal. "Tenía la convicción de que me iba a tocar este año, fue como alcanzar una meta porque durante los últimos cuatro años me estuve preparando", afirma orgulloso. Tiempo después de aquel anuncio, partió desde el puerto de Buenos Aires rumbo a la Antártida a bordo del rompehielos ARA Almirante Irízar.
Hace casi ocho meses ya que el guardaparque puntano vive en Orcadas, la primera base antártica argentina, en la isla Laurie. Desde allí, con temperaturas polares que pueden llegar a los -50° de sensación térmica, realiza tareas de conservación y monitoreo ambiental como recolección de muestras biológicas y censos de poblaciones de mamíferos y aves. "Se trabaja mucho sobre el terreno y en este momento en particular, como el mar que rodea a la isla está congelado, salimos a caminar sobre el hielo buscando focas de weddell con sus respectivos cachorros", cuenta.
A pesar de estar a más de 3000 kilómetros de su San Luis natal, Garro asegura que la distancia es llevadera gracias a los avances de la tecnología: "Facilita las cosas y acorta mucho las distancias. Entre audios y fotos con el celular te sentís mucho más cerca de las personas que están en el continente".
La vida de Juan Garro siempre estuvo ligada a la naturaleza y al servicio. Primero como guía de montaña en Mendoza, luego como bombero voluntario en San Luis y desde hace cuatro años como Guardaparque Nacional.
Para él, las dos características que mejor definen su profesión son "pasión" y "responsabilidad". "Yo creo que te tiene que gustar la naturaleza y tenés que tener vocación de servicio para con la gente, ser paciente y responsable porque uno representa al estado en los lugares más inhóspitos y alejados", concluye.
Agostina Trigo, la guardaparque centennial
Agostina Trigo tenía 4 años cuando pisó por primera vez un área protegida. Eran las vacaciones de verano y su madre decidió emprender viaje al Parque Nacional Tierra del Fuego. Su vínculo con la naturaleza "fue amor a primera vista. Inmediato y duradero". Ese día, Agostina descubrió la profesión de Guardaparque Nacional y los parques nacionales se transformaron en su destino preferido.
Agostina creció en Floresta y asistió a una escuela con orientación química. Allí estimuló su interés por las ciencias naturales e incluso fue seleccionada en dos oportunidades para participar de las Olimpiadas de Medio Ambiente. Durante su infancia en la Ciudad, ella se conformó con disfrutar de la Reserva Ecológica de Costanera Sur, Parque Avellaneda y Parque Centenario. Pero al finalizar el secundario, decidió alcanzar su verdadera vocación e ingresó a la Fundación Perito Moreno para estudiar la carrera terciaria de Guardaparque.
Se recibió en febrero del año pasado y un mes más tarde ingresó a la Coordinación de Capacitación de la Administración de Parques Nacionales para iniciar la formación oficial. Hoy se encuentra en actividad en el Parque Nacional Sierra de las Quijadas en San Luis y es la guardaparque más joven del sistema. Con tan sólo 23 años vive a 120 km de la Capital sin luz eléctrica y agua potable. La única fuente de energía proviene de los paneles solares instalados en la casa que le brindó la administración.
Ella es una de las responsables que custodian las 73 mil hectáreas del parque. "Hoy me tocó salir a caminar por el Potrero de la Aguada como 23 kilómetros. Monitoreamos recursos culturales y vimos guanacos. Mañana me toca atender a los visitantes y otro día tengo que censar especies claves como el cardenal amarillo, un pájaro en peligro de extinción", explica Agostina mientras describe la multiplicidad de sus funciones.
Con respecto a su futuro, Agostina sostiene: "En algún momento me gustaría ir a otro parque. Los traslados son sanos porque te permiten crecer y descubrir lugares nuevos, exponerte a situaciones desconocidas y enfrentar desafíos". Pero pese a su espíritu nómade, ella no descarta la posibilidad de agrandar su círculo íntimo: "Es sumamente factible combinar familia y profesión. Hay muchos guardaparques que tienen hijos y los crían acá. Yo no tendría problema".
Actualmente se mantiene en contacto con su familia y amigos a través de Internet satelital desde el centro de operaciones. "Dejás muchas cosas de lado, amigos, pasatiempos, es un sacrificio. No tenés las comodidades de la ciudad. Pero trabajé mucho para cumplir este sueño y hoy en día no lo cambiaría, me encanta", manifiesta Trigo.
Ante la consulta sobre su vocación como guardaparque, Trigo responde: "Es un privilegio. Los Parques Nacionales son lugares alucinantes dedicados a la conservación de la naturaleza. Si les gusta este rubro, esta profesión es el primer escalón para disfrutarlo. Nada mejor que tener la oportunidad de hacer, trabajar y vivir de lo que amás".
Padre e hijo, una vocación compartida
Daniel Crosta no conocía absolutamente nada acerca de la vida de los guardaparques. De hecho, hasta iniciar la capacitación, nunca había ido a un Parque Nacional. Sin embargo, al ver por ATC la apertura de inscripciones para un curso de formación, algo dentro suyo se movilizó. No lo dudó e impulsivamente se anotó junto a tres compañeros de la secundaria. Solo él fue convocado y un año y medio después, el 6 de noviembre de 1983, se recibió de guardaparque.
"Lo único que hice y lo único que sé hacer es ser guardaparque", sostiene. A lo largo de 37 años de carrera, pasó por ocho Parques Nacionales distintos y su trabajo le permitió conocer distintas geografías. Desde las montañas nevadas en el Parque Nacional Lanín o en Los Alerces, hasta las cataratas en Iguazú. "Gracias a Parques Nacionales y al Perito Moreno tuve la oportunidad de conocer todo el país y andar por todos lados", admite entre risas.
Además, le ayudó a forjar un lazo especial con Emanuel, uno de sus tres hijos, con el cual comparte el amor por la naturaleza y la misma vocación. De hecho, Daniel todavía recuerda el momento preciso en que su hijo, que todavía estaba en la secundaria, le confesó: "Papá, yo voy a ser guardaparque como vos".
Al hablar de Emanuel, su pecho se infla de orgullo. "Se inscribió y obviamente iba a rendir bien: todas las cosas que te toman como habilidades para la carrera, él las había vivido y la había hecho conmigo antes", asegura.
Actualmente, Daniel se desempeña como intendente en el Parque Nacional Chaco y tiene a su cargo a unas 30 personas, entre guardaparques de apoyo, administrativos, servicios auxiliares y brigadistas de incendios. Emanuel trabaja a unos kilómetros, en el Parque Nacional El Impenetrable. Si bien nunca les tocó un destino juntos, confiesa que le gustaría trabajar con su hijo. "Todavía me falta esa experiencia", explica.
Ricardo Bignotti, el guardaparque en actividad más antiguo de la Administración
El clásico informativo radial de la mañana transmitió el mensaje: "Se abre una nueva convocatoria para ser Guardaparque Nacional". Ricardo Bignotti, oriundo de la Ciudad de Concordia, Entre Ríos, saltó de la cama, se subió a la bicicleta y pedaleó en dirección a la radio. Un sentido de urgencia lo apuró. Estaba convencido de que ese llamado era su destino. Pidió todos los datos, reunió los trámites y papeles necesarios y envió la carta de presentación. Días más tarde le avisaron que de los 5000 postulantes, él era uno de los 25 elegidos.
Ese primer triunfo le aportó la confianza y seguridad necesarias para encarar el instituto de formación que en ese entonces se realizaba en la Isla Victoria. Antes de emprender viaje, su padre le dijo: "Si las cosas salen mal, podés volver a casa". Esas palabras lo acompañaron como colchón de soporte durante todo el entrenamiento. Se recibió en 1982 con 25 años y su primer destino fue el Parque Nacional Iguazú. Arribó a la selva misionera el mismo día que las tropas argentinas desembarcaron en las Islas Malvinas.
Desde ese entonces, Bignotti pasó por nueve parques nacionales distintos, formó una familia, tuvo tres hijos y hoy se convirtió en el guardaparque en actividad más antiguo dentro de la Administración de Parques Nacionales de la Argentina. Ya cumplió los 63 años y se desempeña hace casi 6 dentro del área protegida Pre-Delta. "No existe un día ordinario, no tenemos semana, calendario, ni horario establecido. Siempre las actividades van a tener que ver con el control y vigilancia, social y ecológica, pero nunca son las mismas. ", sostiene Bignotti.
Ante la consulta sobre su labor específico del día, Bignotti responde: "Ahora voy a ir a monitorear la población de yacarés en las lagunas. También veo que hay muchos patos migrando, entonces debo reportarlo para ver si el problema es de magnitud como para empezar a tomar acción. Este es un claro ejemplo de control ecológico, los trabajos de campo son los más fascinantes".
Pero como toda profesión también existe su contracara. Cuando el parque supera las 1500 visitas, "entra en juego la parte menos dignificante. Desborda la cantidad de gente y tenemos que estacionar los autos porque somos pocos y al final del día nos transformamos en recolectores de residuos", manifiesta Bignotti.
Las tareas de Bignotti llegarán a su fin el 1º de diciembre de este año. Se acerca el retiro y como consejo a los aspirantes explica: "No ingresen por la figurita, ni por el uniforme o el sueldo. El porcentaje de renuncia es del 80%. Trabajen por vocación, estudien y aprendan. Amen lo que hacen".
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